jueves, 5 de marzo de 2020

La Adivina: Capítulo 10

–Está usted causando problemas en mi pueblo, señorita Chaves.

–Ya que estamos solos –sonrió ella, tomando una patata–, llámame Paula.

–Paula. Es un nombre poco usual.

–Desde luego.

–Especialmente porque tu verdadero nombre es Blossom.

Ella se aclaró la garganta.

–Mi madre me puso el nombre del pueblo porque nací aquí… y para que pudiera encontrar el camino de vuelta hacia ella. Murió mientras daba a luz.

–Lo sé.

Paula se quedó pensativa.

–Yo tenía el pelo rojo cuando nací, y mi abuela empezó a llamarme Paula. Y con ese nombre me quedé.

–Muy bien, Paula –suspiró Pedro. El placer que le daba pronunciar ese nombre seguramente no era buena señal–. Pero estás causando problemas en mi pueblo.

–Y tú puedes cambiar eso.

–Estás jugando con fuego. Esta gente fue estafada una vez y no sé cómo reaccionarían si volviera a pasar…

–Alcalde…

–Pedro –la interrumpió él–. Llámame Pedro.

–Pedro, ¿Se puede saber qué pasa? ¿Tienes miedo de que demuestre que digo la verdad?

–Lo que me da miedo es que te hagan daño.

Y era la verdad. ¿Cuándo se había puesto de su lado? No, eso no era cierto. Él no estaba poniéndose del lado de nadie. Estaba intentando conservar la paz en Blossom, nada más.

–¿Qué pasará cuando nazca el niño? Vas a quedar como una tonta. O peor, los vecinos de Blossom se acordarán del tipo que los engañó y se pondrán furiosos contigo.

–Eso no es un problema. Porque voy a ganar, va a ser una niña.

Pedro pensó en su alianza, que había encontrado debajo de la mesilla, como ella le había dicho. Quizá podría ganar la rifa.

–Ganar podría ser para tí peor que perder.

–¿Y eso?

–Porque entonces serás otra estafadora que se lleva su dinero. Te lo digo en serio, no puedes ganar.

Un adolescente con un infortunado caso de acné llevó la hamburguesa de Pedro.

–Quédate con el cambio, Leandro.

–Gracias, alcalde.

Paula esperó hasta que se quedaron solos para contestar:

–Sé lo que estoy haciendo.

–¿Estás segura? ¿Te has visto alguna vez enfrentada a una multitud enfurecida? Te aseguro que no tiene ninguna gracia.

–Eso no va a pasar.

–No lo sabes –replicó Pedro, mordiendo su hamburguesa.

Ella simplemente lo miró, con esos fabulosos ojos suyos. Y Pedro tuvo que apretar los dientes, frustrado. No había que ser adivino para darse cuenta de que no iba a convencerla.

–¿Dónde está tu abuela? Tengo entendido que siempre viaja contigo.

Paula lo miró, sorprendida.

–Sí, normalmente así es.

–¿Se reunirá pronto contigo?

–No.

No dijo nada más.

–¿Sabes una cosa? Para ser una mujer que se gana la vida hablando con la gente, no eres muy comunicativa.

Ella se echó hacia delante, inclinando sin darse cuenta el plato de patatas con los antebrazos.

–¿Quieres que te lea la mano?

¿Quería intimidarlo? Pedro se inclinó a su vez hacia delante para demostrarle que no le tenía miedo.

–¿Es así como te acercas a la gente? ¿Leyéndoles la mano?

–No me acerco demasiado para hacerlo.

–¿Y a quién te acercas entonces?

¿Por qué le había preguntado eso? ¿No acababa de darse una charla a sí mismo sobre el peligro de sentirse atraído por aquella chica?

Sin embargo, ella no contestó.

–No tienes una respuesta para eso.

Paula se encogió de hombros.

–Mis amigos son los feriantes. Supongo que ellos son los que están más cerca de mí.

No podía estar más claro dónde estaban sus lealtades.

–Entonces, ¿Lo de hacerte amiga de la gente del pueblo no es más que una farsa? ¿Un medio para llegar a un fin? Lo importante es el dinero, ¿No? ¿Y luego te sorprende que no te quiera en la feria?

–A mí no me sorprende nada –contestó Paula, tomando la novela y el bolso–. Está claro que tú ya te has hecho una idea sobre mí y no vas a cambiar de opinión. Pues yo no pienso disculparme por mi profesión, alcalde. Sí, acepto dinero por mis servicios, como hace todo el mundo. Y la gente recibe algo a cambio.

–Ya.

–No voy a marcharme de Blossom, Pedro. Y si te niegas a darme una caseta en la feria, será mejor que te prepares para las consecuencias.

Paula se levantó de la silla, pero él la sujetó por la manga de la blusa.

–¿Qué significa eso?

–Significa que hay un local en alquiler en la calle Mayor –contestó ella, soltándose.

Aquello sí que era un problema. No porque le hubiese amenazado con abrir un local, sino porque él admiraba a las personas con coraje.

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