martes, 7 de mayo de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 9

—¿Vas a dejarme entrar o tengo que pasar la noche aquí fuera? —preguntó Paula.

Pedro no pudo evitar sonreír al pensar que era tan descarada como su hermana Luciana. Y cuando ella se humedeció los labios, sintió un golpe de calor en la ingle.

—Claro que puedes entrar. Pasa —Pedro se agachó para tomar su maleta.

—Muchas gracias —dijo Paula.

Y entró. Su perfume envolvió a Pedro, alimentando sus sensuales pensamientos. Ella lo miró de soslayo.

—¿Cuál es mi habitación?

—En el segundo piso —dijo él, con una media sonrisa—. Sígueme.

Subieron la escalera y avanzaron por un corredor con dormitorios a ambos lados. Su hermana Carolina era la decoradora de la familia, y Pedro le había dejado hacer a su antojo. Al llegar a la habitación que iba a ser el dormitorio de Paula, se echó a un lado para dejarle pasar. Por la expresión de su rostro, supo que había acertado con la elección. Que le gustara significaba que era una mujer de encajes y tonos suaves. Mientras ella miraba a su alrededor, él dejó la maleta sobre la cama. Iba a marcharse, pero la expresión absorta de Paula le hizo detenerse. Era el efecto que el trabajo de Carolina tenía en la gente, y una vez más le sirvió para confirmar que el dinero que le había costado su educación había estado bien invertido.

—Quienquiera que haya decorado esta parte de la casa ha hecho un magnífico trabajo —dijo Paula, mirándolo.

Al ver que él la miraba con la misma intensidad que aquella mañana, le faltó el aire. Por más que quisiera negarlo o pensar que no eran más que imaginaciones suyas, había algo entre ellos, y ese algo le hacía arder de deseo y endurecía sus pezones. Deslizó la mirada hacia abajo y le alegró comprobar que ella no era la única alterada. Pedro estaba excitado. Muy excitado. Y ni podía ni parecía querer disimularlo. Paula volvió a mirarlo a los ojos y descubrió en ellos la promesa de noches ardientes, llenas de sensualidad y de besos que empezarían en su boca y acabarían entre sus muslos, con un estallido que sacudiría cada célula de su cuerpo. Paula tomó aire con la seguridad de que había leído todo eso en los ojos de Pedro, y de que no se trataba de ninguna invención. Al instante vió algo más en esos mismos ojos: la advertencia de que si no podía aguantar el calor, no se acercara a la llama. Tomó aire. ¿Sería Pedro Alfonso el primer hombre al que no podría dominar?

—Te dejo para que puedas instalarte —dijo él finalmente, rompiendo la tensión sexual que se había creado. Paula, que se había quedado sin habla, se limitó a asentir—. Buenas noches, Paula.

Ella se quedó mirándolo mientras se iba. La única solución posible era que se fuera de su casa, se decía Pedro varias horas más tarde, recorriendo su dormitorio arriba y abajo. Lo que había sucedido en el dormitorio de invitados no podía repetirse. Había estado a punto de cruzar la habitación y besar a Paula hasta saciar el deseo que le provocaba y que seguía sintiendo en aquel instante. Imaginar sus lenguas entrelazadas mientras la estrechaba con fuerza contra su pecho lo excitó hasta un punto doloroso. ¿De dónde había brotado aquella pasión? Prácticamente lo había transformado en una marioneta sin capacidad de raciocinio y no comprendía cómo lo había conseguido. Lo cierto era que se había sentido atraído sexualmente por ella desde el momento en que la vió, que nada más posar sus ojos en ella la sangre se le había acelerado y una corriente lo había recorrido de abajo arriba con la fuerza de una erupción volcánica. Cada célula, cada hueso y cada músculo de su cuerpo se habían visto afectados. Durante el almuerzo, esas sensaciones apenas habían remitido. Por eso Nicolás había notado que no dejaba de mirarla, y Pedro empezaba a sospechar que Leandro y Daniel habían dejado de coquetear con ella porque habían notado su interés, y no porque se dieran por vencidos.

Se frotó la cara con un gruñido de frustración. Mientras ella debía estar durmiendo plácidamente, él estaba en vela, recorriendo la habitación como un tigre enjaulado y con una erección que le impedía dormir. Llegó a plantearse seriamente echarla aquella misma noche, y el solo hecho de que se le pasara esa idea por la cabeza le hizo darse cuenta de que estaba al borde del abismo. De todos sus hermanos, era el que menos interés mostraba por las mujeres, y menos aún durante el último año, en el que se había dedicado en cuerpo y alma a su trabajo. Por otro lado, no tenía ningún interés en ganarse la reputación de conquistador que tenían algunos de ellos. Al menos ya había logrado convencerlos de que su desinterés por las mujeres no tenía nada que ver con Micaela McKay, la mujer que lo había dejado en el altar, ante doscientos invitados, diez años atrás. Lo más triste era que su familia la tenía mucho cariño hasta que descubrieron por qué lo había dejado. Confesó haber tenido una aventura de la que se había quedado embarazada, y había sido lo bastante honesta como para decir la verdad en lugar de hacerle creer que era su hijo. Pero lo que nadie de su familia sabía era que si se había decidido a casarse con ella no era por amor, sino por sentido de la responsabilidad, así que la cancelación había sido más una bendición que un castigo.  Respiró profundamente. De lo que no cabía duda era de que Danielle jamás le había excitado como lo hacía Paula. Fue hacia la cama maldiciendo. Apenas le quedaba unas horas por delante antes de una dura jornada de trabajo. Los cotilleos viajaban a toda velocidad en Territorio Alfonso  y la noticia de lo guapa que era su nueva cocinera ya se habría extendido. Probablemente se habían hecho apuestas sobre cuánto tardaría en echarla. Y ganaría quien hubiera apostado que sería pronto, porque no pensaba retrasar la llamada a la agencia ni un solo día más.

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