–¿No crees que tu padre te quiera?
Melisa parpadeó. Parecía sorprendida por la pregunta.
–Claro que me quiere. Pero no confía en mí. Para él, soy una gran desilusión.
–Si te quiere, aprenderá a confiar en tí. Pero no si tú sigues ocultándole lo que te pasa.
–Pero tú no lo entiendes…
–No necesito los detalles para entender la naturaleza humana, Melisa. Es instintivo no confiar en la gente cuando intuimos que no están siendo sinceros con nosotros… especialmente gente a la que queremos. Porque eso duele mucho.
–Tú no lo entiendes.
–Melisa, mírame. Claro que lo entiendo. Y también entiendo que esto te duele mucho. Ya no eres una niña, tienes responsabilidades. Estás cansada, tienes hambre… vete a casa, date una ducha, come algo. Cuando te sientas un poco mejor, podrás tomar una decisión. Y hablar con tu padre de ello.
–No creo que me escuchase. Siempre me está diciendo que le he decepcionado…
–Entonces, ¿Qué puedes perder?
–Todo –contestó la joven–. Pero gracias por hablar conmigo.
–Melisa –la llamó Paula cuando iba a salir de la tienda–. Ese chico no va a volver.
Paula suspiró cuando la chica se dió la vuelta sin decir nada. Esperaba haberla convencido de que aquello era ahora su responsabilidad y tenía que hacerse cargo, de una manera o de otra.
–¡Paula, Paula! –oyó entonces una vocecilla infantil. Se dio la vuelta a tiempo para sujetar en sus brazos a Camila, que se lanzó sobre ella como una tromba.
–Hola, pequeña.
Por supuesto, Pedro estaba detrás de su hija, mirando a Melisa.
–Cuidado con Melisa Tolliver. Es una chica problemática.
–¿Qué quieres decir? ¿La conoces?
–Conozco mejor a su padre. El reverendo Tolliver apoya al Comité. Es uno de los que más protestan contra la feria.
–¿Y eso tiene algo que ver con Melisa?
–Todo. Hace siete u ocho meses, el almacén contrató a un grupo de teatro. Melisa se lió con uno de los actores y cuando se fueron del pueblo se fue con él.
–¿Se escapó de casa?
Pedro asintió.
–El reverendo Tolliver tardó un mes en encontrarla y traerla de vuelta a Blossom. Desde entonces no habla con nadie.
Esa revelación confirmó las sospechas de Paula. Pero no había anticipado la complicación de que su padre fuese un reverendo que apoyaba al Comité, además. Afortunadamente, no le había leído el futuro a la chica.
–Gracias por el aviso. Bueno, ¿Y qué hacen por aquí?
Camila se puso a dar saltos.
–Mi papá me ha traído a la feria por mi cumpleaños.
–Ah, es verdad –sonrió Paula, abrazando a la niña–. Pero tú te estás saltando las reglas –le dijo a Pedro.
–¿Qué reglas? –preguntó él, todo inocencia–. Sólo he venido para ver cómo estabas después del incidente de ayer.
–Estoy perfectamente –contestó ella–. He hablado con Carlos y todo el mundo está alerta, por lo que pudiera pasar.
–Me alegro.
–Paula, ¿No puedes venir con nosotros a jugar? –preguntó Camila.
–Bueno, a lo mejor puedo tomarme una hora libre para estar contigo. Al fin y al cabo, es tu cumpleaños.
–¡Papá, Paula va a jugar con nosotros!
–Ya lo he oído, cariño. ¿Seguro que puedes tomarte una hora libre?
–Sí, claro. Por la mañana no suele haber mucho trabajo. Además, quiero enseñarte mi feria.
–Entonces, cierra la caseta y vamos a dar una vuelta.
Tardaron apenas unos minutos en hacer eso. Paula tomó a Camila de la mano y fueron saludando a unos y a otros por el recinto. Por supuesto, la niña, con sus ojitos azules y sus rizos oscuros, se ganaba la simpatía de todos de inmediato. Y el hecho de que el alcalde fuera con Paula también le hizo ganar puntos entre sus compañeros. Los feriantes eran gente leal.
Me da mucha lástima Melisa...
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