jueves, 30 de mayo de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 37

Pedro sólo se separó de ella cuando las sacudidas remitieron. Paula yacía exhausta, inerme. Con los ojos entornados, vió que él se ponía en pie y se quitaba la ropa. Admiró su cuerpo desnudo, y ver su sexo firme y poderoso le devolvió la energía y reanimó su deseo.

Pedro fue hasta la mesilla, sacó un preservativo y se lo colocó. Y en cuanto se inclinó para separar las piernas de Paula delicadamente, ésta sintió fuego correrle por las venas. Unos instantes más tarde, la besó con una delicadeza que estuvo a punto de hacerle llorar. Luego, separó sus labios de los de ella y, alzándole las caderas, la penetró profundamente. Ella dejó escapar un gemido de placer al sentirlo dentro de sí y Pedro empezó a mecerse para incrementar su placer.

—Mírame, cariño. Siénteme —dijo Pedro, acariciándole la barbilla.

No había duda de que lo sentía y de que su anhelo era tan intenso como el de él. Pedro aceleró el ritmo y Paula se aferró a él para acompañarlo hasta el final. Y cuando Pedro gimió su nombre, ella tuvo la certeza de que, al menos en la cama, estaban hechos el uno para el otro. Y cuando también ella estalló, habría jurado sentir el néctar de él adentrarse en lo más profundo de su vientre.  Pero eso era imposible porque llevaba puesto un preservativo, así que sólo podía estar imaginándolo.

Un buen rato más tarde yacían uno junto al otro. Paula pegaba toda su espalda al frente de Pedro, que cruzaba su brazo sobre la cintura de ella. Se sentía saciada, relajada, segura. Después de la primera vez, Pedro había ido al cuarto de baño y, por si acaso, se había puesto otro preservativo, dispuesto para una noche tan activa como la anterior. Comprobar que su deseo era tan intenso como el de ella, había hecho que a ella se le acelerara el corazón. Dejando escapar un suspiro, se dijo que no podía esperar a decirle la verdad. Aunque temiera las consecuencias, no podía retrasarlo ni un minuto más. Le explicaría que ya no quería que posara para la revista ni escribir un artículo sobre él. Convencida de que sería mejor hacerlo cuanto antes, se giró en la cama.

—Pedro —dijo con voz ronca—, tengo que decirte una cosa.

Pedro posó un dedo sobre sus labios. Conociendo como conocía a sus hermanas, sospechaba que la habrían presionado y quizá quería aclararle que para ella lo que estaba pasando no era particularmente serio. Y aunque la comprendía, no quería que todavía llegara ese momento. Ya tendrían tiempo de hablar el final de la semana. Entonces podría contarle sus planes de futuro, explicarle que quería seguir viéndola, salir con ella, hacerle el amor. Recordó su conversación con Marcos y se dió cuenta de que claro que quería que fuera ese tipo de relación, aunque inicialmente no hubiera querido darle importancia.

—Por favor, dejemos las conversaciones serias para más adelante. Necesito conservar la paz que he encontrado contigo, Paula. ¿Te importa esperar un poco?

Paula asintió lentamente.

—Sí, puedo esperar.

—Además —continuó Pedro—, está a punto de terminar la esquila y las ovejas que no están preñadas han de ser trasladadas a otros pastos y…

—¿Tienes muchas ovejas preñadas?

—Casi la mitad del rebaño —dijo Pedro, sonriendo al ver su cara de sorpresa.

—¿Cómo es posible que se queden todas a la vez?

—Porque se organiza de esa forma. Las hembras se ponen junto a los machos durante el celo, y a los cinco meses nacen las crías. Paren todas en un periodo de dos semanas.

—¡Caramba!

Pedro rió. Le agradaba que Paula sintiera curiosidad por el rancho.

—Mientras, las ovejas que no están preñadas y los machos castrados son trasladados a otras tierras para los próximos meses.

Pedro tuvo una súbita idea.

—Uno de mis hombres, Ramiro Overton, no va a poder empezar a conducir ganado hasta el domingo por la mañana, así que voy a ir a sustituirlo el sábado por la mañana para hacer los preparativos. ¿Quieres venir conmigo? Estaremos de vuelta el domingo al mediodía.

Paula sonrió. Había intentado decirle la verdad, pero él había preferido posponer cualquier asunto serio para el final de su estancia en el rancho. Para ella era lo más conveniente, pues estaba convencida de que Pedro se enfurecería y quizá no querría volver a verla. Incorporándose, rodeó su cuello con los brazos y dijo:

—Iré contigo encantada.

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