Pedro durmió más de lo habitual a la mañana siguiente. Sólo al oír la voz de su hermano Tomás se dió cuenta de que estaba solo en la cama. Paula se debía haber levantado mientras dormía. Se incorporó. Había planeado ayudarla a preparar el desayuno. Era lo menos que podía hacer después de haberla mantenido despierta toda la noche con su voraz apetito sexual. Miró el reloj de camino a la ducha y frunció el ceño. ¿Qué hacia Tomás allí si apenas habían dado las cuatro? Y con él estarían Federico y Juan, puesto que siempre se movían en bloque. Lo cual significaba que también podría encontrarse a Nicolás. Los cuatro habían aparecido en el rancho muy temprano toda la semana anterior. De hecho, ése era uno de los motivos por los que había tratado de evitar a Paula. Pero eso se había acabado, y mientras se metía en la ducha se dijo que ya no habría distancia entre los dos.
—Vamos, Paula, es imposible que mi hermano esté durmiendo. Es incapaz de dormir hasta tan tarde —dijo Tomás. Se llevó la taza a los labios y la miró por encima del borde con mirada risueña—. A no ser que… —en lugar de terminar la frase, dió un sorbo al café.
A Paula le alivió que Juan, Federico y Nicolás continuaran charlando sin prestar atención a las insinuaciones de Tomás, aunque suponía que se hacían las mismas preguntas que él. Quizá también se preguntaban por qué ella llevaba un pañuelo al cuello al que se llevó la mano mecánicamente para asegurarse de que le cubría las marcas dejadas por Pedro en él. Al vérselas en el espejo, llegó a preguntarse si él las había hecho como marca de posesión, y sólo pensar en esa posibilidad había hecho que un escalofrío le recorriera la espalda.
—Ya era hora, Pedro, ¿Estás enfermo o qué?
Paula percibió la sorna con la que Federico recibió a Pedro. Llevaba unos vaqueros holgados y el torso desnudo. También iba descalzo y unas gotas en el vello del pecho evidenciaban que acababa de ducharse.
Sin prestar atención a los hombres, Pedro la miró fijamente y, caminando hacia ella, le dió un beso antes de que Paula supiera qué iba a hacer. En la habitación de produjo un silencio sepulcral, o al menos eso le pareció a ella. No se trató de un beso largo, pero su significado delante de público, era evidente. Tras separar sus labios de los de ella, continuó mirándola con una amplia sonrisa.
—Buenos días, Paula.
Ella tuvo que hacer un esfuerzo para recuperar la respiración.
—Buenos días, Pedro.
Manteniendo las manos alrededor de la cintura de Paula, Pedro se dirigió a los hombres.
—¿Hay alguna razón para que crean que tienen trato preferencial en esta casa cuando tres de ustedes ni siquiera trabajan para mí?
Tomás sonrió.
—Pero somos de la familia.
Pedro asintió.
—Estará bien que lo recuerdes en el futuro cuando trates con Paula.
Federico alzó una ceja.
—¿Así van a ser las cosas a partir de ahora?
—Sí —elijo Pedro poniéndose serio.
Paula observaba a Pedro tan atentamente que perdió parte del intercambio, pero al volverse hacia los hombres vió que la miraban de manera diferente y, automáticamente, se ajustó el pañuelo al cuello. Consciente de que se había creado cierta tensión, se separó de Pedro diciendo:
—Deberías ponerte una camisa. Voy a freír beicon y no me gustaría que te saltara el aceite.
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