En cuanto se fueron los últimos coches, Paula se volvió hacia Pedro, que la observaba desde el umbral de la puerta. Los hombres habían llegado a almorzar puntuales y las hermanas de Pedro se habían quedado a comer con ellos. Tomás, Federico, Juan y Nicolás se unieron al grupo. Cuando acabaron, las hermanas de Pedro y éste ayudaron a recoger, por lo que la cocina quedó limpia en menos de media hora. Luego Pedro animó a sus hermanas a que se marcharan y éstas, que comprendieron la indirecta, se llevaron consigo a Federico, Juan y Tomás. Nicolás, por su parte, volvió a la planta de esquilar con los trabajadores. Así que por primera vez desde que se habían levantado, Pedro y Paula estaban a solas. En cuanto se miraron, Paula recordó la boca de Pedro recorriéndole el cuerpo, devorando sus senos, mordisqueando el interior de sus muslos. Tomó aire mientras pensaba en la perfección de sus dos cuerpos unidos, en las sensaciones que él le había hecho sentir al moverse en su interior… Era un amante apasionado e imaginativo. No necesitaba que apareciera en ninguna revista para saber de primera mano que era un hombre irresistible.
—Ven aquí, Paula.
Sus palabras, pronunciadas con un cálido aliento, flotaron en el aire hasta llegar a Paula con la misma intensidad que sus caricias de la noche anterior. Sin titubear, caminó directa a sus brazos y cuando él la cobijó, alzó el rostro con ojos brillantes. Él agachó la cabeza para besarla, y con el beso, todo su cuerpo se activó. Sus senos se acomodaron contra el pecho de Pedro y sus muslos acomodaron su sexo en erección. Unos instantes después sus bocas se separaron y Paula se asió a los hombros de él para mantener el equilibrio.
—Te haría el amor aquí mismo —dijo él—, pero no quiero arriesgarme a que nos interrumpan.
Por la expresión de su rostro, Paula supo que no mentía, que la deseaba tanto como ella a él.
—Entonces tendremos que ir arriba —susurró ella con voz ronca.
Sin decir nada, Pedro la miró fijamente y, tomándola en brazos, la llevó hacia las escaleras. En el dormitorio, la dejó sobre la cama y dió un paso atrás. Quería mirarla, estudiarla, analizar a la mujer que le había cambiado la vida hasta el punto de que deseaba hacerle el amor a las tres de la tarde en lugar de atender al rancho en la temporada más importante del año. Pero en aquel momento lo más importante para él era perderse en Paula, unir su cuerpo al de ella, sentir sus músculos apretándolo. Sólo pensarlo le excitaba de tal manera que habría querido arrancarle la ropa y penetrarla, permanecer en su interior el resto de su vida. La miró. Quería sentirla húmeda, caliente. Se sentó y le pasó la lengua por el labio inferior. Había algo en su boca que le creaba adicción. Quería saborearla como había hecho la noche anterior, saciarse de ella. Le quitó la camisa y vio que sus pezones endurecidos se apretaban contra el sujetador de encaje rosa. Se preguntó si las braguitas serían del mismo color. La noche anterior llevaba un conjunto verde y la combinación le había resultado extremadamente sexy.
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