martes, 21 de mayo de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 26

Pedro abrió la cortina y miró por la ventana por enésima vez en la última hora. ¿Dónde estaba? En la nota decía que volvería el domingo por la tarde, pero era de noche mucho antes de la diez y la última vez que miró el reloj eran cerca de las once. Para evitar la tentación de llamarla, había tirado el teléfono que le dejó, pero en aquel momento empezaba a preocuparse de que le hubiera sucedido algo. Había llovido y la carretera podía ser peligrosa cuando estaba mojada. Dejó caer la cortina y volvió a pasear por la habitación arriba y abajo. Hasta ese momento no había sido consciente de lo poco que sabía de Paula, excepto que era la mujer que más lo excitaba en el mundo. Bueno, también sabía que era una excelente cocinera y extremadamente hermosa, que tenía un cuerpo espectacular, aunque todavía no había conseguido verle las piernas, y que se llevaba excelentemente con sus hombres, como había demostrado al hacer una tarta de chocolate para celebrar el treinta cumpleaños de Sergio Lawrence.

Además, sabía el efecto que tenía sobre él cuando la observaba durante unos minutos, la adicción que le había creado el sabor de su boca y el placer que representaba oler su aroma. Pero por encima de todo eso, había logrado algo que ninguna otra mujer había conseguido antes: encender su pasión.  Quería saber qué se sentía al perderse en su interior, al sentir su calor, su cuerpo y sus piernas rodeándolo, penetrarla con una enorme erección y dejar que sus codiciosas manos se apoderaran de sus senos. Apretó los puños. Tenía fama de ser el Alfonso más asexuado y sin embargo, el corazón le latía desbocadamente con sólo imaginar haciendo todo eso con Paula. Ni siquiera recordaba haber estado tan excitado en toda su vida. Y lo peor era que en lugar de intentar evitar esos pensamientos, se preguntaba qué sucedería si los llevaba a la práctica, si se dejaba llevar por el impulso. Quería…

Sus reflexiones se vieron interrumpidas por el ruido de un motor. Miró por la ventana y vió que se trataba de Paula. Dejó caer la cortina. Llegaba tarde. Decidió no prestar atención al alivio que sintió al comprobar que no le había sucedido nada y se aferró al enfado. Al menos, podía haberse molestado en llamar para avisar que volvería tarde. Se cruzó de brazos. Tendría que darle alguna explicación. ¡Cómo se atrevía a preocuparlo! Su aroma perfumó la habitación en cuanto abrió la puerta. Pedro intentó mostrarse indiferente, pero supo que no podría hacerlo cuando vió que llevaba una blusa blanca y una minifalda vaquera sin mallas.

Paula cerró la puerta y en cuanto vió la actitud de Pedro supo que tendría problemas. De hecho, había vuelto tarde para evitar coincidir con él. Pedro llevaba unos vaqueros que parecían hechos a su medida y parecía no haberse afeitado en varios días. La sombra de su mentón le favorecía, dándole un aspecto aún más sexy de lo habitual. Arrancando la mirada de su cuerpo, lo miró a los ojos, preguntándose cuál sería el motivo de su evidente animosidad. Antes de marcharse había dejado la casa en perfecto orden; incluso había lavado sus sábanas a pesar de que él le había dicho que una asistenta acudía a ocuparse de esas labores durante el fin de semana. Por otro lado, ¿Por qué le miraba las piernas como si nunca hubiera visto a una mujer con falda? Si pensaba decirle algo sobre su indumentaria, no se mordería la lengua. Decidió enfrentarse a él.

—¿Pasa algo? —preguntó, alzando la barbilla. Pedro siguió mirándole las piernas—. Pedro, te he hecho una pregunta.

Él alzó la mirada hasta su rostro.

—Llegas tarde. Dijiste que vendrías el domingo por la tarde, y son las once.

Paula dejó la bolsa de viaje en el suelo.

—¿Y? Que yo sepa hoy no es día de trabajo. Mientras esté aquí para el desayuno, puedo hacer lo que quiera.

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