jueves, 23 de mayo de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 29

Pedro echó la cabeza hacia atrás para mirarla a los ojos al tiempo que le bajaba las bragas. Cuando ella levantó los pies para dejarlas en el suelo, él la recorrió con la mirada con la respiración entrecortada. Estaba hechizado. Las piernas de Paula parecían interminables. Eran preciosas, bien torneadas, seductoras. Eran tan suaves como la seda y no debían ser escondidas bajo unas mallas. Sin poder resistir ni un segundo más, se las acarició, deleitándose con el tacto de su piel. Eran unas piernas tan excepcionales que con sólo mirarlas se le endurecía el sexo. Y las quería anudadas a sus caderas, sujetándolo con fuerza mientras él se mecía en su interior. Pero antes quería saborearla. Sujetándola de nuevo por las caderas, inclinó su boca hacia su centro. Ella abrió los muslos instintivamente y cuando él metió la lengua en su interior, se aferró a él como si fuera a perder el equilibrio. Pedro la acarició lentamente, chupando y succionando con una intensidad que él mismo sintió atravesarlo hasta llegar a la punta de su sexo en erección. Ella  empezó a mecerse contra su lengua mientras él la asía con firmeza por las caderas antes de llevar las manos a su trasero para pegarla aún más a su boca. Ella puso sus manos a ambos lados de la cabeza de él y gimió su nombre una y otra vez antes de empezar a sacudirse. Pedro pudo sentirla, saborear su explosión. Y no quiso apartar su boca de ella hasta saciarse de su sabor. Unos segundos más tarde, apartó su boca y delicadamente arrastró a Paula al suelo.

—Deliciosa —dijo, mirándola fijamente mientras se relamía.

Era más que deliciosa. Paula era increíble. Su calor y su sabor permanecían en su lengua. Y en aquel instante Pedro sintió algo en su interior y necesitó urgentemente perderse en ella. Con un gemido atrapó su boca. Iba a poseerla, a sentir el placer de su cuerpo, a explotar con ella. Y solo pensarlo una pulsante sensación se apoderó de su sexo. Se quitó los pantalones precipitadamente mientras Paula aumentaba su ansiedad al mordisquearle los hombros. Él dejó escapar un gemido cuando sintió un mordisco. Ella lo miró con picardía.

—Te voy hacer pagar por eso —dijo él con voz cavernosa, atrayéndola hacia sí.

—¿Preservativo?

—Maldita sea —que Paula mencionara la necesidad de protección le hizo darse cuenta de que estaba fuera de sí.

Buscó en los bolsillos del pantalón y sacó un paquete metálico, sin querer pensar cuánto tiempo llevaba allí. Abriéndolo, se lo puso mientras sentía la mirada de Paula siguiendo cada uno de sus movimientos. Cuando estuvo listo, volvió hacia ella, la abrazó y la besó frenéticamente.  Estaba desorientado. No había esperado sentir una necesidad tan intensa, un ansia tan abrasadora de hacerle el amor como no se lo había hecho a ninguna mujer. Paula hacía aflorar cosas en él que sólo encontrarían satisfacción al perderse en ella. Separó su boca de la de ella. Paula respondía con la misma pasión que él estaba sintiendo, y Pedro no podía esperar más. Acoplando sus cuerpos, se colocó sobre ella, le entreabrió las piernas con la rodilla y, tras sujetarla por las caderas, se adentró en ella de un solo movimiento. El calor de Paula lo envolvió. Sus músculos se contrajeron en torno a su sexo haciendo que el placer se incrementara, acogiéndolo en su interior como si fuera el lugar al que pertenecía. Pedro empezó a moverse con más fuerza, acelerando, profundizando la penetración. Y cuando gritó el nombre de ella, su propia voz le sonó como la explosión de una bomba. Los dos estallaron al unísono, el placer reverberó por sus cuerpos violentamente, y Pedro asió las caderas de Paula con fuerza para adentrarse aún más en ella.

—Paula —repitió, llevando sus manos a su cabello para acariciarlo.

Las oleadas de placer alcanzaron cada rincón de su cuerpo. Y cuando volvió a tomar la boca de Paula, se hizo la promesa de llegar al dormitorio en algún momento de la noche.

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