—Está bien, cariño. Diana quiere hablar contigo.
Veinte minutos más tarde Paula colgaba el teléfono tras hablar con la que sería su madrastra sobre los planes de boda, aunque antes de tomar cualquier decisión definitiva, tendrían que consultar con Valentina. Se acurrucó en la cama, deseando que su vida fuera tan feliz y plena como la de su padre. Tomó aire preguntándose de dónde habría salido aquel sentimiento. Suponía que de la llamada de su padre y de la conversación que había mantenido sobre el matrimonio con Pedro. Hacía mucho que no pensaba en ese tema, pero siempre había pensado que, llegado el día, querría formar una familia. Al romper con Pablo, no había renunciado a ese sueño, y aunque no formara parte de sus planes inmediatos, el deseo permanecía latente en alguna parte de su cerebro. ¿Acaso no le sucedía lo mismo a todas las mujeres? Incluso ella, que estaba decidida a alcanzar el éxito con su revista, estaba convencida de que encontraría al hombre adecuado. Y también estaba segura de que no sería ganadero. Pero si eso era verdad…¿Por qué iba a la cama cada noche pensando en él? ¿Por qué lo último que veían sus ojos antes de cerrarse era un par de penetrantes ojos marrones observándola como si pudiera acariciar su alma?
Cerró los ojos. Como en aquel mismo instante. Lo veía con las piernas extendidas ante sí, el sombrero puesto, más sexy de lo que ningún hombre tenía derecho a ser. Tanto, que había tenido que reprimir más de una vez el impulso de levantarse del sofá e ir a acurrucarse en su regazo, ronroneando. Abrió los ojos lentamente, sintiéndose aliviada por no haberse dejado llevar por el impulso. Gracias a que Pedro había querido irritarla, la había ayudado a no comportarse como una auténtica idiota, así que debía estarle agradecida. También la historia de su bisabuelo le había servido para concentrase en algo que no fuera él. Paula estaba segura de que era una historia apasionante y se preguntó por qué no habría averiguado algo antes del bisabuelo Alfonso. De haber salido en alguna de sus búsquedas en Internet, se habría fijado. Por eso mismo era más interesante. Y con seguridad, una historia que apasionaría a sus lectores, incitándoles a buscar en sus propios árboles genealógicos. Se removió en la cama. Conseguiría que Pedro le contara toda la historia. Y si no lo hacía él, lo haría alguno de sus hermanos o de sus primos. Al marcharse, Tomás se había despedido con una sonrisa y una inclinación del sombrero, prometiéndole que se verían en el desayuno. Paula sacudió la cabeza. El único Alfonso que verdaderamente le interesaba debía estar en aquel momento durmiendo apaciblemente a apenas unos metros de su dormitorio.
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