Paula decidió no girarse al oír un ruido. Aunque Pedro fuera el único hombre que hubiera despertado un vivo interés en ella, no estaba dispuesta a dejar que la alterara. Ya lo había conseguido a lo largo de la noche, que había pasado en vela.
—Buenos días.
¿No podía hablar en un tono menos sensual? ¿Cómo era posible que dos palabras le hicieran estremecer? A su pesar, se volvió para saludarlo.
—Buenos…
Enmudeció. Pedro Alfonso estaba en mitad de la cocina, poniéndose una camisa, y aunque se la estaba abotonando, Paula llegó a tiempo de ver sus musculosos abdominales y sus esculpidos brazos. Llevaba unos vaqueros que le colgaban de las caderas e iba descalzo, y aunque era evidente que se había dado una ducha, tenía el aspecto soñoliento de recién levantado. Paula, sin poder apartar la mirada de él, se dijo que aquélla era la portada que quería para la revista. Él le sostuvo la mirada mientras se abrochaba el último botón.
—Me cuesta creer que te hayas levantado antes que yo —dijo, poniéndose un cinturón.
—No podía dormir —decidió mentir a medias—. Suele pasarme cuando duermo fuera de casa.
—Pero veo que has dormido bastante como para poder trabajar. Los hombres estarán hambrientos.
Paula rió con sorna.
—Según Mamá Luisa, siempre lo están.
—¿Quién es Mamá Luisa? —preguntó él con curiosidad.
—La persona que me enseñó a cocinar —dijo Paula, consciente de que había dicho ya demasiado.
Pedro asintió y ella empezó a batir unos huevos en un cuenco. Oyó que él se movía y sintió que se acercaba porque con cada paso, la temperatura de su cuerpo se elevaba un grado.
—Me dejas boquiabierto.
Paula no pudo contener una sonrisa maliciosa y lo miró por encima del hombro.
—¿Otra vez?
—Sí. Has preparado salchichas y beicon.
—¿Te parece mal? —preguntó ella arqueando una ceja.
—No —Pedro se encogió de hombros—. Sólo que Nellie suele hacer una cosa u otra.
—Pero yo no soy Norma —dijo ella con descaro.
Pedro la miró detenidamente antes de decir en tono insinuante.
—Eso es evidente.
Sin saber cómo reaccionar, Paula dió media vuelta y dejó el cuenco al lado del fogón para acercarse a ver las galletas. Notaba que Pedro le estaba mirando las piernas y sintió el impulso de bajarse la falda a pesar de que le llegaba casi a la rodilla y de que se había puesto mallas. Si aquélla no le parecía apropiada, prefería no pensar qué opinaría de las que apenas le cubrían los muslos.
—¿Y además has hecho galletas?
Paula abrió el horno con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Tampoco es habitual?
—La verdad es que no.
Paula cerró la puerta del horno y lo miró, haciendo un esfuerzo para no fijarse en lo sexy que estaba.
—¿Por qué Norma hace siempre los mismos menús? —preguntó.
Al cruzarse de brazos, llamó involuntariamente la atención de Pedro sobre sus senos, que reaccionaron a su mirada al instante, con un cosquilleo y un endurecimiento de sus pezones. Pedro esbozó una sonrisa.
—Si conocieras a Norma no harías esa pregunta.
—Por eso te lo pregunto a tí.
Pedro ladeó la cabeza y la miró en silencio consiguiendo una vez más que su cuerpo reaccionara con una oleada de calor. Paula no comprendía cómo era posible que le sucediera eso cuando Daren jamás había conseguido prender ni una llama en su interior. Quizá tampoco lo había intentado nunca, dado que su carrera política ocupaba un lugar prioritario en su vida. Le importaba más poder mostrarla en público como la hija del senador Chaves, que dedicarle tiempo en privado, que ocupaba navegando en Internet. Pablo sólo podía ser descrito como el antiromanticismo en persona. Pero la gota que colmó el vaso fue su sugerencia de que hicieran un trío, diciendo que ese tipo de juego sexual le resultaba extremadamente excitante. Sin pestañear, le había echado de su casa advirtiéndole que no quería volver a verlo. Desde ese momento, había concentrado toda su energía, incluida la sexual, en encumbrar su revista al éxito, y no se le había pasado por la mente entablar una relación con un hombre. Hasta aquel instante, en que se sentía como una devoradora de hombres a punto de bajarle la bragueta a Pedro y asaltarlo.
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