–Los Dupres no fueron víctimas del estafador, que yo sepa. Además, creo que deberías calmarte un poco, Leticia. La decisión está tomada con la aprobación de los concejales y no hay nada que hacer.
Leticia se puso pálida. Absolutamente pálida. Luego hizo una mueca de angustia y se cruzó de brazos.
–Muy bien, sí, tienes razón. Bianca me dijo que había estado a punto de invertir en el negocio… por eso la he mencionado. Afortunadamente para ella, no lo hizo. Quizá me estoy tomando esto como algo personal, pero es que para mí lo es.
–Nadie espera que tú seas objetiva, pero sí lo esperan de mí. Depende de mí que la economía de Blossom no siga hundiéndose por algo que pasó hace dos años.
–Pero esa echadora de cartas…
–Paula Chaves no va a robar a nadie –la interrumpió él–. Marcos ha investigado su pasado y tiene una reputación impecable. Ella y su abuela han trabajado con la policía en varias ocasiones para encontrar a personas desaparecidas.
–Ya veo –dijo Leticia, sugiriendo con su tono que veía más de lo que Jason habría querido revelar.
Quizá había defendido a Paula con demasiada pasión, pensó, pero se negaba a aceptar aquel absurdo y obstinado odio por los feriantes. Y, convenientemente, decidió olvidar que él había pensado lo mismo hasta unos días antes.
–Hemos tomado todo tipo de precauciones para asegurarnos de que lo que pasó hace dos años no vuelva a pasar. Es lo único que podemos hacer.
–Pues espero que estés dispuesto a pelear, Pedro –dijo Leticia entonces–. El Comité cree que hay maneras de conseguir dinero sin atraer a los malos elementos.
Impaciente, Pedro volvió a su sitio y se concentró en unos papeles.
–A esta feria vendrá gente de todos los pueblos de alrededor. Reservarán habitaciones, se gastarán el dinero en restaurantes, bares y tiendas… No se puede generar la misma cantidad de dinero vendiendo pasteles.
No se molestó en levantar la mirada cuando Leticia salió de su oficina dando un portazo.
Paula se puso los vaqueros y una blusa blanca de estilo campesino y se colocó un pañuelo malva a modo de cinturón. Le gustaba estar de vuelta en la roulotte, con sus colegas, sus amigos.
Pero después de un solo día echaba de menos a Pedro. Había decorado su caseta, que en realidad era una tienda de campaña, con carteles y pañuelos de colores. La bola de cristal la llevaba siempre con ella. A media mañana, tenía los carteles del tarot y los pañuelos colocados artísticamente para crear una atmósfera mágica, pero debía colocar una cortina en la puerta y era incapaz de sujetarla. Por alguna razón, la parte izquierda se negaba a quedarse enganchada. Murmurando palabrotas irrepetibles, se puso de puntillas y empujó con fuerza. Y se habría caído de bruces… de no ser porque alguien la sujetó entre sus brazos.
–Hola.
–¡Pedro!
–Parece que necesitas ayuda –sonrió él.
–¿De un hombre guapo y alto? Desde luego que sí –sonrió Paula, estirándose la blusa–. Sujétala por ese lado. A ver si podemos hacerlo juntos.
–Muy bien.
–¿Qué haces aquí, por cierto?
–Necesito tu ayuda.
–¿Mi ayuda?
–¿Qué son exactamente unos zapatos de princesa?
A Paula se le derritió el corazón. Y eso no podía ser. Lo había echado de menos, sí, pero con unas hormonas más tranquilas y la cabeza fría vería que lo mejor era no volver a estar con él. Pero ¿Cómo podía negarle su ayuda? Además, ¿Qué daño podía hacer pasar unos minutos en su compañía?
–Los zapatos de princesa son zapatitos de niña, pero con un poquito de tacón, decorados con piedrecitas de colores, lentejuelas o plumas.
–No lo dirás en serio.
–Completamente.
–¿Zapatos de tacón?
No hay comentarios:
Publicar un comentario