jueves, 26 de marzo de 2020

La Adivina: Capítulo 36

–Sí, es muy extraño –asintió Luciana–. Hablé con Leticia hace un rato y me dijo que pensaban venir a la fiesta. Qué raro dejar los regalos y marcharse. Pero la verdad es que lleva toda la semana portándose de una forma muy extraña.

–Peor para ella –suspiró Pedro–. En fin, yo tengo que encender la barbacoa.

–¿Cuándo vamos a cenar?

–Las patatas están en el horno. Tú encárgate de la ensalada y yo me encargo de la carne.

–Muy bien. Estoy muerta de hambre. Paula, ¿Puedes llevarle la carne a mi hermano?

–Sí, claro. Si me dices dónde está la cocina.

La cocina era un sueño, con electrodomésticos cromados, dos hornos, un espacio para trabajar en el centro, un frigorífico gigantesco…

–Vaya, qué maravilla.

–Fabuloso, ¿Verdad? Es el reino de mi madre. Ahora está en Europa con mi tía. En Londres, en París, en Madrid. No sabes los celos que tengo.

Paula miró en la alacena y encontró estanterías tan cargadas de botes como en las mejores tiendas.

–¿De la cocina o del viaje?

–De las dos cosas –se rió Luciana–. Toma, aquí están los filetes y las hamburguesas.

–Hola, Luciana. Hemos entrado sin llamar –una mujer mayor con pantalones de color crema y una blusa del mismo tono acababa de entrar, acompañada de una joven. Las dos eran rubias y tenían un gran parecido, de modo que debían de ser parientes–. He traído una macedonia.

Bianca Dupres, la líder del Comité. Se habían conocido una vez, cuando ésta se acercó para decirle que «en nombre de la decencia», se fuera de Blossom. Como si su mera presencia fuera una amenaza para la moral de los ciudadanos.

–Genial, acabamos de sacar los filetes. Bianca, te presento a Paula Chaves. Paula, Bianca y Patricia Dupres.

Patricia le ofreció su mano.

–Hola, tú eres la echadora de cartas, ¿No? Tamara Wright es amiga mía y está encantada con su hija.

Paula se vió obligada a sonreír, aunque no le apetecía mucho.

–Yo sólo predije que sería una niña, el trabajo lo ha hecho ella. Hola, señora Dupres –dijo después, dirigiéndose a Bianca.

–Señorita Chaves –murmuró ella, sin mirarla–. Luciana, ¿Está Pedro por aquí?

–En el jardín. Si vas para allá, ¿Te importa llevarle la carne?

–No, claro.

Patricia se puso colorada, pero no dijo nada.

–Bueno, entonces sólo nos queda hacer la ensalada –dijo Paula para aliviar la tensión–. Si hay que cortar hortalizas, se me da muy bien.

–Tenemos tomates, pepinos, lechuga de varias clases, maíz, cebollas. Ah, y la salsa barbacoa que hace Pedro. Pero la ensalada ya está hecha, así que no hace falta que cortes nada por el momento. ¿Quieres llevarle la salsa barbacoa a mi hermano?

–Sí, claro –contestó Paula, deseando escapar de la cocina.

Pero cuando salía al pasillo oyó la voz de Bianca hablando con alguien en la terraza.

–… entiendo que ésta es tu casa e invitas a quien te da la gana, pero Camila es una niña muy pequeña y…

–Camila fue quien invitó a Paula –la interrumpió Pedro.

¿Camila la había invitado? Eso hizo que Paula se preguntara si se había equivocado al leer su expresión el día anterior. ¿Estaría de verdad encantado o simplemente la soportaba por su hija?

–Es normal que se sienta atraída por esa chica tan… llamativa –siguió Bianca–. Pero tú eres su padre y debes protegerla de elementos perjudiciales como ella.

–Bianca, entiendo tu preocupación, pero…

¿La entendía? Paula contuvo el aliento, esperando que Pedro la defendiera, que dijera algo a su favor.

–Gracias.

¿Gracias? Paula se llevó una mano a la boca para contener un sollozo. ¿Gracias? ¿Le daba las gracias a alguien que estaba insultándola? Con el corazón encogido, dejó el bote de salsa sobre un aparador y corrió hacia la puerta. Afortunadamente, llevaba las llaves de la camioneta en el bolsillo. ¿Cómo podía haberse equivocado tanto con Pedro Alfonso? Sí, se habían besado, pero eso no significaba nada, por lo visto. Se habían reído juntos, habían charlado de cosas íntimas. Pero eso, evidentemente, tampoco significaba nada para él. Había sido una tonta por creer que ella era más importante que su deseo de mantener la paz en el pueblo.

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