martes, 7 de mayo de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 11

—Norma prefiere que lleguen a la hora del almuerzo con hambre —comentó Pedro, interrumpiendo sus pensamientos.

—¿No tendrán hambre igualmente? —preguntó ella, desconcertada.

—Sí.

Paula decidió no preguntar más y aceptar que Norma y ella eran muy distintas, y que su objetivo era conseguir que Pedro se sintiera en deuda con ella por lo bien que había alimentado a sus hombres. Además, volver a pasar tiempo en la cocina le había hecho recordar cuánto disfrutaba cocinando. Oyó el ruido de un motor.

—Parece que ya llegan.

Pedro sacudió la cabeza.

—No, es Nicolás. Siempre llega el primero para reunirse conmigo.

Paula asintió. El día anterior había notado que Nicolás y Pedro mantenían una relación especial, más de amigos que de jefe y empleado.

—Es australiano, ¿Verdad?

Pedro se sirvió una taza de café y lo probó. Hasta el café le sabía mejor hecho por Paula.

—Sí —contestó tras beber.

Sólo un grupo reducido de gente dentro de la familia sabía que Nicolás era millonario y que poseía una gran extensión de tierra en Australia, donde tenía varios ranchos en los que criaba ovejas. Con treinta y cuatro años, era el hijo de un rico australiano y de una afroamericana. Paula no necesitaba saber que donaba a la beneficencia el salario que ganaba en el rancho ni que la única razón de que no hubiera vuelto a su país era que confiaba en conquistar a Carolina. Nicolás lo conocía lo bastante bien como para saber que mantenía una actitud extremadamente protectora hacia sus hermanas, y había tardado todo un año en convencerle de que sus intenciones eran honorables y de que quería casarse con Carolina. Tanto Pedro como Marcos le habían dado su bendición, pero la última palabra la tenía Carolina, quien no había dado la menor señal de estar interesada o de ser consciente de los esfuerzos de aproximación de Nicolás. En opinión de Pedro, eso era una buena señal, dado que ella era de sus tres hermanas la que poseía una personalidad más fuerte, y la que siempre decía que jamás entregaría su corazón a un hombre.

—Parece que lo tienes todo bajo control —dijo a Paula, lanzando una última mirada a su alrededor.

—Siento que dudaras que fuera capaz de conseguirlo.

Paula era aún más descarada que sus hermanas.

—No es eso, Paula. Ayer demostraste tus habilidades con creces.

Ella alzó la barbilla.

—Entonces, ¿Qué te pasa?

Pedro estuvo tentado de decirle que no sabía a qué se refería, pero cambió de idea. Si era honesto, desde que la había visto le había causado problemas y era él quien no sabía cómo comportarse ante una mujer de una sensualidad tan exuberante que le aceleraba la sangre en las venas.En ese mismo momento habría podido cruzar la habitación y besarla. Y supo que si pasaba una noche más bajo su techo, no podría reprimirse. Así que lo justo sería advertirla.

—¿Cuántos años tienes, Paula?

—Veintiocho —dijo ella, sorprendida por la pregunta.

Pedro asintió lentamente, sin apartar la mirada de ella.

—Entonces eres lo bastante mayor como para saber qué me pasa. Pero por si no lo sabes, te lo demostraré luego.

Paula sintió un intenso calor en el vientre al tiempo que se le aceleraba el corazón. Las palabras de Pedro no dejaban lugar a dudas, y las confirmaban sus ojos, en los que se veían promesas que no intentaba ocultar y que estaba decidido a cumplir. Antes de que pudiera responder, llamaron a la puerta y entró Nicolás Austell. Los miró alternativamente y sonrió con complicidad.

—Pedro, Paula, ¿He venido en mal momento?

Paula vió que Pedro fruncía el ceño. Sofía le había hablado de que le gustaba preservar su intimidad, así que era lógico que no le gustara que su amigo fuera testigo de la tensión sexual que había entre ellos.

—En absoluto —dijo Pedro—. Pasa, Nico. Vayamos al despacho.

Dejó la taza sobre la mesa y fue hacia la puerta, pero se detuvo al ver que Nicolás se había parado al llegar a la altura de Paula.

—Estás preciosa, Paula —dijo con una encantadora sonrisa.

Paula lo miró y se preguntó si se trataba de un comentario amable o de un descarado coqueteo.

—Estamos perdiendo el tiempo, Nico. ¿Nos reunimos o qué? —dijo Pedro, malhumorado.

Nicolás miró a Pedro sonriente.

—Ya voy, ya voy —dijo. Y lo siguió fuera de la cocina.

Pedro dió un portazo antes de volverse hacia Nicolás.

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó entre dientes.

Nicolás lo miró con una inocencia que no engañó a su amigo.

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