Paula los llevó a los caballitos antes de nada, a petición expresa de la niña.
–¿Quieres subir conmigo? –le preguntó Camila.
–Sí, claro.
–¿Dónde compramos las entradas? –preguntó su padre.
Carlos se acercó en ese momento.
–Eres amigo de Paula, así que es gratis. Además, es el cumpleaños de la niña, ¿No?
–¡Sí, es mi cumpleaños!
–Pues entonces, hoy son nuestros invitados.
–No, de verdad…
–Insisto –sonrió Carlos.
–Venga, Camila, vamos –dijo Paula entonces.
–¿Y mi papá?
–Él es demasiado alto. No puede subir en los caballitos.
Paula se subió a uno de ellos y colocó a la niña delante para sujetarla bien. Sonriendo de oreja a oreja, Camila se agarró a la barra con todas sus fuerzas y empezó a gritar en cuanto los caballitos se pusieron en marcha. Para cuando terminaron, a Paula le pitaban los oídos. Una vez en el suelo, la niña corrió hacia Pedro para contárselo todo sobre su aventura. Como si él no hubiera estado mirando con ojos de halcón y saludándolas con la mano cada vez que pasaban por delante.
–¡Mira, barcos! ¿Papá, podemos subir a los barcos?
La niña empezó a correr, pero su padre la tomó de la mano.
–Espera un poco, cariño. Más despacio.
–Papá… –protestó Camila, pero no se soltó. Al contrario, con la otra mano buscó la de Paula–. Venga, dense prisa.
Paula miró a Pedro y, al mismo tiempo, levantaron a Camila, que no paraba de reír mientras se acercaban al carrusel de los barcos. Era imposible que Paula cupiera en esos artilugios tan diminutos, de modo que tuvo que quedarse abajo, con Pedro.
–Lo está pasando de maravilla. Gracias –dijo él, apretándole la mano.
Piel contra piel, los sentimientos se mezclaron con las emociones, que se mezclaron con la reacción física. Pero Paula no quería pensar. Sólo quería concentrarse en la alegría que le producía estar a su lado. En la alegría de aquel día, en la risa de Camila. ¿Cómo podía resistirse a esa felicidad? Especialmente sabiendo que Pedro rara vez disfrutaba de momentos así. ¿Qué daño podía hacerle vivir el presente, aunque sólo fueran unas horas? Sabía que le dolería en el alma cuando se fuera de allí. ¿Por qué no disfrutar de lo que el destino ponía en su mano?
–No tienes que darme las gracias. Yo también lo estoy pasando fenomenal.
–Venga –sonrió Jason, golpeándola suavemente con el hombro–. Tú estás en las ferias todo el tiempo. Esto tiene que ser aburrido para tí.
Paula le apretó la mano.
–Pero momentos como éste hacen que todo parezca nuevo. Debería darte las gracias a tí, en realidad. La feria es mágica, pero de vez en cuando necesitamos que alguien nos lo recuerde. Sobre todo, los niños.
Camila les demostró eso corriendo hacia ellos con un brillo de pura felicidad en los ojitos azules. Luego fue charlando hasta el siguiente carrusel, aquella vez de coches. Y así estuvieron, la niña disfrutando de las atracciones, Pedro y Paula disfrutando el uno del otro. Después, fueron a la caseta de tiro al blanco donde, con la ayuda de su amigo Esteban, consiguieron un enorme elefante de peluche para Camila. Luego la niña quiso algodón dulce, pero Paula la convenció para que pidiese una manzana caramelizada. No podía soportar el olor del algodón después de haber tenido que limpiarlo con lejía. Al final, acabaron de nuevo en su caseta.
–Ah, por cierto, tengo algo para ti, Camila –sonrió.
En realidad, se habían encontrado con las bailarinas y Paula les había pedido que fueran a buscar el regalo a su roulotte y lo llevasen allí antes de que llegara la niña.
–¿Un regalo? ¿Para mí?
–Claro, por tu cumpleaños. ¿Quieres abrirlo?
–Pero aún no es mi fiesta. No será hasta el sábado. Mi papá lo ha dicho.
–Cariño, yo no podré ir a tu fiesta, pero seguro que no le importa que lo abras hoy.
–No, yo quiero que vayas a mi fiesta. Es el sábado –insistió Camila.
–Lo siento, pero me será imposible.
–¿Por qué?
–Porque tengo que estar aquí, trabajando.
–¿Y no puedes dejar de venir aquí? Mi papá no va a trabajar ese día.
–Es verdad. ¿Por qué no te tomas el día libre? –preguntó Pedro.
Paula se volvió hacia él.
–Tú sabes que no es buena idea.
–Es el cumpleaños de Cami y ella quiere que vayas.
Era un error, el sentido común se lo decía. Pero ¿Por qué iba a empezar a escuchar al sentido común ahora precisamente? Aunque deseaba hacerlo con todo su corazón.
-Muy bien. Allí estaré.
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