–No necesito usar mi don para saber que aún necesita curar de sus heridas. Pero te va a gustar Blossom, abuela. En general, la gente es muy simpática, aunque un poco excéntrica –Paula sonrió, recordando que había llegado el momento de animarla un poco–. Y podrás hacerte ese tatuaje con el que llevas años soñando. Aquí los hacen en el salón de belleza.
–No pienso hacerme un tatuaje. Soy una anciana enferma…
Paula levantó los ojos al cielo.
–Venga, por favor, tú sabes perfectamente que quieres hacerte un tatuaje como el mío.
–Qué niña más mala.
Entonces oyó una voz masculina al otro lado del hilo telefónico.
–Calla, estoy hablando con mi nieta.
–Has conocido a alguien, ¿Verdad? –exclamó Paula–. ¡Un hombre!
–No empieces con eso. Soy demasiado vieja para esas tonterías y sé que sólo lo dices para cambiar de tema.
–¿Ah, sí? Pues yo también sé cuándo alguien quiere cambiar de tema. Y quiero que me cuentes todos los detalles.
–Huy, no puedo. Aquí llega la enfermera con las pastillas. Voy a tener que colgar.
–Cobarde.
–Hablaremos mañana.
–Abuela –dijo Paula antes de que colgase–. Cuidado con el príncipe azul.
–Tonta –dijo Rosa antes de colgar.
Desde luego que hablarían al día siguiente, pensó Paula. Porque pensaba averiguar quién era aquel hombre del que su abuela no quería contarle nada. Un coche blanco se detuvo a su lado entonces. Luciana iba al volante y Camila la saludaba con la mano desde el asiento trasero.
–Hola, chicas. ¿Qué tal?
–Tenía que dejar a Camila en la oficina de Pedro, pero no está. Me han dicho que estaba en el establo grande… ¿Tú sabes cuál es el establo grande?
–Sí –contestó Paula–. Está detrás de esos dos pequeños. Pero la verdad esque no le he visto.
–Le he llamado al móvil, pero lo tiene apagado. Y llego tarde a la consulta del médico.
–Ah –sonrió Paula. Eso explicaba que estuviera tan nerviosa–. Si quieres, yo puedo llevar a Camila al establo.
En ese momento sonó el móvil de Luciana.
–¿Se puede saber dónde estás? No tengo tiempo para buscarte por todo el pueblo… No, yo tengo que irme. Paula llevará a Camila al granero… sí, ahora se lo digo –suspiró, antes de colgar–. Gracias por echarme una mano. Pedro va a salir para encontrarse contigo. Dice que tiene buenas noticias para tí.
–¿En serio?
Luciana había abierto la puerta del coche y Camila saltó directamente a los brazos de Paula.
–¿Vamos a ver gatitos?
–¿Gatitos?
–La gata de una amiga suya ha tenido gatitos –le explicó Luciana–. Bueno, me voy. Hasta luego.
Paula miró a Camila, que a su vez estaba mirándola con cara de expectación. Ah, sí, los gatitos.
–Me parece que aquí no hay gatitos, cariño. Pero seguramente habrá conejitos. Y también está Betsy, la cerdita que sólo tiene tres patas.
Emocionada por la idea de ver un cerdo con tres patas, Camila empezó a bombardearla con preguntas mientras daban la vuelta al corral para dirigirse al establo. Por supuesto, el tema principal de las preguntas era su fiesta de cumpleaños y una clara descripción de los zapatos de princesa que quería.
–Yo tenía zapatos de tacón cuando era pequeña –le confesó Paula–. Pero no tenían plumas. Los tuyos molan más.
–Molan –repitió Camila–. Tú también puedes venir a mi fiesta. Es el sábado por la tarde…
En ese momento vió a Pedro saliendo del establo. Alto y fuerte, llenaba los vaqueros y la camiseta negra como si fuera un cowboy de película. Aquel hombre debería tener alguna verruga o algo. O ser calvo. Cualquier cosa que lo hiciera menos atractivo. Tanta decencia en aquel envoltorio tan atractivo hacía que fuera irresistible.
–… Santino está enfadado con su madre porque es muy mala –estaba diciendo Camila en ese momento.
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