Durante los días que siguieron, Paula tuvo que aceptar que estaba enamorándose de Pedro. Dormían juntos cada noche y se levantaban al amanecer para preparar el desayuno entre los dos. Durante esas horas, él hablaba más de sí mismo y de su familia que el resto del día. Cinco de sus hermanos eran menores de edad cuando sus padres y murieron, y Marcos se había encontrado en una situación similar. La admiración de ella aumentó al conocer las anécdotas de aquellos difíciles años. Pedro también hablaba de su trabajo. Una tarde dieron un paseo por el rancho y le enseñó las parideras en las que en menos de una semana nacerían los corderos. También la había llevado a ver a los hombres a esquilar y a los perros conduciendo ganado, y se había quedado fascinada. Acababa de colgar la última cazuela en el escurridor cuando el sonido de la puerta le hizo volverse. Pedro fue directo a ella y la besó. Paula le devolvió el beso haciendo oídos sordos a la voz interior que susurraba lo difícil que le iba a resultar marcharse al final de la semana. Para ignorarla, se estrechó contra él y se entregó a su beso con toda la pasión de que era capaz. Unos segundos más tarde, él echó hacia atrás la cabeza.
—¿Por qué sabes siempre tan dulce? —preguntó.
Paula sacudió la cabeza y sonrió.
—Por la misma razón que tú tienes un sabor delicioso —dijo. Y para demostrárselo, le pasó la lengua por la comisura de los labios.
Por la forma en que brillaron los ojos de Pedro, supo al instante lo que estaba pensando.
—Haciendo cosas así te vas a meter en un lío —dijo él, estrechándola en sus brazos.
—No sé por qué —replicó ella, sonriendo con picardía.
—Ya te lo demostraré —Pedro dió un paso hacia atrás—, pero todavía no. Antes tengo que decirte que nos han invitado a cenar.
—¿A cenar? —preguntó ella, enarcando las cejas.
—Sí, mi primo Marcos y Pamela quieren conocerte.
Paula tuvo un ataque de pánico. Prefería no implicar a más miembros de la familia de Pedro en sus mentiras. Sentía afecto por todos ellos, y estaba segura de que Marcos también le gustaría.
—¿Por qué quieren conocerme? —preguntó, inquieta ante la idea de conocer al hombre al que Pedro se sentía tan unido.
—Porqué han oído muchas cosas positivas sobre tí y quieren conocerte en persona.
Paula no supo qué decir. También ella sentía curiosidad por conocerlos.
—Seguro que Juan les ha dicho que hago los huevos fritos a la perfección — bromeó.
—Puede ser —Pedro rió—. O puede que hayan sido mis hermanas o mis hermanos. Están todos muy impresionados contigo.
Paula miró al suelo. En cualquier otra ocasión, se habría sentido halagada de gustar a la familia del hombre al que amaba, pero dadas las circunstancias, se sentía incómoda. Cuando supieran la verdad, todos pensarían que había engañado a Pedro. Sofía había tenido razón tal y como ella había comprobado por sí misma: los Alfonso formaban una piña. Quien traicionaba a uno de ellos, traicionaba a todos.
—¿Les digo que sí o que no? —preguntó Pedro.
Chloe habría querido inventarse alguna excusa, pero en el fondo estaba deseando conocer a todos los seres queridos del hombre del que se había enamorado.
—Claro que iré contigo —dijo, tras dar un profundo suspiro.
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