Pedro no recordaba la última vez que había acudido a una reunión familiar con una mujer. Ni siquiera recordaba haber llevado a Micaela, aunque la relación entre ella y su madre era tan buena, que ésta solía invitarla a comer siempre que quería. De hecho, era consciente de que la razón fundamental por la que había empezado a salir con Micaela era por lo bien que le caía a toda su familia. Y después, se sintió en la obligación de casarse con ella porque Micaela lo había esperado durante todos los años de facultad. Sin embargo, como se demostró, en su espera no había sido necesariamente célibe, y se había quedado embarazada. Lo más triste fue que el hombre en cuestión no se casó con ella y había acabado siendo una madre soltera.
Pedro miró a su alrededor diciéndose que en realidad no se trataba de una reunión familiar oficial. Marcos y Pamela les habían invitado a cenar, y él había creído que se trataba de una cena entre los cuatro, pero al llegar se habían encontrado con sus tres hermanas, que no hacían más que sonreírle, encantadas, así como a Tomás, Federico y Juan. El que menos le sorprendió encontrar fue a Nicolás, que siempre aparecería allí donde estaba Carolina.
—Aunque me decepcionaste al no aceptar la oferta de la revista, me has compensado con Paula, Pepe. Me encanta —dijo Luciana.
Pedro se volvió hacia su hermana.
—¿Y qué es lo que te gusta de ella? —preguntó con curiosidad.
—Que me parece perfecta para tí.
A Pedro, que esperaba un discurso elaborado, le sorprendió la sencillez de la explicación, pero quiso saber más.
—¿A qué te refieres?
Luciana se encogió de hombros.
—Es guapa, como tú. Ella sabe cocinar; tú, no. Ella es extrovertida; tú, introvertido. ¿Quieres que siga?
—No.
—Todos sabemos que eres un poco lento, así que, si te interesa, te recomendaría que no te duermas.
—¿Qué te hace pensar que me interesa? —preguntó Pedro, mirando a Paula, que charlaba animadamente con Pamela.
—Que la hayas traído significa mucho —dijo Luciana. Y sin añadir más, se alejó de él.
Pedro estuvo a punto de seguirla y decirle que se equivocaba, pero cuando volvió a mirar a Paula, se preguntó si Luciana no estaría en lo cierto.
Paula miró por enésima vez en la dirección de Pedro antes de continuar con la conversación que sostenían los que la rodeaban, que incluía desde los últimos acontecimientos en política exterior al vestuario de la primera dama en una aparición pública reciente. Pedro había cruzado con ella la mirada en más de una ocasión y le había dedicado una sonrisa que ella había recibido como una caricia… íntima.
—¿Así que eres hija única, Paula?
Paula miró a Carolina y sonrió. Los Alfonso le habían hecho muchas preguntas y había podido contestar sin tener que mentir.
—Sí, pero no por mucho tiempo. Mi padre va a casarse dentro de unos meses y su futura esposa tiene un hijo y una hija.
—¿Y no te molesta? —preguntó Luciana.
Paula rió.
—En absoluto. Mi padre ha pasado mucho tiempo solo. Mi madre murió cuando yo tenía dos años, así que ya es hora de que rehaga su vida.
La conversación se centró en Sonia, que explicó cómo era su día a día como anestesista. Paula miró hacia Pedro, que estaba hablando con Marcos. Tenían un parecido innegable. Él la miró en ese momento y ella sintió que el corazón se le aceleraba. Se quedó con la mirada fija en él y una oleada de calor le recorrió todo el cuerpo.
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