jueves, 12 de marzo de 2020

La Adivina: Capítulo 20

Por fin llegó el viernes y, con él, la troupe de feriantes con sus enormes camiones. Paula esperaba apoyada en una valla, viendo a sus compañeros ir de un lado a otro mientras instalaban las atracciones. Además de eso estaban los puestos de comida, de tiro al plato, las casetas en las que se rifaba de todo, las bandas de música… Tenían todo el fin de semana para instalar las casetas y las atracciones y la feria no empezaría hasta el martes. Pero en la carretera había ciudadanos de Blossom con pancartas, protestando contra la feria. Y contra ella. Carlos no había llegado todavía, pero Paula estaba deseando volver a ver a sus amigos que ni esperaban ni querían nada de ella. Estaba deseando ver a alguien que no la mirase con esperanza, con desesperación o con recelo. Alguien que la tratase como a una igual. Estar «de servicio» todo el día era agotador. Sabía cómo portarse, qué tipo de ropa llevar: pañuelos, faldas largas de gitana y todas esas cosas, pero empezaba a cansarse. Había llamado a su abuela por la mañana y tuvo que sonreír al oír su voz.

–Hola, preciosa. He oído rumores de que bailarás en mi boda.

Una carcajada sonó al otro lado del hilo telefónico.

–Mientras no te cases dentro de un par de meses… Ah, Paula, por primera vez siento que vuelvo a vivir. No sabes lo maravilloso que es moverse sin que me duela nada. La verdad es que casi estoy a punto de levantarme y ponerme a bailar.

–Abuela, abuela, prométeme que seguirás todas las indicaciones del médico.

–Promesas, promesas. ¿Qué tal van las cosas en Blossom? ¿El alcalde ha aceptado ya lo inevitable?

–Nada es inevitable, tú me has enseñado eso. Pero Pedro Alfonso es… no sé. A veces creo que quiere ayudarme y otras parece que está dispuesto a sacarme del pueblo a empujones.

–Paula.

–Lo cual, además de ser muy irritante, es completamente admirable.

-Te gusta –dijo su abuela.

Le gustaba. Maldición. Era un hombre guapísimo, interesante. Cuanto más tiempo estuviera en aquel pueblo, más peligroso sería para ella.

–Me hace desear cosas que no puedo tener.

–¿Como un hogar, por ejemplo? ¿Un trabajo respetable? ¿Una familia propia? Eres tú quien se impide a sí misma tener todo eso.

–Tengo que seguir en la carretera o no podremos tener la casa, abuela.

–Cariño, yo no puedo quedarme en Blossom si eso significa que tú vas a ser infeliz.

–No digas eso. Esto es lo que tú quieres, lo que necesitas y lo que te mereces. Ya llegará mi turno.

–¿Y qué pasa con el alcalde?

–El alcalde cambiará de opinión tarde o temprano. Aunque tenga que seducirlo, chantajearlo o lo que sea.

Su abuela soltó una risita.

–Suena bien.

–¿Recuerdas lo que pasó en Blossom hace unos años, cuando unos estafadores se llevaron el dinero de la gente?

–Sí, me temo que sí. Cuánto daño hacen esos canallas.

–Pues ahora hay un Comité de ciudadanos cuya misión es evitar que eso vuelva a pasar. Se llama el Comité de Comportamiento Ético.

–¿No me digas que se están metiendo contigo?

–No, no. Por ahora no, al menos. Me miran mal, me han dicho algunas cosas desagradables…

–Parece el mismo tipo de recelo con el que nos encontramos en todas partes.

–Sí, algo así. Pero el Comité no quiere que haya feria en Blossom. Hay un grupo de personas protestando en la carretera ahora mismo. Y eso que la mayoría de los feriantes no ha llegado todavía.

–Vaya, hombre. No me gusta que estés ahí sola, hija. ¿Cuándo llegará Carlos con el resto de los chicos?

Paula miró su reloj.

–Dentro de media hora.

–¿Y qué hace tu alcalde con esa panda de extremistas de la carretera?

–Abuela, son ciudadanos preocupados por el pueblo, no extremistas. Y no es mi alcalde. Pero ahora entiendo que sea tan cauto. Es un grupo pequeño,pero ruidoso. Y está formado por varios ciudadanos prominentes.

–Defendiendo al alcalde, ¿eh? Eso sí que es interesante. ¿Qué te dice la intuición, hija?

Paula eligió sus palabras cuidadosamente. No quería mentirle a su abuela, pero la verdad… que su instinto no le decía nada, sólo serviría para darle un disgusto.

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