Pedro frunció el ceño, pero asintió con la cabeza. Y luego recordó algo más que había querido comentarle a Marcos.
–El otro día, Leticia fue a mi oficina a darme la charla y mencionó el nombre de Bianca entre las víctimas de la estafa de hace dos años.
–Bianca no puso dinero.
–Eso es lo que yo le dije. Enseguida se corrigió a sí misma, pero quiero que lo compruebes. Aquí hay algo raro. Siempre he pensado que hubo alguien que le pasó información al estafador.
–Sí, menos mal que su objetivo eran familias con dinero para invertir. Pero lo comprobaré.
–Sé discreto. No quiero alertar al informador ni que Bianca pase un mal rato.
Marcos se guardó el cuaderno en el bolsillo.
–Lo haré personalmente.
Un minuto después, Pedro entraba en la caseta de Paula, que estaba colocando los pocos muebles que no habían quedado inservibles. Estuvieron trabajando en silencio durante unos minutos y luego ella se puso a limpiar el algodón dulce pegado al suelo mientras él colocaba cinta aislante en la abertura.
–Aguantará hasta que venga alguien a arreglarlo.
–Gracias. Tengo una amiga en la troupe que se encarga de ese tipo de cosas. Ella lo hará, no te preocupes.
–Sí, claro –murmuró Pedro.
Había olvidado que ahora contaba con el apoyo de su gente. Lo cual era bueno. No estaba sola. Sin embargo, eso no hizo que se sintiera aliviado. No, no había podido dejar de pensar en ella desde aquel beso. Y desde la muerte de su mujer nunca se había sentido tan… interesado por una mujer. Ni tan vivo. Sabía que no debería, pero no dejaba de buscarla.
–Siento que haya pasado esto.
–Yo también. Pero tú no tienes la culpa.
–Sí, pero…
–Mira, esto ha conseguido reforzar mi idea de que no debemos vernos. Lo de hoy ha estado bien, pero no debe volver a pasar.
Cuando Paula salió de la caseta, Pedro se dió cuenta de que estaban más lejos el uno del otro en ese momento que unos días antes, cuando él se negaba a dejarla instalarse en la feria.
–Esos locos… traer cuchillos a la feria. ¿Por qué no vienen a pasarlo bien, como todo el mundo? –suspiró Carlos.
–Algunos no saben cómo hacerlo. Especialmente si se sienten amenazados –dijo Paula.
–Eres demasiado blanda, cariño. Esta gente te ha atacado. Debes estar alerta. Yo, desde luego, he alertado a todo el mundo. Tu caseta y tu roulotte estarán siempre bajo vigilancia.
–Gracias, Carlos. No sé qué haría sin tí.
Y era cierto. El príncipe de la troupe, Carlos era la persona en la que todos podían confiar. Por él, la troupe nunca había tenido ningún problema. Por él, conseguían las mejores ferias. Por él, Paula estaba en Blossom.
–No me gusta que estés sola. Ya que Rosa no está aquí, quizá deberías pedirle a alguna de las bailarinas que durmiese contigo.
–Si me da miedo se lo pediré a alguien, no te preocupes. Pero por ahora prefiero estar sola –suspiró ella–. Además, el comisario está investigando el incidente.
–Sí, pero este pueblo tiene sus propios problemas. No me gusta que hayan usado un cuchillo… que hayan destruido la caseta. Es absurdo, ¿No te parece?
–Es incomprensible. Esta gente no me conoce de nada…
–Haré correr la voz para que nuestros chicos investiguen por su cuenta. No sé, hay algo que no me cuadra.
–Eres mi héroe –sonrió Paula, poniéndose de puntillas para darle un beso en la mejilla–. Pero las cosas mejorarán mañana, cuando se inaugure la feria.
–Lo mejor sería que no te metieras en líos. Y mejor aún, que no te acercases al alcalde.
No la sorprendió que Carlos supiera lo de Pedro… lo poco que había que saber. Ella tenía poderes, pero Carlos tenía sus fuentes.
–No te preocupes. El plan es que él se quede en su mundo y yo en el mío.
–Suena bien –dijo su amigo, sujetando un cartel–. No es muy inteligente tener un romance de algodón dulce con el alcalde del pueblo que te contrata.
–Sí –Paula miró el suelo. Lo había limpiado con lejía, pero seguía oliendo a azúcar–. La verdad es que ya no me apetece nada el algodón dulce.
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