jueves, 5 de marzo de 2020

La Adivina: Capítulo 9

–Será mejor que haga la maleta cuando llegue a casa, porque tendrá que ingresar en el hospital esta misma noche.

El anuncio hizo que todas las mujeres empezasen a hablar a la vez.

–Paula, tienes que poner dinero para la rifa del bebé –dijo una de ellas, tuteándola.

–¿Una rifa?

–Sí, ponemos dinero y la que gana se lo lleva todo.

–¿Pero cuál es la apuesta?

–Doscientos veintidós dólares. Dos dólares por cabeza. Tamara sabe que es otro niño, así que sólo hay que acertar el día, la hora, el peso y la estatura.

Ella no solía usar su don para el juego, pero si ganaba, el asunto iría de boca en boca y eso la ayudaría mucho… Un momento. ¿Había dicho «otro niño»? Pero no… eso no podía ser. Media hora después, Paula Chaves se convirtió en una participante más dela rifa. El hijo de Tamara nacería al día siguiente, a las 6:58 de la madrugada. Tendría un bebé de tres kilos cien gramos que mediría cuarenta y dos centímetros. Y sería una niña. La noticia se extendió por la localidad como la pólvora. La echadora de cartas había instigado una revuelta en el salón de belleza. Por lo visto, había predicho que Tamara Wright iba a tener una niña, cuando el médico había dejado claro que sería otro niño.

Paula le había dicho que llevaría su caso ante el pueblo y Pedro entendía ahora lo que había querido decir con eso. Desde luego, tenía talento parallamar la atención. Y para hacerle la vida imposible a él. Tenía que pararla como fuera. La encontró en una hamburguesería que tenía el techo pintado de estrellas y que era la favorita de Camila. A su hija le gustaba particularmente el brillo de esas estrellas porque el techo estaba pintado de negro. Paula estaba sentada leyendo una novela… de amor a juzgar por la portada. Llevaba vaqueros y una blusa blanca de estilo campesino que resbalaba por sus hombros. Sus rizos oscuros estaban sujetos en una coleta. ¿Aquella chica no entendía que estaba arriesgándose a que la gente acabara poniéndose en su contra? Él había tenido que vérselas con multitudes enfurecidas más de una vez y la idea de que Paula Chaves tuviera que enfrentarse con algo así hacía que se le helara la sangre en las venas. Actuaba como si fuera una persona fuerte, pero podría envolver su cintura con las dos manos y su largo cuello, al descubierto por el escote de la blusa, parecía muy delicado. Pedro se sentó frente a ella, estirando las piernas, y Paula le sonrió. Y menuda sonrisa. Él  recibió el impacto en las entrañas. Qué preciosa era. En el segundo siguiente, Paula marcó la página que estaba leyendo, dejó la novela sobre la mesa y colocó las piernas sobre la silla, al estilo hindú. Cuando volvió a mirarlo, la intensidad de su sonrisa había disminuido.

–Buenas tardes, alcalde –dijo, empujando el plato de patatas fritas hacia él–. Tiene cara de querer comerse a alguien. Pruebe con esto.

–No he venido a comérmela a usted –suspiró él, tomando una patata. Aunque tampoco sería mala idea–. ¡Oye, Sergio, tráeme una hamburguesa,anda!

Sergio, el propietario, le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza mientras Pedro sacaba un billete de cinco dólares de la cartera.

–Bueno, veo que ha estado moviéndose por ahí.

Paula se encogió de hombros y la manga de la blusa se deslizó un poco más. Pedro intentó no mirar, no desearla. Tenía a su hija, a su madre y a su hermana por compañía y al pueblo de Blossom para mantenerse ocupado. Eso era todo lo que necesitaba y todo lo que podía manejar. Su aburrida vida le parecía muy bien. De hecho, había trabajado mucho para conseguir eso. Perder a su esposa había sido un golpe brutal. Levantarse solo cada mañana era difícil, criar a su hija solo era duro. De modo que sí, a él le gustaba vivir en paz. Dejarse llevar por la atracción que sentía por aquella chica amenazaba el equilibrio que tanto había luchado por conseguir.

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