jueves, 27 de febrero de 2020

La Adivina: Capítulo 4

La mezcla de amarillo y marrón y el mural de un panal de abejas en la pared eran definitivamente alegres, pensó. Después de pedirle al camarero lo que quería, Paula sacó el móvil y llamó a su abuela.

–¿Cómo estás?

–Hola, cariño.

–Te noto sin aliento. No estarás haciendo algo que no debieras hacer, ¿Verdad?

–¿Para qué, para acabar sudando? No, eso no es nada divertido –contestó su abuela. Al fondo, Paula pudo oír una voz masculina–. Anda, calla, estoy hablando con mi nieta –oyó que le decía–. Estoy haciendo todo lo que me dice el fisioterapeuta, te lo aseguro.

De nuevo oyó la voz masculina y luego una risa. Su abuela se estaba riendo. Vaya, vaya.

–Bueno, pero ya hemos hablado de mí más que suficiente. ¿Has llegado a Blossom? ¿Qué ha dicho el alcalde?

El alcalde: alto, pelo oscuro, ojos grises, hombros anchos, nada simpático.

–No es un hombre muy agradable, la verdad. Ha dicho que no pensaba cambiar de opinión, que la prohibición existe porque la gente de Blossom fue estafada por un supuesto adivino hace unos años.

–Eso no suena bien.

–He estado investigando. Hace dos años, un supuesto adivino se puso de acuerdo con un estafador en un asunto inmobiliario. El adivino plantó la semilla contándole a la gente que pronto harían una buena inversión y luego, un par de semanas después de la feria, un hombre apareció en Blossom, el supuesto representante de una empresa inmobiliaria, diciendo que iba a construir un complejo de edificios de lujo. La gente invirtió dinero… pero poco después el adivino y el agente inmobiliario desaparecieron con medio millón de dólares.

–Un charlatán –dijo su abuela, enfadada–. Y ahora nosotras tenemos que pagar por ese engaño.

–Desgraciadamente. Pero no podemos culpar a la gente de Blossom. El año pasado ni siquiera tuvieron feria.

–Pues es una pena. Esos charlatanes no sólo les robaron el dinero, también les robaron el espíritu.

Rosa Chaves creía en la energía positiva, en los valores familiares, en el amor, en la felicidad, todo envuelto en algodón dulce y cálidas noches de verano en las ferias itinerantes que habían sido toda su vida. Paula creía en eso también, pero sabía que existían los canallas, que la gente se gastaba lo que no tenía y que la vida no era justa. Incluso en las ferias.

–No te preocupes –le aseguró a su abuela–. Yo no pienso rendirme.

–Ni yo tampoco. ¿Tienes algún plan?

–Un par de inocentes trucos de salón, nada más. La gente de Blossom es muy suspicaz con estas cosas, pero cuento con la curiosidad.

–Hay algo más, ¿Verdad? Noto algo en tu voz… Has conocido a alguien. ¿Un hombre?

Paula hizo una mueca. Había esperado terminar la conversación sin hablar de ello.

–Abuela, ¿No mantuvimos esta conversación cuando tenía dieciocho años? Quiero formar mi propia opinión sobre los hombres que conozco…

–No mantuvimos esa conversación, cariño. Ahora no estoy hablando del lobo feroz. Estoy hablando del príncipe azul.

«Ay, por favor». Paula estuvo a punto de hacer esa exclamación en voz alta. Pedro Alfonso podía parecer un príncipe, pero no lo era.

–Te aseguro que no estamos hablando del príncipe azul, abuela. Bueno, cuídate, cariño. Te llamaré cuando haya hablado con los de la inmobiliaria.

Rosa Chaves colgó el teléfono sin dejar de pensar en su nieta, hasta que una voz interrumpió sus pensamientos.

–Estabas hablando de hombres, ¿Verdad?

–Pues sí.

–¿Con tu nieta? –preguntó Luis Baxter, un ex policía de hombros anchos y pelo gris que estaba recuperándose de una operación de rodilla.

–¿Por qué lo dices en ese tono?

–He entendido la referencia al lobo feroz, pero ¿qué significa el príncipe azul en nuestros días?

Rosa tragó saliva. Aquel vaquero tan alto la ponía nerviosa. No se había sentido nerviosa con un hombre desde que Alberto la cortejó… un millón de años atrás. El dulce Alberto, su príncipe azul. La primera vez que la tocó supo que era su alma gemela. Habían vivido muchos años maravillosos juntos antes de perderlo por culpa de un ataque al corazón. Ahora tenía setenta y un años y apenas podía cruzar la habitación sin sujetarse a algo. Desde luego, ella no tenía nada que ofrecerle a aquel «lobo feroz».

Aun así, contestó a la pregunta sobre el príncipe azul:

–Me refería a su verdadero amor.

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