—Gracias —se había quedado en el despacho para concluir los informes que no había podido acabar la noche anterior.
Por las voces que le llegaban desde el comedor, había deducido que sus trabajadores disfrutaban el desayuno y estaban ansiosos porque llegara la hora de almuerzo. Se sentó a la mesa y observó a Paula, preguntándose si habría alguna verdad en las especulaciones de Nicolás. ¿Podía ser verdad que huyera de un hombre?
—¿Cómo quieres los huevos, Pedro?
Pedro parpadeó.
—Perdona, ¿Has preguntado algo?
—Si quieres los huevos revueltos o fritos.
Pedro tuvo que morderse la lengua para no decir que los quería sobre ella. Paula llevaba una falda corta, pero otra vez se había puesto mallas. ¿Qué les pasaba a las mujeres para empeñarse en estropear sus piernas con esa prenda en lugar de dejar ver un poco de piel desnuda? Y aunque no había visto las de Paula, estaba seguro de que lo excitarían en la misma medida que lo hacía el resto de su cuerpo, como lo hacía en aquel mismo momento ver cómo se ajustaba su falda a su trasero; un trasero que no le costaba imaginar contra su pelvis, en la cama, mientras le mordisqueaba el cuello…
—¿Pedro?
—¿Qué? —preguntó él, parpadeando de nuevo.
—Que cómo quieres los huevos.
—Fritos, por favor.
La observó mientras trabajaba. Era evidente que sabía manejar la sartén y que rompía los huevos como una profesional. Debía haber aprendido sus habilidades en una escuela de cocina y, de ser así, Pedro no entendía por qué no estaba trabajando en un restaurante de primera en lugar de en un rancho a las afueras de Denver. Sólo había una manera de averiguarlo. En su experiencia con las mujeres, si se charlaba con ellas, acababan contando sus más íntimos secretos. Excepto sus hermanas Sonia y Carolina. La estudió mientras preparaba los huevos y concluyó que no tenía el aspecto de una mujer sometida a ninguna tensión, sino que estaba tranquila y parecía disfrutar de lo que hacía. Era una mujer extremadamente hermosa, de piel tostada, con unos ojos preciosos, una nariz encantadora y unos labios que estaba ansioso por probar. El cabello, marrón oscuro, le caía en delicados tirabuzones hasta los hombros. No le costaba imaginar aquel cabello extendido sobre su almohada y aquellos ojos mirándolo con el brillo de la excitación cuando le abriera los muslos para oler su perfume de mujer y contemplarla mientras lo esperaba ansiosa, húmeda y caliente. La oleada de deseo que lo invadió fue tan violenta que casi se quedó sin respiración. Miró por la ventana ordenándose pensar en otra cosa. La letra del tractor que aún quedaba pendiente de pago, el empeño de Carolina de decorar el resto de la casa… cualquier cosa menos en hacer el amor con Paula. Considerando que había recuperado cierto grado de control sobre su libido, volvió a mirarla. Aunque supiera manejar los utensilios de cocina, tenía un aire refinado que hacía pensar en que le correspondía más ser servida que servir.
—¿Estás casada?
Paula le lanzó una rápida mirada antes de volver su atención a los huevos.
—No.
—¿Seguro?
Paula lo miró como si se hubiera vuelto loco.
—Pues claro que estoy segura —alzó la mano—. ¿Ves? No llevo anillo.
Pedro se encogió de hombros.
—En estos tiempos eso no significa nada.
Frunciendo el ceño, Paula pasó los huevos a un plato.
—Para mí sí.
—De acuerdo, así que no estás casada. ¿Tienes una relación seria?
Paula dejó el plato delante de él.
—¿Hay algún motivo para que me hagas estas preguntas?
Pedro sonrió. Paula era lo bastante mayor como para no andarse con rodeos.
—Desde luego que sí: porque cuando por fin te bese, no quiero estar pensando que tu boca le pertenece a otro.
Paula se quedó muda. Luego abrió la boca, pero acabó por apretar los labios. Pedro rió.
—Apretar los labios no te va salvar de que te obligue a abrirlos para besarte si eso es lo que quiero, Paula.
Paula se cruzó de brazos.
—¿Ha pasado algo que justifique esta locura?
—¿Así es como lo llamas, locura? —preguntó él, empezando a comer.
Paula alzó la barbilla y lo miró con indignación.
—¿Se te ocurre otra manera de llamarlo?
—¿Hambre?
Paula frunció el ceño.
—¿Hambre?
—Sí, hambre sexual. Necesito que dejes de obsesionarme y creo que lo conseguiré si te beso.
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