Y eso era todo lo que pensaba decir. Estaba de acuerdo en que aquella mujer los había impresionado a todos con su cocina y su comportamiento, pero Nicolás tenía razón. Igual que los demás, él no había podido quitarle los ojos de encima. Había comido la lasaña mientras imaginaba que era a ella a quien se comía. Su libido estaba tan activa que no podía pensar en otra cosa y la llama que quemaba sus entrañas no tenía visos de apagarse. Cuando se aseguró de que todos los hombres habían salido, respiró profundamente. A su espalda, oyó el ruido de platos y se volvió para mirar a Paula recogiendo la mesa. Deslizó la mirada por su cuerpo, apreciando lo bien que se ajustaban los vaqueros a su trasero y constatando que tenía unas piernas largas que no le costó imaginar en minifalda. Sacudió la cabeza con incredulidad por su fetichismo hacia las mujeres con falda corta. No podía negar que era un hombre al que le gustaban las piernas. Por eso mismo no podía entender que ella consiguiera producirle el mismo efecto en pantalones. En cualquier caso, nada de eso tenía importancia porque estaba decidido a que se marchara en cuanto consiguiera una sustituta. La tentación era peligrosa y no estaba dispuesto a desarrollar un problema de sonambulismo si esa mujer se alojaba bajo su mismo techo. La idea era impensable por muchas razones, pero la principal era que si había convertido su rancho en uno de los más exitosos del país, era porque volcaba toda su energía en él, y no perdía el tiempo con mujeres. Se apoyó en la encimera, optando por no interrumpirla en mitad de su tarea… mientras él disfrutaba contemplándola.
Alfonso estaba agitado, pero Paula se negaba a dejarse contagiar. Estaba demasiado ocupada como para discutir. En cuanto acabara de recoger la mesa, le explicaría que no era cocinera, que había preparado el almuerzo como un favor y que esperaba ser compensada con otro. Por encima del silencio podía oír su rítmica respiración. Y aunque se esforzaba por no mirarlo, sentía sus ojos clavados en ella, analizándola. Era evidente que estaba prestando mucha atención a su trasero, o al menos eso deducía del calor que sentía en esa parte de su anatomía. Más de un hombre le había dicho que tenía un bonito trasero, redondo y respingón, pero le había resultado indiferente hasta que Pedro Alfonso se lo había mirado. En aquel momento, por contraste, sentirse observaba le agarrotaba la garganta. Cada vez que le lanzaba una mirada veía que la estudiaba intensamente, y Paula sentía sus ojos quemarle la piel. Sin poder aguantar un segundo más la situación, se dio media vuelta con el ceño fruncido.
—Ya es hora de que hablemos.
Él asintió sin apartar la mirada.
—Muy bien. Pero antes que nada quiero decir que ha hecho un trabajo excelente, y que tanto los hombres como yo estamos impresionados.
Paula pestañeó desconcertada. No esperaba un piropo, y menos, expresado con aquella voz de terciopelo.
—Gracias, me alegro de que les haya gustado.
—También les ha gustado usted —Ramsey arqueó una ceja al aclarar—. Quiero decir que han disfrutado de su presencia.
Paula se preguntó qué era lo que pensaba decirle, pero supuso que lo averiguaría pronto.
—Yo también lo he pasado bien —dijo, dejando los platos en el fregadero. Había llegado el momento de aclarar las cosas—. Señor Alfonso, creo que ha…
—Pedro, por favor. Todo el mundo me tutea. Hay quien me llama Pepe.
Paula sonrió.
—Y tú puedes llamarme Paula —dijo, mientras lo observaba y confirmaba una vez más que era el hombre perfecto para la portada de su revista, aunque fuera más complejo de lo que había esperado inicialmente.
De hecho, empezaba a sentir curiosidad por saber qué le gustaba, qué le haría perder aquella contención que parecía ser el sello de su personalidad. ¿Habría alguna manera de conseguir que se relajara?
De acuerdo a sus averiguaciones, Pedro Alfonso salía con mujeres muy ocasionalmente y no había ninguna presencia femenina constante en su vida. Su última relación duradera había sido con la que llegó a ser su prometida, Micaela McKay. Pero ésta había arruinado el día de su boda, interrumpiendo al sacerdote en medio de la ceremonia y huyendo. De eso hacía más de diez años y era de esperar que Pedro ya hubiera superado el golpe. Además de la fotografía de portada, quería una entrevista con él y podía imaginar que conseguir que hablara sería aún más difícil que lograr que posara. Había pensado en mandarle a alguno de sus más incisivos reporteros, pero después de conocerlo personalmente, sabía que eso no funcionaría. No conseguirían sacarle ni una palabra. De pronto tuvo una idea. Lo mejor sería matar dos pájaros de un tiro. Quería su fotografía y una entrevista. Quería saber por qué había decidió dedicarse a la ganadería, convertirse en ranchero. Sus lectores agradecerían una visión del personaje desde dentro. Y la mejor manera de averiguar lo más posible sobre él era pasar tiempo con él. No había duda de que representaba la perfección masculina y sentía curiosidad por descubrir qué había bajo aquel hermoso rostro y aquel musculoso cuerpo. Paula se mordisqueó el labio inferior. Sabía que tenía que decirle la verdad, pero algo le impedía hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario