jueves, 2 de mayo de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 8

—Pau, dime que bromeas.

Paula dejó la maleta en el suelo y miró a Sofía, que la observaba con preocupación. Había decidió ir a pasar la noche al rancho para no correr el riesgo de llegar tarde.

—¡Vamos, Sofi, no tienes de qué preocuparte! Yo le hago un favor y él tendrá que devolvérmelo.

—No creo que él lo vea así. Además de invadir su intimidad, estás engañándolo.

—No es verdad.

—Sí lo es. Y cuando se entere va a montarse un escándalo. Para entonces tú estarás de vuelta en Florida, pero yo vivo aquí, y sufriré las consecuencias. No conoces a los Alfonso. Si atacas a uno, atacas a todos.

—¿Y a qué Alfonso te preocupa molestar, Sofía? —preguntó Paula, cruzándose de brazos.

—A ninguno —dijo Sofía, esquiva.

—Sofi, estás hablando conmigo y sabes que no puedes mentirme. No me hagas perder el tiempo y dime quién es.

—El hermano de Pedro —dijo Sofía a regañadientes—, Federico.

Paula la miró perpleja ante el amor que reflejaba la mirada de su amiga.

—¿Federico Alfonso? Nunca me habías hablado de él.

Sofía sonrió con tristeza.

—Lo quiero desde pequeña, pero él nunca me consideró más que una amiga de su hermana pequeña. Cuando me fui a la universidad creía haberlo olvidado, pero al volver a casa me di cuenta de que estaba equivocada. Hace un mes entró en la tienda de mi padre y…

—¿Te pidió una cita?

—Ojalá. No, compró una lata de pintura.

Paula tuvo que contener una carcajada.

—Ahora que lo sé, prometo decirle a Pedro la verdad lo antes posible. Pero por ahora, quiero hacer que se sienta en deuda conmigo.

Sofía asintió.

—Sé cuánto significa para tí conseguir que aparezca en la portada de la revista.

—No te preocupes. Todo saldrá bien —dijo Paula con una sonrisa tranquilizadora.




Pedro levantó la vista de los papeles que estaba estudiando y pensó en comer los restos de la tarta de melocotón que habían quedado. Sólo pensarlo, se le hacía la boca agua. Igual que cuando pensaba en Paula Chaves . Dejó el bolígrafo en el escritorio y se reclinó sobre el respaldo del asiento mientras la imaginaba con sus ajustados vaqueros y la blusa que se ceñía a sus tentadores senos… Sólo imaginarla le hacía excitarse. Fue a la cocina por una cerveza para calmar su ansiedad. Apoyándose en la encimera, bebió de la botella y miró a su alrededor. Extrañamente, encontraba la casa silenciosa y vacía. Contempló el suelo de cerámica y pensó en su bisabuelo, Rafael Alfonso, el propietario de mil ochocientos acres a las afueras de Denver. Cuando un Alfonso cumplía veinticinco años, recibía cien acres de su propiedad, y por eso toda la familia vivía en la misma zona. Por ser el mayor, además de los cien acres Marcos había heredado la casa principal: Shady Tree. Un edificio de dos pisos asentado en trescientos acres en donde se celebraban las reuniones familiares más importantes. Desde que Marcos se había casado con Pamela, los Alfonso encontraban frecuentes motivos de celebración. Todos adoraban a Pamela, al contrario de lo que había sucedido con la primera mujer de Marcos, y la habían acogido, junto con sus tres hermanas, con los brazos abiertos.

Pedro se sobresaltó al oír que llamaban a la puerta. Miró el reloj. Eran las once, así que debía ser una de sus hermanas, que pensaban que podían pasar a verlo a cualquier hora del día o de la noche. Sacudiendo la cabeza fue a la puerta, convencido de que se trataría de Sonia, que trabajaba de anestesista en el hospital de la ciudad. Sin molestarse en preguntar quién era, abrió la puerta y le desconcertó encontrarse con Paula Chaves, sujetando una pequeña maleta. La sorpresa fue tal que se quedó mirándola sin decir palabra. Por la manera en que se mordisqueaba el labio, dedujo que estaba nerviosa. Pero lo que lo había dejado mudo fue su indumentaria. Llevaba un corto vestido extremadamente sexy que había arruinado poniéndose mallas. Aun así, y aunque hubiera estado mucho mejor con las piernas desnudas, estaba preciosa. Lo bastante como para devorarla después de lamerle todo el cuerpo. Tragó saliva.

—Ya sé que he dicho que vendría mañana, pero no quería arriesgarme a llegar tarde.

Y allí estaba. Por más que Pedro tratara de evitarlo, su mente estaba poblada de pensamientos ilícitos sobre las cosas que le gustaría hacerle. Se quedaron mirando el uno al otro y él  sintió su libido aumentar, al tiempo que tenía que admitir que había descartado la idea de llamar a la agencia de colocación porque, en el fondo, no quería que mandaran una sustituta.

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