Paula se quitó los zapatos y se sentó en el sofá antes de ponerse a preparar el almuerzo. Cada día aparecían más hombres y necesitaba recuperar fuerzas antes de entrar en acción de nuevo. Sonrió para sí. Lo cierto era que se estaba encariñando con ellos y que a través de sus conversaciones iba conociendo a Pedro, al que consideraban un jefe justo y considerado, que se preocupaba tanto de ellos como de sus familias. Aquella mañana, él había insistido en que se sentara con ellos al final del desayuno para tomar una taza de café mientras charlaban. Con la información que había recogido a lo largo de los días, el artículo resultaría mucho más interesante. Si no fuera porque no pensaba escribirlo. Suspiró profundamente. Su objetivo había sido convencerlo, pero dado como se habían desarrollado las circunstancias, ya no podía contar con ello. Había cruzado la frontera entre lo profesional y lo personal, y no estaba dispuesta a que Pedro creyera que lo que había sucedido no tenía nada que ver con la revista. Por eso mismo, aquella misma noche le diría la verdad, e incluso le convencería de que le dejara trabajar en el rancho el resto de la semana, al menos hasta que su cocinera volviera al lunes siguiente. Prefería no pensar en cómo reaccionaría cuando averiguara la verdad. No había pretendido que las cosas sucedieran de aquella manera, pero tampoco había hecho nada por evitarlo. Y al pensar que su tiempo juntos se acababa, sentía que el corazón se le iba a partir. La situación se estaba complicando. Ya no sólo mentía a él, sino a los miembros de su familia que había conocido, y las mentiras acabarían por ahogarla. Oyó que llamaban con los nudillos antes de que se abriera la puerta. Se puso en pie y de pronto se encontró bajo la atenta mirada de tres mujeres con los ojos del mismo color que Pedro. No necesitó que se presentaran para saber que eran sus hermanas.
Pedro maldijo entre dientes al llegar al patio y ver los coches de sus hermanas. Sólo había una explicación posible a aquella inesperada visita: habían decidido hacer averiguaciones en persona. Al bajar del vehículo le llegó un delicioso aroma de la cocina. Paula dejaría de trabajar para él aquella semana, y no sabía cómo reaccionarían sus hombres al perderla. Para preparar el terreno, había dejado un mensaje a Norma diciéndole que debían charlar antes de su vuelta. Su actitud tendría que cambiar. Pero lo que le preocupaba realmente era lo que sentía al pensar que ella se iba a marchar. Y eso que, en contra de lo que creía Marcos, no se trataba de que sintiera algo por ella más allá de que le agradara su compañía o de que le gustara el sexo con ella. Él era un hombre solitario, y siempre lo sería. Oyó voces y risas femeninas en cuanto entró. Era evidente que lo estaban pasando bien, y por alguna extraña razón, le alegró que así fuera. Siguiendo el sonido de las voces y el olor a comida, fue a la cocina y contempló la escena desde la puerta. Sus hermanas estaban probando algo que Paula había preparado, mientras ésta removía el contenido de una olla. De no ser porque sabía que no era cierto, habría pensado que se conocían de toda la vida.
—Perdonen que los interrumpa —dijo al ver que no se percataban de su presencia.
Cuatro pares de ojos se posaron sobre él, pero él sólo se fijó en los de Paula, y al verlos, sintió un cosquilleo en la boca del estómago. Tuvo la tentación de actuar igual que lo había hecho aquella mañana delante de sus hermanos, pero las sonrientes caras de sus hermanas escrutándolo lo dejaron paralizado.
—No interrumpes nada —dijo Luciana con dulzura—. Sólo estábamos charlando con Paula para conocernos mejor.
Pedro estuvo punto de señalar que no tenía sentido que se molestaran puesto que Paula se marcharía aquel mismo viernes, pero no lo hizo.
—Como quieran. Yo voy a trabajar a mi despacho.
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