jueves, 5 de marzo de 2020

La Adivina: Capítulo 12

–¡Qué buena idea! –exclamó, sin embargo, Beatríz Dressler, que acababa de acercarse al grupo–. Deberías haberlo pensado antes. Lady Pandora, ¿se acuerda de mí? Nos conocimos en el salón de belleza. Y estaba en el BeeHive antes, cuando encontró las gafas de Carlos. Soy del Comité organizador de la feria, la responsable de publicidad. Y le estaría muy agradecida si nos ayudase a encontrar la pancarta.

–Beatríz… –empezó a protestar Pedro–. Encontraremos la pancarta. No necesitamos ayuda.

Beatríz puso las manos en sus amplias caderas y se enfrentó con Su Excelencia.

–Llevamos un mes buscándola. Y si no la hemos encontrado hasta ahora, no vamos a encontrarla –le dijo, volviéndose luego hacia Paula–. Venga, cariño, búsquela por nosotros.

Pedro se cruzó de brazos y esperó mientras Paula sonreía ante la expresión airada del alcalde. Iba a tener que echar mano de toda su profesionalidad.

–Normalmente trabajo con la persona que ha perdido el objeto, pero veremos qué puedo hacer. Aunque necesitaré su ayuda.

Paula subió un escalón y le pidió a Beatríz que se colocara delante de ella, un poco a la derecha. Pedro, a regañadientes, se colocó a la izquierda y el empleado un poco más atrás.

–Ahora necesito que imaginen la pancarta mientras yo me concentro.

Paula cerró los ojos y, de inmediato, respiró el aroma de Pedro, un olor masculino que cosquilleaba sus sentidos. Sin duda, aquel hombre era un bombón. Intentando olvidar esa reacción física, abrió su mente buscando una visión de la pancarta perdida… sentía que la energía iba creciendo, conectándolos. Pero el alcalde era como una pared. Respiró profundamente y vió la pancarta colgando sobre el cenador. Se concentró de nuevo, pero su mente seguía sobre el cenador. Entonces abrió los ojos. Beatríz estaba delante de ella, con los ojos cerrados y las palmas hacia arriba, como si estuviera haciendo un ofrecimiento a los dioses. El empleado tenía los ojos cerrados y la cabeza baja. No hacía falta ser adivino para saber que le gustaría estar en cualquier otro sitio. Pedro tenía los ojos abiertos, los pies separados y los brazos cruzados sobre el pecho, en posición de combate. Paula le guiñó un ojo.

–¿Has terminado? –le espetó él.

Beatríz abrió los ojos entonces.

–¿Y bien?

Paula miró al alcalde.

–Si acierto, ¿Consigo una caseta en la feria?

–Sí –contestó Beatríz.

–No –dijo Pedro, fulminando a la mujer con la mirada–. Primero, aún no ha hecho nada. Segundo, tú no tienes autoridad para decidir eso.

Beatríz le devolvió la mirada retadora.

–Tengo autoridad para llevarlo a la próxima reunión. Si el Comité lo aprueba, sólo tú estarás en contra. Y necesitamos esa pancarta, Pedro.

–No me gustan los chantajes. Además, ¿Qué pasa con tu amiga Bianca? Al Comité de Comportamiento Ético no le gustará que haya una echadora de cartas en la feria.

¿El Comité de Comportamiento Ético? Eso no sonaba nada bien. Y, por su expresión, Beatríz parecía pensar lo mismo. El empleado se había puesto pálido. ¿Sería el mismo Comité que intentaba echar del parque a Darío y Bernardo? A Paula no le gustaba nada cómo sonaba eso.

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