–En realidad, llevan muy poco tacón, dos centímetros más o menos –se rió Paula–. Y cuantos más colores tengan y más plumas y más perlas, más les gustan a las niñas.
Pedro dejó escapar un suspiro.
–En fin, un padre tiene que hacer lo que tiene que hacer.
–Serás su héroe.
–Sí, eso me ayudará mucho cuando vaya a comprarlos a la tienda.
–¿Te da vergüenza?
–Pues la verdad es que sí, un poco.
–Buena suerte –sonrió Paula.
Habían logrado colocar la cortina y Pedro tomó su mano.
–En realidad, yo esperaba que fueras conmigo.
–No sé si sería buena idea…
–Probablemente no –reconoció él–. Pero ven conmigo de todas formas.
–Me lo estás poniendo difícil.
–Dime que sí.
–Pedro…
–Venga, Paula, sólo serán un par de horas. Y estaremos en público, rodeados de gente. No puede pasar nada –insistió él. Todos buenos argumentos, desde luego–. Además, es para Camila.
–Muy bien, de acuerdo, pero no podemos tocarnos… ni nada –le advirtió ella.
–Bueno, si insistes –sonrió Pedro, besando su mano antes de soltarla.
–Voy a cerrar la tienda antes de irme.
–Genial. ¿Puedo ayudarte?
–No, pero gracias.
Unos minutos después subían a la camioneta de Pedro y se dirigían al almacén local. Dentro del almacén, él tomó un carrito y se dirigió a la sección de juguetes. Evidentemente, conocía bien el sitio. Paula se había preguntado si estaría usando el asunto de los zapatos para pasar algún tiempo con ella, pero su cara de susto cuando empezaron a mirar zapatos de princesa le dijo que no era así. El pobre estaba completamente perdido. Sintiendo pena por él, ella tomó un par de zapatos dorados con unas preciosas plumitas blancas en el empeine sujetas por una brillante piedra azul. Ella se habría muerto por unos zapatos así cuando era pequeña. Echándolos en el carrito, le aseguró:
–Camila se pondrá a dar saltos de alegría, te lo garantizo.
Él suspiró, aliviado.
–Gracias.
–¿Qué más cosas hay en tu lista?
Pedro la sacó del bolsillo y empezó a recitar… pero Paula le cortó, diciendo que su hija no necesitaba recibir tantos regalos para saber que la quería. De modo que compraron algunas de las cosas que Camila le había dicho el otro día, menos el poni y el hermanito pequeño, naturalmente. Luego descubrió que Jason tenía al poni escondido en el establo de su casa.
–Ah, claro, debería haberlo imaginado.
Al fin y al cabo, estaban en Texas.
–No sé si algún día tendrá un hermanito pequeño. Ni siquiera yo puedo controlar esas cosas. No sé… la verdad es que no he pensado en volver a casarme.
Al oír el dolor en su voz, Paula rompió la regla de no tocarse poniendo una mano en su brazo.
–Lo harás cuando llegue el momento. Hasta entonces, no hay razón para preocuparse.
–Conocí a Jimena en la universidad. Era tan… encantadora, tan guapa que no podía apartar los ojos de ella ni un segundo. Empezamos a salir de inmediato y en seis meses ya habíamos planeado toda nuestra vida. Pero eso no incluía que muriese.
Su tristeza era tan profunda que rompió el escudo protector bajo el que Paula solía protegerse. Sabía que le molestaría que estuviera leyéndolo, pero no hacía falta tener un don especial para ver lo que había sufrido. O para reconocer que Pedro Alfonso rara vez hablaba de sus sentimientos.
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