Pedro se tensó. Paula tenía razón, así que dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.
—Esta es mi casa.
Paula pareció sorprenderse.
—¿Y has decretado un toque de queda?
—No se trata de eso, pero ya que te has retrasado, podías haber tenido la consideración de llamar.
Paula clavó la mirada en sus ojos. ¿Consideración? Sintió que la sangre le hervía. ¿Cómo se atrevía a usar esa palabra? Cruzó la habitación hasta plantarse delante de él.
—Hablemos de consideración, Pedro. Si hubieras tenido la consideración de estar aquí cuando me fui en lugar de evitarme como si fuera la peste, no habría tenido que dejarte una nota.
A Pedro le desconcertó la rabia de Paula cuando no encontraba motivo para que estuviera enfadada. No era ella quien llevaba varias noches en vela, sabiendo que dormía varias puertas más adelante en el mismo corredor. ¡Ni siquiera sabía que si la evitaba era porque en cuanto la veía sufría una erección que tardaba tiempo en pasársele! De hecho, estaba harto de pasar las tardes en cualquier sitio con tal de evitar la tentación de convertir en realidad sus fantasías sexuales; estaba cansado físicamente de la revolución hormonal que padecía y de la frenética ansiedad con la que deseaba hacerle el amor hasta quedar ambos exhaustos. Dió un paso adelante en actitud amenazadora.
—No te enteras, ¿Verdad? —preguntó airado—. Me he mantenido alejado para hacernos un favor a los dos. Si llego a estar aquí, no habrías salido por esa puerta.
Por la forma en que lo miró, supo que a Paula no le gustaron sus palabras. Dió un paso al frente y con el rostro prácticamente pegado al de él, exclamó:
—¿Y qué habrías hecho? ¿Atarme?
Pedro sonrió al pensar en el número de veces que ese pensamiento había cruzado su mente. Nunca le habían interesado ese tipo de cosas, pero con Paula todo parecía posible.
—Teniendo en cuenta cómo he estado toda la semana y cómo estoy ahora mismo, ésa habría sido una buena opción.
Paula lo miró desconcertada dándose cuenta en ese momento del giro sexual que estaba tomando la conversación. La furia la había nublado, pero al prestar más atención, fue consciente del calor que Pedro irradiaba, de la tensión en sus senos y de que la parte más íntima de su cuerpo estaba tan caliente que le quemaba.
—¿Y sabes qué te habría hecho después de atarte, Paula?
Pedro se mordisqueó el labio. Nunca había sido particularmente apasionada, pero en aquel momento le asaltaron imágenes de una crudeza que la dejaron muda,en las que se veía atada a la cama de Pedro, con las piernas entreabiertas mientras él avanzaba sobre ella para penetrarla.
Pedro no esperó a que respondiera.
—Te habría desnudado y te habría lamido todo el cuerpo.
A Paula no le costó creerlo, y al sentir que la entrepierna se le humedecía, apretó las piernas.
—¿Pero sabes en qué parte me detendría, Paula, dónde te dedicaría más tiempo para darte el mayor placer posible?
Al no recibir respuesta, Pedro se inclinó hacia adelante para susurrarle al oído una detallada descripción que hizo que a Paula le temblaran las piernas.
—Así que —concluyó él con una voz cargada de sensualidad—, si no me deseas tanto como yo a tí, te aconsejo que te vayas, porque no pienso aguantar ni un minuto más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario