–¿Qué?
–Que Santino está enfadado con su madre.
–¿Por qué? ¿Su madre le pega? –preguntó Paula, sorprendida, abriendo sus sentidos para buscar un camino hacia aquel niño. Lo primero que notó fue el abrumador amor que rodeaba a Camila. La confianza, la alegría de vivir. Otra cualidad admirable para añadir a la lista de cualidades de Pedro Alfonso: era un padre estupendo.
–No, tonta. Es que ha sido malo y le ha castigado.
–Ah, bueno.
Paula notó confusión y desilusión… pero ningún elemento de violencia o dolor. Muy bien, nadie pegaba al tal Santino.
–¿Puedo contárselo a mi papá?
–Puedes contarle a tu papá lo que quieras.
–Sí, mi papá es muy listo. Y muy valiente. Como el príncipe de los cuentos.
Paula hizo una mueca ante la referencia a la «realeza». Para alguien que creyera en las señales, ésa era definitivamente una de ellas. Afortunadamente, su abuela no estaba allí para recordárselo.
–¡Ahí está mi papá! –gritó Camila, soltando su mano para correr hacia Pedro.
Él se inclinó, con los brazos abiertos para recibirla… La intimidad del abrazo hizo que a Paula se le encogiera el corazón. Por mucho que quisiera negárselo a su abuela, a sí misma, deseaba momentos como ése en su vida. Quería un hombre, un niño, quería amor. Era casi demasiado bonito para mirar.
–Hola.
–Hola –sonrió ella–. Bueno, aquí te dejo a tu hija.
–Gracias –dijo Pedro.
–De nada. Bueno, me voy. Adiós, Camila.
–Espera. ¿No quieres saber qué noticias tengo para tí?
–Ah, sí, Luciana me ha dicho algo…
–Papá, la cerdita…
–Cami, estoy hablando con Paula.
–Pero yo quiero ver a la cerdita con tres patas –insistió la niña, acariciando el pelo de su padre, que parecía a punto de derretirse.
–¿Ah, sí? ¿Vamos todos a ver a la cerdita?
–¿Por qué no? –sonrió Paula.
–¡Papá, bájame!
–Sí, bueno, pero no salgas corriendo. Quédate donde yo pueda verte.
Naturalmente, en cuanto estuvo en el suelo, Camila salió disparada.
–Cuando sea mayor te dará muchos quebraderos de cabeza –se rió Paula.
Pedro hizo una mueca.
–No sabes cómo me aterroriza esa idea.
–No te preocupes, te quedan muchos años por delante. Camila aún sigue pensando que eres el príncipe de los cuentos.
–¿En serio?
–Acaba de decírmelo.
–Me encanta oír eso –se rió Pedro.
Paula suspiró, en silencio. ¿Qué se podía hacer con un hombre tan enamorado de su hija y que mostraba tal alegría al ser considerado un héroe? Quizá dejar de luchar contra lo inevitable, dejar de luchar contra la atracción que sentía por él.
–Bueno, ¿Cuál es esa noticia que tenías que darme?
–¿No sabes leer los pensamientos? –bromeó Pedro.
–Ah, ¿Ahora quieres jugar? Leer los pensamientos de la gente no es lo mío –replicó Paula, poniendo los brazos en jarras–. Pero estoy dispuesta a intentarlo.
Pedro, con un brillo de deseo en los ojos que no podía disimular, dió un paso adelante; el guerrero que había en él no se dejó intimidar por su postura de reto. Pero, para no hacer algo que pudiese lamentar, se detuvo y metió las manos en los bolsillos del pantalón.
–Después de considerarlo debidamente, he decidido que puedes tener una caseta en la feria.
–¿De verdad?
¡Por fin! Paula lo celebró haciendo un bailecito. Y sin que le importase que Su Excelencia, el Alcalde, estuviera mirando.
–¿Y qué pasa con el Comité? –preguntó luego–. No creo que esa decisión les agrade mucho.
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