—Vamos, dime qué te ha parecido Federico.
Paula sonrió. Era la tercera vez que Sofía le preguntaba la misma pregunta en el fin de semana.
—Ya te lo he dicho, pero no me importa repetirlo. Es muy guapo y me cae muy bien. Él, Tomás y Juan suelen venir a desayunar y comer, y bromean constantemente —vió la mirada de tristeza de Sofía. Acababan de cenar después de ir al cine—. Sabes que no te costaría nada llamar su atención.
—Eso lo dices tú porque, al contrario que yo, eres muy atrevida y consigues lo que te propongas.
Paula puso los brazos en jarras.
—¿Qué piensas hacer entonces? ¿Esperar a que necesite más pintura y tener la suerte de coincidir en la tienda de tu padre?
Sofía se dejó caer sobre el sofá con gesto abatido.
—Claro que no —luego alzó la mirada—. Pero ya basta de mí. ¿Cómo te va en tu intento de convencer a Pedro?
Paula sacudió la cabeza.
—No demasiado bien. Me evita como si fuera una plaga.
—¿Por qué?
—Hay demasiada tensión sexual entre nosotros —dijo Paula, sonriendo.
—¡Qué suerte!
Paula se apoyó en el respaldo del sofá y cerró los ojos. El problema era que Pedro apenas aparecía por casa. Tomaba el café de la mañana y se marchaba; iba a comer y salía en cuanto terminaba. Por las noches, llegaba tarde para asegurarse de que ella ya se había acostado. Ni siquiera se habían cruzado antes del fin de semana. Le había dejado un mensaje en la mesa de la cocina anunciándole que volvería el domingo por la tarde. Sonrió. Y había dejado el teléfono encendido con la esperanza de que encontrara alguna excusa para llamarla.
—Vamos, Pau. Me estás ocultando algo. Abre los ojos y cuéntamelo.
Paula abrió los ojos. Tenía una sospecha de lo que estaba pasando, pero no creía que fuera una buena idea contarle a su amiga que tal vez también ella estaba interesada en un Alfonso.
—Deja de preocuparte. No pasa nada.
Y no mentía. No había conseguido avanzar ni un milímetro en su campaña para conseguir que Pedro protagonizara el número especial de la revista. Hubiera química entre ellos o no, tenía que conseguir que dejara de evitarla. Y si le contaba la verdad, no dudaba de que Pedro le haría salir de su propiedad sin titubear.
Se puso en pie.
—Es tarde y mañana quiero levantarme temprano.
—Yo también. Mamá y papá nos han invitado a comer, y luego la tía Marta quiere que la visitemos.
—Muy bien. Iré al rancho desde la casa de tu tía.
Era su última semana en el rancho, y tenía que conseguir su objetivo. Aquella noche Paula permaneció en vela, recordando imágenes de Pedro con el torso desnudo, sujetando un cordero con sus musculosos brazos, charlando con sus hombres, bromeando, demostrando lo buen jefe que era. Tenía que admitir que era el único hombre capaz de hacer que, literalmente, se le hiciera la boca agua. Se revolvió en la cama. Y no podía negar que lo echaba de menos, que echaba de menos el rancho y, lo que era aún más increíble, que echaba de menos cocinar para los hombres, que siempre se mostraban tan agradecidos y halagadores. Cerró los ojos sin dejar de pensar en él y en cuánto le alegraría verlo al día siguiente.
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