jueves, 30 de mayo de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 40

Pedro dijo algo al oído de Marcos y, a continuación, se puso en pie y cruzó la habitación hacia ella. Al llegar a su lado, le tomó la mano, un gesto que no pasó desapercibido a sus hermanas, y dijo:

—Gracias por una encantadora velada, Pamela. Es hora de que Paula y yo nos vayamos.

Paula lo comprendió al instante. O se quedaban a solas, o montarían un espectáculo delante de su familia.

Pamela miró el reloj.

—Pero si es muy pronto.

—Para nosotros, no —dijo Pedro, sonriendo.


Aquella noche, Pedro contemplaba a Paula mientras dormía. Apenas habían entrado en la casa se habían desnudado el uno al otro con una ansiedad que les impidió llegar al dormitorio. Una vez más, usaron el sofá. En cuanto estuvo en el interior de Paula, todas las compuertas que había mantenido cerradas las últimas horas se abrieron de golpe. Le había hecho el amor con una intensidad que lo había sobrecogido. Ella lo había recibido con una ansiedad equiparable, retorciéndose contra él, saliendo al encuentro de cada uno de sus embates como si su vida dependiera de ello. Le había clavado las uñas y en más de una ocasión le había mordido. Él había gruñido al tiempo que aceleraba el ritmo. Paula le pidió más y se lo dió. Se había convertido en una gata salvaje que sabía el grado de placer que quería experimentar y que exigía que se lo diera. Y cuando alcanzaron un orgasmo de dimensiones cósmicas, sólo un hilo mantenía a Pedro asido a su cordura. En el momento en que el placer le partió el alma en dos, supo que aquél no era sexo normal, que no había nada ordinario en su unión, que jamás había experimentado nada igual. Y en aquel instante adivinó por qué. Por primera vez en su vida quería mantener una relación seria con una mujer porque lo que sentía por Paula no era meramente sexual. Por los rumores que había oído, también sus hombres iban a echarla de menos, y no sólo como cocinera, sino como persona. Paula había sabido ganarse su confianza y los trabajadores acudían a cada comida con la expectativa de verla. Pero por mucho que la echaran de menos, nada podría compararse con lo que él sentía. En dos semanas le había llegado al corazón, haciéndole sentir una plena satisfacción cuya razón última sólo comprendió en aquel instante. Agachó la cabeza para besarle la frente. Amaba a aquella mujer y quería conservarla. Cabía la posibilidad de que a ella no le interesara mantener una relación seria, pero él haría lo que hiciera falta para hacerle cambiar de opinión. Había llegado el momento de aplicarse a sí mismo el consejo que le había dado a Marcos. Si sabía lo que quería, no tendría perdón que no lo consiguiera. Tenía un objetivo: al año siguiente, por aquellas mismas fechas, Paula ocuparía un lugar permanente en su cama, como su esposa.

—¿Estás bien, Paula?
Paula miró a Pedro. No lo estaba. Despedirse de sus trabajadores le había roto el corazón, y no había logrado contener las lágrimas cuando le dieron un regalo de despedida.

—Sí. No me pasa nada —mintió.

Pedro la había ayudado a recoger después del almuerzo. Luego, había preparado una bolsa de viaje y, al salir, había descubierto una gigantesca autocaravana en la puerta. Él le había contado que los rancheros se habían modernizado y ya no acampaban al aire libre, pero su autocaravana era especialmente lujosa. Sus hombres ya habían llevado el ganado a las tierras altas, que lindaban con la propiedad de Marcos. Hasta ese momento, Paula no era consciente de la enormidad del terreno que poseían los Alfonso.

—Los hombres van a echarte de menos.

—Y yo a ellos.

—Y yo a tí, Paula.

Paula miró a Pedro, que al apagar el motor se volvió hacia ella. Al instante, el aire se cargó de electricidad.

—Yo también te voy a echar de menos, Pedro.

Él se inclinó y ella lo imitó para encontrarlo a mitad de camino. Pedro le pasó la lengua por el labio inferior.

—Bajemos. Quiero enseñarte el terreno antes de que se haga de noche.

Pasearon de la mano cerca de las ovejas, que pastaban. Ramiro Overton, los saludó al verlos.

—Ya que estás aquí, jefe, me voy antes de que empiece la fiesta.

Su hijo mayor acababa de licenciarse y su mujer había organizado una celebración en su honor.

—Claro, Ramiro. Dale la enhorabuena a Ramiro Jr. Sé lo orgullosos que Nadia y tú están de él.

—Gracias, Pedro —dijo Ramiro con una sonrisa de oreja a oreja. Luego miró a Paula y añadió—: Como le hemos dicho hoy al mediodía, vamos a echarla de menos.

—Gracias, Ramiro —dijo ella.

Lo siguieron con la vista mientras se subía a su furgoneta y se marchaba.

—Ramiro no suele encariñarse con facilidad. Es evidente que le caes bien —dijo Pedro, tomándola por la cintura.

—Él a mí también —dijo ella, apoyando la cabeza en su hombro—. Me caen bien todos tus trabajadores.

Pedro le mostró los cuatro perros que dirigían el ganado y que avisaban si alguna se salía del rebaño. Tras mostrarle los pastos en los que las ovejas pasarían los siguientes meses, volvieron a la autocaravana para tomar un sándwich. Al atardecer, sacaron dos sillas plegables para sentarse en el exterior y contemplar las estrellas. Un poco después, extendieron una manta en la hierba e hicieron el amor bajo el cielo de Colorado. Cuando refrescó, volvieron al interior, se ducharon e hicieron de nuevo el amor.


Eres Irresistible: Capítulo 39

Pedro no recordaba la última vez que había acudido a una reunión familiar con una mujer. Ni siquiera recordaba haber llevado a Micaela, aunque la relación entre ella y su madre era tan buena, que ésta solía invitarla a comer siempre que quería. De hecho, era consciente de que la razón fundamental por la que había empezado a salir con Micaela era por lo bien que le caía a toda su familia. Y después, se sintió en la obligación de casarse con ella porque Micaela lo había esperado durante todos los años de facultad. Sin embargo, como se demostró, en su espera no había sido necesariamente célibe, y se había quedado embarazada. Lo más triste fue que el hombre en cuestión no se casó con ella y había acabado siendo una madre soltera.

Pedro miró a su alrededor diciéndose que en realidad no se trataba de una reunión familiar oficial. Marcos y Pamela les habían invitado a cenar, y él había creído que se trataba de una cena entre los cuatro, pero al llegar se habían encontrado con sus tres hermanas, que no hacían más que sonreírle, encantadas, así como a Tomás, Federico y Juan. El que menos le sorprendió encontrar fue a Nicolás, que siempre aparecería allí donde estaba Carolina.

—Aunque me decepcionaste al no aceptar la oferta de la revista, me has compensado con Paula, Pepe. Me encanta —dijo Luciana.

Pedro se volvió hacia su hermana.

—¿Y qué es lo que te gusta de ella? —preguntó con curiosidad.

—Que me parece perfecta para tí.

A Pedro, que esperaba un discurso elaborado, le sorprendió la sencillez de la explicación, pero quiso saber más.

—¿A qué te refieres?

Luciana se encogió de hombros.

—Es guapa, como tú. Ella sabe cocinar; tú, no. Ella es extrovertida; tú, introvertido. ¿Quieres que siga?

—No.

—Todos sabemos que eres un poco lento, así que, si te interesa, te recomendaría que no te duermas.

—¿Qué te hace pensar que me interesa? —preguntó Pedro, mirando a Paula, que charlaba animadamente con Pamela.

—Que la hayas traído significa mucho —dijo Luciana. Y sin añadir más, se alejó de él.

Pedro estuvo a punto de seguirla y decirle que se equivocaba, pero cuando volvió a mirar a Paula, se preguntó si Luciana no estaría en lo cierto.

Paula miró por enésima vez en la dirección de Pedro antes de continuar con la conversación que sostenían los que la rodeaban, que incluía desde los últimos acontecimientos en política exterior al vestuario de la primera dama en una aparición pública reciente. Pedro había cruzado con ella la mirada en más de una ocasión y le había dedicado una sonrisa que ella había recibido como una caricia… íntima.

—¿Así que eres hija única, Paula?

Paula miró a Carolina y sonrió. Los Alfonso le habían hecho muchas preguntas y había podido contestar sin tener que mentir.

—Sí, pero no por mucho tiempo. Mi padre va a casarse dentro de unos meses y su futura esposa tiene un hijo y una hija.

—¿Y no te molesta? —preguntó Luciana.

Paula rió.

—En absoluto. Mi padre ha pasado mucho tiempo solo. Mi madre murió cuando yo tenía dos años, así que ya es hora de que rehaga su vida.

La conversación se centró en Sonia, que explicó cómo era su día a día como anestesista. Paula miró hacia Pedro, que estaba hablando con Marcos. Tenían un parecido innegable. Él  la miró en ese momento y ella sintió que el corazón se le aceleraba. Se quedó con la mirada fija en él y una oleada de calor le recorrió todo el cuerpo.

Eres Irresistible: Capítulo 38

Durante los días que siguieron, Paula tuvo que aceptar que estaba enamorándose de Pedro. Dormían juntos cada noche y se levantaban al amanecer para preparar el desayuno entre los dos. Durante esas horas, él hablaba más de sí mismo y de su familia que el resto del día. Cinco de sus hermanos eran menores de edad cuando sus padres y murieron, y Marcos se había encontrado en una situación similar. La admiración de ella aumentó al conocer las anécdotas de aquellos difíciles años. Pedro también hablaba de su trabajo. Una tarde dieron un paseo por el rancho y le enseñó las parideras en las que en menos de una semana nacerían los corderos. También la había llevado a ver a los hombres a esquilar y a los perros conduciendo ganado, y se había quedado fascinada. Acababa de colgar la última cazuela en el escurridor cuando el sonido de la puerta le hizo volverse. Pedro fue directo a ella y la besó. Paula le devolvió el beso haciendo oídos sordos a la voz interior que susurraba lo difícil que le iba a resultar marcharse al final de la semana. Para ignorarla, se estrechó contra él y se entregó a su beso con toda la pasión de que era capaz. Unos segundos más tarde, él echó hacia atrás la cabeza.

—¿Por qué sabes siempre tan dulce? —preguntó.

Paula sacudió la cabeza y sonrió.

—Por la misma razón que tú tienes un sabor delicioso —dijo. Y para demostrárselo, le pasó la lengua por la comisura de los labios.

Por la forma en que brillaron los ojos de Pedro, supo al instante lo que estaba pensando.

—Haciendo cosas así te vas a meter en un lío —dijo él, estrechándola en sus brazos.

—No sé por qué —replicó ella, sonriendo con picardía.

—Ya te lo demostraré —Pedro dió un paso hacia atrás—, pero todavía no. Antes tengo que decirte que nos han invitado a cenar.

—¿A cenar? —preguntó ella, enarcando las cejas.

—Sí, mi primo Marcos y Pamela quieren conocerte.

Paula tuvo un ataque de pánico. Prefería no implicar a más miembros de la familia de Pedro en sus mentiras. Sentía afecto por todos ellos, y estaba segura de que Marcos también le gustaría.

—¿Por qué quieren conocerme? —preguntó, inquieta ante la idea de conocer al hombre al que Pedro se sentía tan unido.

—Porqué han oído muchas cosas positivas sobre tí y quieren conocerte en persona.

Paula no supo qué decir. También ella sentía curiosidad por conocerlos.

—Seguro que Juan les ha dicho que hago los huevos fritos a la perfección — bromeó.

—Puede ser —Pedro rió—. O puede que hayan sido mis hermanas o mis hermanos. Están todos muy impresionados contigo.

Paula miró al suelo. En cualquier otra ocasión, se habría sentido halagada de gustar a la familia del hombre al que amaba, pero dadas las circunstancias, se sentía incómoda. Cuando supieran la verdad, todos pensarían que había engañado a Pedro. Sofía había tenido razón tal y como ella había comprobado por sí misma: los Alfonso formaban una piña. Quien traicionaba a uno de ellos, traicionaba a todos.

—¿Les digo que sí o que no? —preguntó Pedro.

Chloe habría querido inventarse alguna excusa, pero en el fondo estaba deseando conocer a todos los seres queridos del hombre del que se había enamorado.

—Claro que iré contigo —dijo, tras dar un profundo suspiro.

Eres Irresistible: Capítulo 37

Pedro sólo se separó de ella cuando las sacudidas remitieron. Paula yacía exhausta, inerme. Con los ojos entornados, vió que él se ponía en pie y se quitaba la ropa. Admiró su cuerpo desnudo, y ver su sexo firme y poderoso le devolvió la energía y reanimó su deseo.

Pedro fue hasta la mesilla, sacó un preservativo y se lo colocó. Y en cuanto se inclinó para separar las piernas de Paula delicadamente, ésta sintió fuego correrle por las venas. Unos instantes más tarde, la besó con una delicadeza que estuvo a punto de hacerle llorar. Luego, separó sus labios de los de ella y, alzándole las caderas, la penetró profundamente. Ella dejó escapar un gemido de placer al sentirlo dentro de sí y Pedro empezó a mecerse para incrementar su placer.

—Mírame, cariño. Siénteme —dijo Pedro, acariciándole la barbilla.

No había duda de que lo sentía y de que su anhelo era tan intenso como el de él. Pedro aceleró el ritmo y Paula se aferró a él para acompañarlo hasta el final. Y cuando Pedro gimió su nombre, ella tuvo la certeza de que, al menos en la cama, estaban hechos el uno para el otro. Y cuando también ella estalló, habría jurado sentir el néctar de él adentrarse en lo más profundo de su vientre.  Pero eso era imposible porque llevaba puesto un preservativo, así que sólo podía estar imaginándolo.

Un buen rato más tarde yacían uno junto al otro. Paula pegaba toda su espalda al frente de Pedro, que cruzaba su brazo sobre la cintura de ella. Se sentía saciada, relajada, segura. Después de la primera vez, Pedro había ido al cuarto de baño y, por si acaso, se había puesto otro preservativo, dispuesto para una noche tan activa como la anterior. Comprobar que su deseo era tan intenso como el de ella, había hecho que a ella se le acelerara el corazón. Dejando escapar un suspiro, se dijo que no podía esperar a decirle la verdad. Aunque temiera las consecuencias, no podía retrasarlo ni un minuto más. Le explicaría que ya no quería que posara para la revista ni escribir un artículo sobre él. Convencida de que sería mejor hacerlo cuanto antes, se giró en la cama.

—Pedro —dijo con voz ronca—, tengo que decirte una cosa.

Pedro posó un dedo sobre sus labios. Conociendo como conocía a sus hermanas, sospechaba que la habrían presionado y quizá quería aclararle que para ella lo que estaba pasando no era particularmente serio. Y aunque la comprendía, no quería que todavía llegara ese momento. Ya tendrían tiempo de hablar el final de la semana. Entonces podría contarle sus planes de futuro, explicarle que quería seguir viéndola, salir con ella, hacerle el amor. Recordó su conversación con Marcos y se dió cuenta de que claro que quería que fuera ese tipo de relación, aunque inicialmente no hubiera querido darle importancia.

—Por favor, dejemos las conversaciones serias para más adelante. Necesito conservar la paz que he encontrado contigo, Paula. ¿Te importa esperar un poco?

Paula asintió lentamente.

—Sí, puedo esperar.

—Además —continuó Pedro—, está a punto de terminar la esquila y las ovejas que no están preñadas han de ser trasladadas a otros pastos y…

—¿Tienes muchas ovejas preñadas?

—Casi la mitad del rebaño —dijo Pedro, sonriendo al ver su cara de sorpresa.

—¿Cómo es posible que se queden todas a la vez?

—Porque se organiza de esa forma. Las hembras se ponen junto a los machos durante el celo, y a los cinco meses nacen las crías. Paren todas en un periodo de dos semanas.

—¡Caramba!

Pedro rió. Le agradaba que Paula sintiera curiosidad por el rancho.

—Mientras, las ovejas que no están preñadas y los machos castrados son trasladados a otras tierras para los próximos meses.

Pedro tuvo una súbita idea.

—Uno de mis hombres, Ramiro Overton, no va a poder empezar a conducir ganado hasta el domingo por la mañana, así que voy a ir a sustituirlo el sábado por la mañana para hacer los preparativos. ¿Quieres venir conmigo? Estaremos de vuelta el domingo al mediodía.

Paula sonrió. Había intentado decirle la verdad, pero él había preferido posponer cualquier asunto serio para el final de su estancia en el rancho. Para ella era lo más conveniente, pues estaba convencida de que Pedro se enfurecería y quizá no querría volver a verla. Incorporándose, rodeó su cuello con los brazos y dijo:

—Iré contigo encantada.

martes, 28 de mayo de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 36

Con dedos temblorosos le desabrochó el cierre frontal del sujetador y contempló sus senos desnudos. Eran perfectos y no había nada comparable a su sabor. Agachó la cabeza y lamió uno de ellos a la vez que le sujetaba el seno con firmeza. Oyó los gemidos de Paula mientras le mordisqueaba un pezón y luego el otro. Sus pezones estaban duros y calientes, y no recordaba haber disfrutado nunca antes tanto con los senos de una mujer. Cuando finalmente alzó la cabeza, sonrió felinamente y, sin decir palabra, le bajó la falda vaquera y las mallas.

—Tengo que decir que esta prenda no me gusta nada —dijo, deslizando la cintura de goma hacia abajo.

—¿Por qué? —preguntó ella, desconcertada.

—Porque ocultan tus piernas.

Paula sonrió.

—¿Preferirías que no las llevara mientras doy de comer a tus hombres?

—No —replicó Pedro al instante.

—Entonces…

—Entonces puedes llevarlas en público y yo te las quitaré cuando estemos a solas.

—De acuerdo.

Pedro se quedó mudo al descubrir un tanga rosa bajo las mallas y pensar de inmediato que quería descubrir lo que ocultaba. Deslizándose al suelo para arrodillarse al pie de la cama, colocó la cabeza entre los muslos de Paula y puso sus piernas sobre sus hombros. Igual que la noche anterior, una pulsante sensación recorrió la parte baja de su cuerpo con sólo sentir sus piernas suaves y aterciopeladas sobre la piel desnuda. Oler su aroma íntimo y tener la boca tan ceca de su sexo exacerbaba su excitación. Pasó su lengua por encima del tanga a modo de aperitivo. El gemido de Paula fue directo a su sexo, endureciéndolo aún más. Alzó la mirada y al ver la expresión de total abandono de ella, su hambre se incrementó. Levantándole las caderas, le quitó el tanga. Desde que la había probado la noche anterior deseaba volver a tenersu sabor en los labios. No había descubierto la verdadera dimensión de su deseo sexual por ella hasta que habían hecho el amor. Cada orgasmo de la noche anterior le había hecho desear aún más el siguiente. Dejando la prenda de ropa interior en el suelo, recuperó la postura y empezó a lamerla, dibujando con su lengua sus formas  femeninas.

—Pedro —susurró ella, apretando sus muslos por la urgencia de su deseo.

—¿Sí, cariño? —dijo él, en el mismo tono.

—Me… me gusta.

Pedro se estremeció.

—A mí también —dijo.

Y para demostrárselo, se adentró en ella. El sabor de Paula le hacía enloquecer y sólo podía recuperar la cordura emborrachándose de él, haciendo lo que estaba haciendo. Y el sonido de los gemidos y grititos de ella, la manera en que lo aprisionaba con sus piernas y el dulce jarabe que su cuerpo producía, despertaba su codicia. Supo que no tardaría en alcanzar el clímax y aumentó la presión de su lengua, lamiéndola como si su vida dependiera de ello. Y cuando sintió que Paula se tensaba, apretó la boca contra su cueva y esperó a que sus espasmos se iniciaran para volver a empujarla un poco más alto con su lengua.

Paula creyó que la cabeza le iba a estallar por la violencia de los espasmos que la sacudieron. Pedro le había alzado las caderas y mantenía los labios sellados contra su sexo mientras su lengua la atacaba una y otra vez. Cuando alcanzó el clímax gritó su nombre repetidamente a medida que el torbellino de sensaciones que la invadían le hacía perder todo sentido de la realidad.

Eres Irresistible: Capítulo 35

En cuanto se fueron los últimos coches, Paula se volvió hacia Pedro, que la observaba desde el umbral de la puerta. Los hombres habían llegado a almorzar puntuales y las hermanas de Pedro se habían quedado a comer con ellos. Tomás, Federico, Juan y Nicolás se unieron al grupo. Cuando acabaron, las hermanas de Pedro y éste ayudaron a recoger, por lo que la cocina quedó limpia en menos de media hora. Luego Pedro animó a sus hermanas a que se marcharan y éstas, que comprendieron la indirecta, se llevaron consigo a Federico, Juan y Tomás. Nicolás,  por su parte, volvió a la planta de esquilar con los trabajadores. Así que por primera vez desde que se habían levantado, Pedro y Paula estaban a solas. En cuanto se miraron, Paula recordó la boca de Pedro recorriéndole el cuerpo, devorando sus senos, mordisqueando el interior de sus muslos. Tomó aire mientras pensaba en la perfección de sus dos cuerpos unidos, en las sensaciones que él le había hecho sentir al moverse en su interior… Era un amante apasionado e imaginativo. No necesitaba que apareciera en ninguna revista para saber de primera mano que era un hombre irresistible.

—Ven aquí, Paula.

Sus palabras, pronunciadas con un cálido aliento, flotaron en el aire hasta llegar a Paula con la misma intensidad que sus caricias de la noche anterior. Sin titubear, caminó directa a sus brazos y cuando él la cobijó, alzó el rostro con ojos brillantes. Él agachó la cabeza para besarla, y con el beso, todo su cuerpo se activó. Sus senos se acomodaron contra el pecho de Pedro y sus muslos acomodaron su sexo en erección. Unos instantes después sus bocas se separaron y Paula se asió a los hombros de él para mantener el equilibrio.

—Te haría el amor aquí mismo —dijo él—, pero no quiero arriesgarme a que nos interrumpan.

Por la expresión de su rostro, Paula supo que no mentía, que la deseaba tanto como ella a él.

—Entonces tendremos que ir arriba —susurró ella con voz ronca.

Sin decir nada, Pedro la miró fijamente y, tomándola en brazos, la llevó hacia las escaleras. En el dormitorio, la dejó sobre la cama y dió un paso atrás. Quería mirarla, estudiarla, analizar a la mujer que le había cambiado la vida hasta el punto de que deseaba hacerle el amor a las tres de la tarde en lugar de atender al rancho en la temporada más importante del año. Pero en aquel momento lo más importante para él era perderse en Paula, unir su cuerpo al de ella, sentir sus músculos apretándolo. Sólo pensarlo le excitaba de tal manera que habría querido arrancarle la ropa y penetrarla, permanecer en su interior el resto de su vida. La miró. Quería sentirla húmeda, caliente. Se sentó y le pasó la lengua por el labio inferior. Había algo en su boca que le creaba adicción. Quería saborearla como había hecho la noche anterior, saciarse de ella. Le quitó la camisa y vio que sus pezones endurecidos se apretaban contra el sujetador de encaje rosa. Se preguntó si las braguitas serían del mismo color. La noche anterior llevaba un conjunto verde y la combinación le había resultado extremadamente sexy.

Eres Irresistible: Capítulo 34

Al salir, se preguntó por qué actuaba en contra de lo que había decidido, pero llegó a la conclusión de que si les daba más munición, sus hermanas podrían llegar a ser peligrosas. Además, así salvaría a Paula de ser interrogada, aunque no le cabía la menor duda de que ya le habrían sonsacado toda la información posible. Al llegar a su despacho se sentó ante el escritorio. Estaba deseando tener unos minutos a solas con ella, pero tendría que esperar. Tomó una carpeta de encima de la mesa. Al menos intentaría hacer algo del trabajo retrasado mientras esperaba a que sus hermanas se fueran. Pero si se demoraban, tendría que animarlas amablemente a que lo hicieran. Sonrió al imaginar su reacción. Ya las había echado de su casa con anterioridad, pero siempre bromeando. En aquella ocasión, sin embargo, no bromearía. Y en cuanto pudiera, repararía el cerrojo de la puerta trasera. Nunca le había importado que no funcionara y que sus amigos y familia entraran en su casa a su antojo, pero había empezado a molestarle.

Dejó la carpeta sin tan siquiera abrirla al darse cuenta de lo que estaba pensando. La única razón de que se planteara cambiar el cerrojo era que en dos ocasiones, sus primos le habían encontrado besando a Paula. Pero puesto que se iba a marchar el viernes, ¿Tenía sentido que hiciera algo al respecto? Se apoyó en el respaldo de la silla bruscamente. Por supuesto que tenía sentido, porque estaba claro que no quería que su relación con Paula acabara aquella semana. Podía salir con ella, llevarla a cenar. Nada serio, desde luego. ¿Pero tendría tiempo? No debía olvidar que pronto nacerían los corderos y que algunos de sus hombros se marcharían a otros ranchos para conducir ganado. En ese momento supo que iba a hacer lo que llevaba sin hacer diez años: buscar tiempo para pasarlo con una mujer.

Alzó la mirada al oír que llamaban a la puerta. Se le aceleró el pulso. ¿Se habrían marchado sus hermanas y Paula acudía a buscarlo? Se puso en pie expectante, pero al ver que se trataba de Nicolás, frunció el ceño y se volvió a sentar. Pedro no necesitaba preguntarle por qué estaba allí. Y tal y como se sentía en aquel momento, tuvo la tentación de ofrecerle dinero para que se llevara a Carolina de su rancho. Pero eso no solucionaría el problema de Sonia y de Luciana. Sonia no salía con nadie desde que había roto con el estúpido médico con el que había mantenido una relación el año anterior. Y afortunadamente, Luciana estaba demasiado concentrada en sus estudios como para interesarse en los hombres. Aunque a veces lo sacaba de sus casillas, no podía negar que se sentía orgulloso de su determinación y de sus esfuerzos para sacarse el título de abogada en un tiempo récord.

—¿Qué haces aquí, Nico? —preguntó Pedro sin poder resistirse a tomar el pelo a su amigo.

Nicolás se había reído de él las dos últimas semanas por Paula y merecía recibir su propia medicina.

—¿Tú qué crees?

Pedro puso los ojos en blanco. Nicolás había pasado demasiado tiempo con Tomás en los últimos días y empezaba a sonar como él.

—Sabes que uno de estos días vas a tener que tomar una resolución drástica, aunque no me refiero al extremo de raptarla —dijo Pedro.

Nicolás se limitó a sonreír. En cualquier otra ocasión esa sonrisa habría inquietado a Pedro, pero aquel día no lo alteró. Tenía sus propios problemas y los de su amigo y Carolina no lo afectaban. Lo único que verdaderamente le importaba era averiguar si Paula querría seguir viéndolo a partir del viernes. Y estaba decidido a hacer lo que hiciera falta para que lo deseara tanto como él.

Eres Irresistible: Capítulo 33

Paula se quitó los zapatos y se sentó en el sofá antes de ponerse a preparar el almuerzo. Cada día aparecían más hombres y necesitaba recuperar fuerzas antes de entrar en acción de nuevo. Sonrió para sí. Lo cierto era que se estaba encariñando con ellos y que a través de sus conversaciones iba conociendo a Pedro, al que consideraban un jefe justo y considerado, que se preocupaba tanto de ellos como de sus familias. Aquella mañana, él había insistido en que se sentara con ellos al final del desayuno para tomar una taza de café mientras charlaban. Con la información que había recogido a lo largo de los días, el artículo resultaría mucho más interesante. Si no fuera porque no pensaba escribirlo. Suspiró profundamente. Su objetivo había sido convencerlo, pero dado como se habían desarrollado las circunstancias, ya no podía contar con ello. Había cruzado la frontera entre lo profesional y lo personal, y no estaba dispuesta a que Pedro creyera que lo que había sucedido no tenía nada que ver con la revista. Por eso mismo, aquella misma noche le diría la verdad, e incluso le convencería de que le dejara trabajar en el rancho el resto de la semana, al menos hasta que su cocinera volviera al lunes siguiente.  Prefería no pensar en cómo reaccionaría cuando averiguara la verdad. No había pretendido que las cosas sucedieran de aquella manera, pero tampoco había hecho nada por evitarlo. Y al pensar que su tiempo juntos se acababa, sentía que el corazón se le iba a partir. La situación se estaba complicando. Ya no sólo mentía a él, sino a los miembros de su familia que había conocido, y las mentiras acabarían por ahogarla. Oyó que llamaban con los nudillos antes de que se abriera la puerta. Se puso en pie y de pronto se encontró bajo la atenta mirada de tres mujeres con los ojos del mismo color que Pedro. No necesitó que se presentaran para saber que eran sus hermanas.


Pedro maldijo entre dientes al llegar al patio y ver los coches de sus hermanas. Sólo había una explicación posible a aquella inesperada visita: habían decidido hacer averiguaciones en persona. Al bajar del vehículo le llegó un delicioso aroma de la cocina. Paula dejaría de trabajar para él aquella semana, y no sabía cómo reaccionarían sus hombres al perderla. Para preparar el terreno, había dejado un mensaje a Norma diciéndole que debían charlar antes de su vuelta. Su actitud tendría que cambiar. Pero lo que le preocupaba realmente era lo que sentía al pensar que ella se iba a marchar. Y eso que, en contra de lo que creía Marcos, no se trataba de que sintiera algo por ella más allá de que le agradara su compañía o de que le gustara el sexo con ella. Él era un hombre solitario, y siempre lo sería. Oyó voces y risas femeninas en cuanto entró. Era evidente que lo estaban pasando bien, y por alguna extraña razón, le alegró que así fuera. Siguiendo el sonido de las voces y el olor a comida, fue a la cocina y contempló la escena desde la puerta. Sus hermanas estaban probando algo que Paula había preparado, mientras ésta removía el contenido de una olla. De no ser porque sabía que no era cierto, habría pensado que se conocían de toda la vida.

—Perdonen que los interrumpa —dijo al ver que no se percataban de su presencia.

Cuatro pares de ojos se posaron sobre él, pero él sólo se fijó en los de Paula, y al verlos, sintió un cosquilleo en la boca del estómago. Tuvo la tentación de actuar igual que lo había hecho aquella mañana delante de sus hermanos, pero las sonrientes caras de sus hermanas escrutándolo lo dejaron paralizado.

—No interrumpes nada —dijo Luciana con dulzura—. Sólo estábamos charlando con Paula para conocernos mejor.

Pedro estuvo punto de señalar que no tenía sentido que se molestaran puesto que Paula se marcharía aquel mismo viernes, pero no lo hizo.

—Como quieran. Yo voy a trabajar a mi despacho.

jueves, 23 de mayo de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 32

Vió la sonrisa con la que Pedro la observaba y le costó reconocer en él al hombre de la semana anterior. ¿Bastaría una noche de apasionado sexo para transformar a una persona? Respecto a sí misma podía decir que aunque debería estar agotada por no haber dormido, se sentía cargada de energía, como si cada célula de su cuerpo hubiera cobrado vida, como si hubiera rejuvenecido.

—Gracias por la advertencia —dijo Pedro.  Y apoyándose en la encimera le dio un sonoro beso en los labios antes de salir de la cocina.

Paula lo siguió con la mirada y tras dar un profundo suspiro, se volvió hacia los cuatro hombres, que la observaban atentamente. En la última semana habían convertido en una rutina llegar a desayunar y a comer antes que los demás, y charlar con ella. En aquellas conversaciones le habían hablado del negocio con caballos que estaban a punto de comenzar y de que Nicolás no tenía prisa por volver a Australia, aunque ella no sabía por qué. Carraspeó.

—¿Quieren más café?

Antes de que contestaran, Paula oyó llegar varios vehículos y se alegró de la distracción y de tener la oportunidad de estar ocupada.

—¿Y estás seguro de que tendrás suficientes pastos sin las tierras de Tomás, Federico y Juan? —preguntó Marcos, acomodándose en la silla tras el escritorio.

Pedro, que parecía distraído, no contestó.

—¿Estás bien, Pepe? —preguntó Marcos, preocupado.

La pregunta sacó a Pedro de su ensimismamiento.

—Sí, claro que estoy bien.

Después de desayunar, Pedro se había marchado para que Paula pudiera preparar el almuerzo. De haberse quedado, sabía que la hubiera arrastrado al piso superior para continuar con sus juegos nocturnos. Así que, en un esfuerzo por comportarse, había decidió ir a ver a Marcos y a Pamela. Podía sentir la mirada de su primo clavada en él.

—Tengo entendido que las cosas entre tu cocinera y tú se han puesto serias, Pepe.

Pedro no se molestó en preguntar cómo lo sabía. Ni siquiera le importaba. Nunca le había obsesionado el sexo por el sexo; por eso no le importaba estar solo. Sólo cuando la necesidad era acuciante, buscaba compañía femenina, pero eso no ocurría con frecuencia. Sin embargo, no le costaba imaginarse haciendo el amor con Paula regularmente, despertando a su lado…

—¿Pepe?

Enfocó la mirada al darse cuenta de que Marcos había vuelto a pillarlo soñando despierto.

—¿Sí?

—¿Seguro que estás bien?

Pedro decidió sincerarse.

—La verdad es que no —miró a Marcos pausadamente—. Me acuerdo de la primera vez que me hablaste de Pamela, y noté algo en tu voz.

Marcos rió.

—Debió ser lo mismo que noté yo el otro día cuando mencionaste a tu nueva cocinera.

Pedro lo miró con sorpresa.

—Eso es imposible. Acababa de conocerla.

Marcos asintió.

—También yo acababa de conocer a Pamela.

Pedro frunció el ceño. No estaba seguro de que le agradara lo que Marcos insinuaba. Se uso en pie.

—Te aseguro que no es lo mismo, Marcos.

Marcos sonrió.

—Tampoco yo le di demasiada importancia, por eso comprendo que prefieras negarlo. Pero cuando te des cuenta de que sí la tiene, espero ser el primero en recibir una invitación.

Eres Irresistible: Capítulo 31

Pedro durmió más de lo habitual a la mañana siguiente. Sólo al oír la voz de su hermano Tomás se dió cuenta de que estaba solo en la cama. Paula se debía haber levantado mientras dormía. Se incorporó. Había planeado ayudarla a preparar el desayuno. Era lo menos que podía hacer después de haberla mantenido despierta toda la noche con su voraz apetito sexual. Miró el reloj de camino a la ducha y frunció el ceño. ¿Qué hacia Tomás allí si apenas habían dado las cuatro? Y con él estarían Federico y Juan, puesto que siempre se movían en bloque. Lo cual significaba que también podría encontrarse a Nicolás. Los cuatro habían aparecido en el rancho muy temprano toda la semana anterior. De hecho, ése era uno de los motivos por los que había tratado de evitar a Paula. Pero eso se había acabado, y mientras se metía en la ducha se dijo que ya no habría distancia entre los dos.

—Vamos, Paula, es imposible que mi hermano esté durmiendo. Es incapaz de dormir hasta tan tarde —dijo Tomás. Se llevó la taza a los labios y la miró por encima del borde con mirada risueña—. A no ser que… —en lugar de terminar la frase, dió un sorbo al café.

A Paula le alivió que Juan, Federico y Nicolás continuaran charlando sin prestar atención a las insinuaciones de Tomás, aunque suponía que se hacían las mismas preguntas que él. Quizá también se preguntaban por qué ella llevaba un pañuelo al cuello al que se llevó la mano mecánicamente para asegurarse de que le cubría las marcas dejadas por Pedro en él. Al vérselas en el espejo, llegó a preguntarse si él las había hecho como marca de posesión, y sólo pensar en esa posibilidad había hecho que un escalofrío le recorriera la espalda.

—Ya era hora, Pedro, ¿Estás enfermo o qué?

Paula percibió la sorna con la que Federico recibió a Pedro. Llevaba unos vaqueros holgados y el torso desnudo. También iba descalzo y unas gotas en el vello del pecho evidenciaban que acababa de ducharse.

Sin prestar atención a los hombres, Pedro la miró fijamente y, caminando hacia ella, le dió un beso antes de que Paula supiera qué iba a hacer. En la habitación de produjo un silencio sepulcral, o al menos eso le pareció a ella. No se trató de un beso largo, pero su significado delante de público, era evidente. Tras separar sus labios de los de ella, continuó mirándola con una amplia sonrisa.

—Buenos días, Paula.

Ella tuvo que hacer un esfuerzo para recuperar la respiración.

—Buenos días, Pedro.

Manteniendo las manos alrededor de la cintura de Paula, Pedro se dirigió a los hombres.

—¿Hay alguna razón para que crean que tienen trato preferencial en esta casa cuando tres de ustedes ni siquiera trabajan para mí?

Tomás sonrió.

—Pero somos de la familia.

Pedro asintió.

—Estará bien que lo recuerdes en el futuro cuando trates con Paula.

Federico alzó una ceja.

—¿Así van a ser las cosas a partir de ahora?

—Sí —elijo Pedro poniéndose serio.

Paula observaba a Pedro tan atentamente que perdió parte del intercambio,  pero al volverse hacia los hombres vió que la miraban de manera diferente y, automáticamente, se ajustó el pañuelo al cuello. Consciente de que se había creado cierta tensión, se separó de Pedro diciendo:

—Deberías ponerte una camisa. Voy a freír beicon y no me gustaría que te saltara el aceite.

Eres Irresistible: Capítulo 30

Varias horas más tarde lograron llegar al dormitorio. El mayor obstáculo lo constituyeron las escaleras. Era la primera vez que Pedro, normalmente conservador, hacía el amor en ellas. Pero con Paula, todo era excepcional.

Pedro recordaba cada detalle mientras yacía despierto, con Paula dormida literalmente sobre él. Recordó que la había recibido con una mezcla de enfado y de deseo, un deseo que se había visto exacerbado al verla entrar con las piernas desnudas. Para combatirlo, había pasado a atacarla, pero la estrategia no había servido de nada. Sonrió. Sólo pensar en la escena le hacía sentirse excitado nuevamente, pero reprimió la tentación de despertarla. Ella necesitaba descansar. Era la mujer más apasionada que había conocido en su vida. Había respondido a cada uno de sus avances con una fuerza que lo había dejado sin aliento; lo había arrastrado hasta las más elevadas alturas, y sólo había caído exhausta cuando su mutuo deseo había estallado al unísono en una gigantesca descarga. Desde entonces no se había movido, y sus cuerpos seguían íntimamente acoplados. Aspiró su aroma. Sus senos se aplastaban contra su pecho, y sus piernas se entrelazaban con las suyas. Cerró los ojos y se quedó dormido. No estaba seguro de cuánto tiempo había dormido, pero cuando abrió los ojos encontró ante sí un par de increíbles ojos oscuros. En cuanto supo que Paula estaba despierta, su cuerpo despertó, y su sexo recuperó la erección en el interior de ella.

Paula lo miró con expresión apasionada mientras los dos notaban cómo su cueva iba acomodándolo, y cuando sus músculos empezaron a apretarlo, Pedro supo que debía empezar a moverse. Lentamente acarició la espalda de ella, disfrutando del tacto de terciopelo de su piel, y súbitamente, la giró y se colocó sobre ella. Paula le rodeó las caderas con las piernas y sonrió, preparada una vez más para recibirlo. Pedro se preguntó de dónde sacaría la energía dado el número de veces que habían hecho el amor a lo largo de la noche. Cuando empujó hacia el interior, el gemido que escapó de la garganta de Paula prendió en él una llama, y comenzó a moverse al tiempo que elevaba las caderas de Paula para hacerle sentir plenamente sus envites. Cada uno de ellos era preciso, medido, calculado para hacerla gozar.

—Pedro —susurró ella una y otra vez mientras sacudía la cabeza contra la almohada.

—Mírame, Paula —pidió él con voz entrecortada.

Cuando ella lo miró, Pedro se sintió consumir por un fuego interior que lo impulsó a acelerar, a moverse atrás y adelante, poseyéndola con el frenesí que lo dominaba. Paula podía sentir cada uno de sus músculos electrizarse, percibía cada vena de su cuerpo, se estremecía con cada empuje. Pedro siguió adentrándose más y más profundamente en su interior, y cuando se inclinó para besarla, ella sintió una explosión que, arrancando desde el centro de su cuerpo se proyectó hasta las puntas de los dedos de sus pies y de sus manos, y estrechó el lazo con el que rodeaba a Pedro para mantenerlo atrapado en su interior. Jamás había experimentado nada igual. Se asió a sus hombros mientras él imitaba con su lengua los movimientos de su sexo. Su cuerpo la dominaba y le pedía más, como si no quisiera que aquel frenesí acabara; sus caderas se alzaron como si tuvieran voluntad propia para ofrecerse a él. Su deseo era insaciable, desesperado; no había nada trivial en lo que sentía. De pronto tuvo la sensación de precipitarse en un abismo de placer en el que se oyó repetir el nombre de Pedro una y otra vez al tiempo que experimentaba un clímax que hizo que el mundo se tambaleara a su alrededor. Y cuando él echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un prolongado gemido, volvió a estallar para acompañarlo en otro enfebrecido orgasmo. Pedro la abrazó con fuerza, Cada milímetro de sus cuerpos quedó en contacto y Paula se sintió plena, saciada, feliz. Y cuando volvió a besarla, tuvo la certeza de que lo que sentía era tanto físico como emocional.

Eres Irresistible: Capítulo 29

Pedro echó la cabeza hacia atrás para mirarla a los ojos al tiempo que le bajaba las bragas. Cuando ella levantó los pies para dejarlas en el suelo, él la recorrió con la mirada con la respiración entrecortada. Estaba hechizado. Las piernas de Paula parecían interminables. Eran preciosas, bien torneadas, seductoras. Eran tan suaves como la seda y no debían ser escondidas bajo unas mallas. Sin poder resistir ni un segundo más, se las acarició, deleitándose con el tacto de su piel. Eran unas piernas tan excepcionales que con sólo mirarlas se le endurecía el sexo. Y las quería anudadas a sus caderas, sujetándolo con fuerza mientras él se mecía en su interior. Pero antes quería saborearla. Sujetándola de nuevo por las caderas, inclinó su boca hacia su centro. Ella abrió los muslos instintivamente y cuando él metió la lengua en su interior, se aferró a él como si fuera a perder el equilibrio. Pedro la acarició lentamente, chupando y succionando con una intensidad que él mismo sintió atravesarlo hasta llegar a la punta de su sexo en erección. Ella  empezó a mecerse contra su lengua mientras él la asía con firmeza por las caderas antes de llevar las manos a su trasero para pegarla aún más a su boca. Ella puso sus manos a ambos lados de la cabeza de él y gimió su nombre una y otra vez antes de empezar a sacudirse. Pedro pudo sentirla, saborear su explosión. Y no quiso apartar su boca de ella hasta saciarse de su sabor. Unos segundos más tarde, apartó su boca y delicadamente arrastró a Paula al suelo.

—Deliciosa —dijo, mirándola fijamente mientras se relamía.

Era más que deliciosa. Paula era increíble. Su calor y su sabor permanecían en su lengua. Y en aquel instante Pedro sintió algo en su interior y necesitó urgentemente perderse en ella. Con un gemido atrapó su boca. Iba a poseerla, a sentir el placer de su cuerpo, a explotar con ella. Y solo pensarlo una pulsante sensación se apoderó de su sexo. Se quitó los pantalones precipitadamente mientras Paula aumentaba su ansiedad al mordisquearle los hombros. Él dejó escapar un gemido cuando sintió un mordisco. Ella lo miró con picardía.

—Te voy hacer pagar por eso —dijo él con voz cavernosa, atrayéndola hacia sí.

—¿Preservativo?

—Maldita sea —que Paula mencionara la necesidad de protección le hizo darse cuenta de que estaba fuera de sí.

Buscó en los bolsillos del pantalón y sacó un paquete metálico, sin querer pensar cuánto tiempo llevaba allí. Abriéndolo, se lo puso mientras sentía la mirada de Paula siguiendo cada uno de sus movimientos. Cuando estuvo listo, volvió hacia ella, la abrazó y la besó frenéticamente.  Estaba desorientado. No había esperado sentir una necesidad tan intensa, un ansia tan abrasadora de hacerle el amor como no se lo había hecho a ninguna mujer. Paula hacía aflorar cosas en él que sólo encontrarían satisfacción al perderse en ella. Separó su boca de la de ella. Paula respondía con la misma pasión que él estaba sintiendo, y Pedro no podía esperar más. Acoplando sus cuerpos, se colocó sobre ella, le entreabrió las piernas con la rodilla y, tras sujetarla por las caderas, se adentró en ella de un solo movimiento. El calor de Paula lo envolvió. Sus músculos se contrajeron en torno a su sexo haciendo que el placer se incrementara, acogiéndolo en su interior como si fuera el lugar al que pertenecía. Pedro empezó a moverse con más fuerza, acelerando, profundizando la penetración. Y cuando gritó el nombre de ella, su propia voz le sonó como la explosión de una bomba. Los dos estallaron al unísono, el placer reverberó por sus cuerpos violentamente, y Pedro asió las caderas de Paula con fuerza para adentrarse aún más en ella.

—Paula —repitió, llevando sus manos a su cabello para acariciarlo.

Las oleadas de placer alcanzaron cada rincón de su cuerpo. Y cuando volvió a tomar la boca de Paula, se hizo la promesa de llegar al dormitorio en algún momento de la noche.

martes, 21 de mayo de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 28

Paula tragó saliva porque sabía que no mentía; en la misma medida que sabía que también ella lo deseaba, que había sentido aquella misma intensidad desde el primer día que lo vió y que llevaba todo aquel tiempo soñando con él.

Por otro lado, Pedro tenía la delicadeza de darle la oportunidad de marcharse sin sentirse culpable por dejarlo sin cocinera. Y aunque Paula era consciente de que debía seguir su consejo y marcharse, en el fondo, no quería hacerlo. Porque lo que verdaderamente quería, era dejar que hiciera todo aquello que había prometido hacer.

—¿Paula? —la llamó él con voz ronca.

—¿Sí? —ella lo miró a los ojos.

—Estoy esperando.

Ella dió un último paso hacia él, apoyó las manos en su pecho y dijo:

—Yo también.

Pedro no esperó ni un segundo para besarla. Su boca sabía al pastel de fresas que había hecho la semana anterior, y quiso devorarla con la misma avaricia con la que había comido el dulce. Cuando exploró con su lengua cada recoveco de la boca de Paula, la oyó emitir un gemido y todo su cuerpo estalló en una llamarada. La intensidad de su erección le hizo saber que besarla no sería suficiente. Apenas le quedaba voluntad para ejercer ningún control sobre sí mismo. Cada célula de su cuerpo ansiaba ser alimentada. Súbitamente separó su boca de la de Paula. Necesitaba más. Y lo necesitaba ya.

—¿Pedro?

La voz de Paula le llegó jadeante y dulce, y escuchar su nombre en sus labios le resultó tan delicioso como el sabor de su boca. En aquel instante supo que le quitaría la ropa, y la mera idea de deslizar su falda hasta el suelo y colocarse entre sus piernas le hizo estremecer. Convencido de que no llegarían hasta el dormitorio, decidió que tendrían que hacerlo en el sofá. Era lo bastante sólido y fuerte como para aguantar lo que se avecinaba. Y ella estaba a punto de descubrir la magnitud del ciclón que había liberado al optar por quedarse.

El aire estaba cargado de tensión sexual. Pedro sentía la sangre fluir por sus venas, sus músculos contraerse. Asió las nalgas de Paula y acarició el trasero que tanto le gustaba mirar. Sintió que ella se estremecía en sus brazos, le oyó decir su nombre una vez más, y el hambre que percibió en su voz le hizo enloquecer. Volvió a besarla, recorrió su boca con su lengua mientras deslizaba la mano por debajo de la falda y le acariciaba la piel. Pero seguía sin ser bastante. Subió las manos bruscamente hacia su blusa y se la desabotonó de un tirón. Paula lo miró con ojos muy abiertos, y por la intensidad del deseo que vió en el rostro de Pedro supo que aquello no era más que el principio. Él se lo confirmó al llevar las manos a su sujetador y, desabrochándole el cierre frontal, liberar sus senos. En cuanto le quitó el sujetador, cubrió sus senos con sus manos y los masajeó como si los palpara a ciegas. A continuación, agachó la cabeza y atrapó uno de sus endurecidos pezones entre los labios. En cuanto su lengua se lo humedeció, un instante antes de succionárselo, ella, atravesada por las más deliciosas sensaciones, le clavó las uñas en la espalda.

—Pedro… —susurró, sin poder sostenerse en pie a medida que él atacaba sus pezones alternativamente con frenética avidez.

En lugar de contestar y, sin abandonar su pezón, Pedro metió la mano por debajo de su falda para buscar su entrepierna. En cuanto sus dedos tocaron su húmedo centro, Paula gimió a la vez que él dejaba escapar un grave gruñido de placer. Él se echó atrás y le bajó la falda. En unos segundos, ella estaba ante él, con tan sólo unas húmedas braguitas. Él dió un paso atrás y se quitó la camisa de un tirón. En cuanto ella vió su torso desnudo, alargó la mano para acariciar sus musculosos abdominales con las uñas. Atrapó su mano y, mirándola fijamente, le chupó los dedos de uno en uno. Su lengua caliente contra la sensible piel de Paula hizo a ésta estremecer.

—¿Te gusta? —preguntó él con voz grave y aterciopelada.

Ella sólo pudo asentir con la cabeza.

—¿Te gusta sentir mi lengua?

—Sí —susurró ella con dificultad.

—Me alegro. Ahora veamos si te gusta dentro de tí.

Pedro se arrodilló y, sujetándola por las caderas, apretó su nariz contra sus bragas para aspirar su aroma. Luego sacó la lengua y cuando la lamió a través de la delicada seda, Paula sintió una llamarada ardiente de placer que la llevó al borde de la explosión.

Eres Irresistible: Capítulo 27

Pedro se tensó. Paula tenía razón, así que dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.

—Esta es mi casa.

Paula pareció sorprenderse.

—¿Y has decretado un toque de queda?

—No se trata de eso, pero ya que te has retrasado, podías haber tenido la consideración de llamar.

Paula clavó la mirada en sus ojos. ¿Consideración? Sintió que la sangre le hervía. ¿Cómo se atrevía a usar esa palabra? Cruzó la habitación hasta plantarse delante de él.

—Hablemos de consideración, Pedro. Si hubieras tenido la consideración de estar aquí cuando me fui en lugar de evitarme como si fuera la peste, no habría tenido que dejarte una nota.

A Pedro le desconcertó la rabia de Paula cuando no encontraba motivo para que estuviera enfadada. No era ella quien llevaba varias noches en vela, sabiendo que dormía varias puertas más adelante en el mismo corredor. ¡Ni siquiera sabía que si la evitaba era porque en cuanto la veía sufría una erección que tardaba tiempo en pasársele! De hecho, estaba harto de pasar las tardes en cualquier sitio con tal de evitar la tentación de convertir en realidad sus fantasías sexuales; estaba cansado físicamente de la revolución hormonal que padecía y de la frenética ansiedad con la que deseaba hacerle el amor hasta quedar ambos exhaustos. Dió un paso adelante en actitud amenazadora.

—No te enteras, ¿Verdad? —preguntó airado—. Me he mantenido alejado para hacernos un favor a los dos. Si llego a estar aquí, no habrías salido por esa puerta.

Por la forma en que lo miró, supo que a Paula no le gustaron sus palabras. Dió un paso al frente y con el rostro prácticamente pegado al de él, exclamó:

—¿Y qué habrías hecho? ¿Atarme?

Pedro sonrió al pensar en el número de veces que ese pensamiento había cruzado su mente. Nunca le habían interesado ese tipo de cosas, pero con Paula todo parecía posible.

—Teniendo en cuenta cómo he estado toda la semana y cómo estoy ahora mismo, ésa habría sido una buena opción.

Paula lo miró desconcertada dándose cuenta en ese momento del giro sexual que estaba tomando la conversación. La furia la había nublado, pero al prestar más atención, fue consciente del calor que Pedro irradiaba, de la tensión en sus senos y de que la parte más íntima de su cuerpo estaba tan caliente que le quemaba.

—¿Y sabes qué te habría hecho después de atarte, Paula?

Pedro se mordisqueó el labio. Nunca había sido particularmente apasionada, pero en aquel momento le asaltaron imágenes de una crudeza que la dejaron muda,en las que se veía atada a la cama de Pedro, con las piernas entreabiertas mientras él avanzaba sobre ella para penetrarla.

Pedro no esperó a que respondiera.

—Te habría desnudado y te habría lamido todo el cuerpo.

A Paula no le costó creerlo, y al sentir que la entrepierna se le humedecía, apretó las piernas.

—¿Pero sabes en qué parte me detendría, Paula, dónde te dedicaría más tiempo para darte el mayor placer posible?

Al no recibir respuesta, Pedro se inclinó hacia adelante para susurrarle al oído una detallada descripción que hizo que a Paula le temblaran las piernas.

—Así que —concluyó él con una voz cargada de sensualidad—, si no me deseas tanto como yo a tí, te aconsejo que te vayas, porque no pienso aguantar ni un minuto más.

Eres Irresistible: Capítulo 26

Pedro abrió la cortina y miró por la ventana por enésima vez en la última hora. ¿Dónde estaba? En la nota decía que volvería el domingo por la tarde, pero era de noche mucho antes de la diez y la última vez que miró el reloj eran cerca de las once. Para evitar la tentación de llamarla, había tirado el teléfono que le dejó, pero en aquel momento empezaba a preocuparse de que le hubiera sucedido algo. Había llovido y la carretera podía ser peligrosa cuando estaba mojada. Dejó caer la cortina y volvió a pasear por la habitación arriba y abajo. Hasta ese momento no había sido consciente de lo poco que sabía de Paula, excepto que era la mujer que más lo excitaba en el mundo. Bueno, también sabía que era una excelente cocinera y extremadamente hermosa, que tenía un cuerpo espectacular, aunque todavía no había conseguido verle las piernas, y que se llevaba excelentemente con sus hombres, como había demostrado al hacer una tarta de chocolate para celebrar el treinta cumpleaños de Sergio Lawrence.

Además, sabía el efecto que tenía sobre él cuando la observaba durante unos minutos, la adicción que le había creado el sabor de su boca y el placer que representaba oler su aroma. Pero por encima de todo eso, había logrado algo que ninguna otra mujer había conseguido antes: encender su pasión.  Quería saber qué se sentía al perderse en su interior, al sentir su calor, su cuerpo y sus piernas rodeándolo, penetrarla con una enorme erección y dejar que sus codiciosas manos se apoderaran de sus senos. Apretó los puños. Tenía fama de ser el Alfonso más asexuado y sin embargo, el corazón le latía desbocadamente con sólo imaginar haciendo todo eso con Paula. Ni siquiera recordaba haber estado tan excitado en toda su vida. Y lo peor era que en lugar de intentar evitar esos pensamientos, se preguntaba qué sucedería si los llevaba a la práctica, si se dejaba llevar por el impulso. Quería…

Sus reflexiones se vieron interrumpidas por el ruido de un motor. Miró por la ventana y vió que se trataba de Paula. Dejó caer la cortina. Llegaba tarde. Decidió no prestar atención al alivio que sintió al comprobar que no le había sucedido nada y se aferró al enfado. Al menos, podía haberse molestado en llamar para avisar que volvería tarde. Se cruzó de brazos. Tendría que darle alguna explicación. ¡Cómo se atrevía a preocuparlo! Su aroma perfumó la habitación en cuanto abrió la puerta. Pedro intentó mostrarse indiferente, pero supo que no podría hacerlo cuando vió que llevaba una blusa blanca y una minifalda vaquera sin mallas.

Paula cerró la puerta y en cuanto vió la actitud de Pedro supo que tendría problemas. De hecho, había vuelto tarde para evitar coincidir con él. Pedro llevaba unos vaqueros que parecían hechos a su medida y parecía no haberse afeitado en varios días. La sombra de su mentón le favorecía, dándole un aspecto aún más sexy de lo habitual. Arrancando la mirada de su cuerpo, lo miró a los ojos, preguntándose cuál sería el motivo de su evidente animosidad. Antes de marcharse había dejado la casa en perfecto orden; incluso había lavado sus sábanas a pesar de que él le había dicho que una asistenta acudía a ocuparse de esas labores durante el fin de semana. Por otro lado, ¿Por qué le miraba las piernas como si nunca hubiera visto a una mujer con falda? Si pensaba decirle algo sobre su indumentaria, no se mordería la lengua. Decidió enfrentarse a él.

—¿Pasa algo? —preguntó, alzando la barbilla. Pedro siguió mirándole las piernas—. Pedro, te he hecho una pregunta.

Él alzó la mirada hasta su rostro.

—Llegas tarde. Dijiste que vendrías el domingo por la tarde, y son las once.

Paula dejó la bolsa de viaje en el suelo.

—¿Y? Que yo sepa hoy no es día de trabajo. Mientras esté aquí para el desayuno, puedo hacer lo que quiera.

Eres Irresistible: Capítulo 25

—Vamos, dime qué te ha parecido Federico.

Paula sonrió. Era la tercera vez que Sofía le preguntaba la misma pregunta en el fin de semana.

—Ya te lo he dicho, pero no me importa repetirlo. Es muy guapo y me cae muy bien. Él, Tomás y Juan suelen venir a desayunar y comer, y bromean constantemente —vió la mirada de tristeza de Sofía. Acababan de cenar después de ir al cine—. Sabes que no te costaría nada llamar su atención.

—Eso lo dices tú porque, al contrario que yo, eres muy atrevida y consigues lo que te propongas.

Paula puso los brazos en jarras.

—¿Qué piensas hacer entonces? ¿Esperar a que necesite más pintura y tener la suerte de coincidir en la tienda de tu padre?

Sofía se dejó caer sobre el sofá con gesto abatido.

—Claro que no —luego alzó la mirada—. Pero ya basta de mí. ¿Cómo te va en tu intento de convencer a Pedro?

Paula sacudió la cabeza.

—No demasiado bien. Me evita como si fuera una plaga.

—¿Por qué?

—Hay demasiada tensión sexual entre nosotros —dijo Paula, sonriendo.

—¡Qué suerte!

Paula se apoyó en el respaldo del sofá y cerró los ojos. El problema era que Pedro apenas aparecía por casa. Tomaba el café de la mañana y se marchaba; iba a comer y salía en cuanto terminaba. Por las noches, llegaba tarde para asegurarse de que ella ya se había acostado. Ni siquiera se habían cruzado antes del fin de semana. Le había dejado un mensaje en la mesa de la cocina anunciándole que volvería el domingo por la tarde. Sonrió. Y había dejado el teléfono encendido con la esperanza de que encontrara alguna excusa para llamarla.

—Vamos, Pau. Me estás ocultando algo. Abre los ojos y cuéntamelo.

Paula abrió los ojos. Tenía una sospecha de lo que estaba pasando, pero no creía que fuera una buena idea contarle a su amiga que tal vez también ella estaba interesada en un Alfonso.

—Deja de preocuparte. No pasa nada.

Y no mentía. No había conseguido avanzar ni un milímetro en su campaña para conseguir que Pedro protagonizara el número especial de la revista. Hubiera química entre ellos o no, tenía que conseguir que dejara de evitarla. Y si le contaba la verdad, no dudaba de que Pedro le haría salir de su propiedad sin titubear.

Se puso en pie.

—Es tarde y mañana quiero levantarme temprano.

—Yo también. Mamá y papá nos han invitado a comer, y luego la tía Marta quiere que la visitemos.

—Muy bien. Iré al rancho desde la casa de tu tía.

Era su última semana en el rancho, y tenía que conseguir su objetivo. Aquella noche Paula permaneció en vela, recordando imágenes de Pedro con el torso desnudo, sujetando un cordero con sus musculosos brazos, charlando con sus hombres, bromeando, demostrando lo buen jefe que era. Tenía que admitir que era el único hombre capaz de hacer que, literalmente, se le hiciera la boca agua. Se revolvió en la cama. Y no podía negar que lo echaba de menos, que echaba de menos el rancho y, lo que era aún más increíble, que echaba de menos cocinar para los hombres, que siempre se mostraban tan agradecidos y halagadores. Cerró los ojos sin dejar de pensar en él y en cuánto le alegraría verlo al día siguiente.

jueves, 16 de mayo de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 24

Pedro entró en la casa y se apoyó en la puerta para recuperarse. Estaba plenamente excitado. Era la primera vez que experimentaba sexo mental. Contemplando a Paula, imaginándola desnuda bajo el albornoz, había tenido una increíble fantasía erótica que había estimulado cada milímetro de su cuerpo. Miró hacia la escalera, consciente de que el objeto de su deseo estaba en el piso de arriba, tras una puerta. Tuvo la tentación de subir, entrar en su dormitorio y besarla con tal frenesí que el beso de la mañana habría resultado inocente por comparación. Desde que había probado el sabor de su boca sabía que nunca se saciaría de él. Se frotó las manos en un gesto de desesperación, preguntándose qué demonios le estaba pasando. Había conocido muchas mujeres hermosas, pero ella le hacía sentir cosas que nunca había experimentado antes. Lo había hechizado. No la había visto en todo el día pero había estado presente en los comentarios animados de sus hombres, y en el hecho de que habían trabajado mejor que nunca. Tenía que haber una conexión entre su buen humor y su productividad, y la causante de ello era Paula.

Pedro les había oído especular sobre las delicias del desayuno que disfrutarían al día siguiente. Respiró profundamente y le llegó un exquisito aroma desde la cocina. Sobre el fogón encontró varias cazuelas en las que había pollo, guisantes y macarrones con queso. Una comida típica del sur que Paula sabía que sería de su gusto. Fue al cuarto de baño para refrescarse antes de cenar. El beso de la mañana había hecho que le resultara imposible estar cerca de ella. Entre sus hombres ya empezaba a rumorearse que Paula le gustaba, y durante el día, había tenido que aguantar las insinuaciones de sus hermanos y de Juan y Nicolás. Seguir insistiendo en que no era más que su cocinera empezaba a resultar ridículo. Para evitar que lo sometieran a un tercer grado, había rechazado la invitación a una partida de póquer en casa de Juan.

Afortunadamente, Marcos había vuelto a pasar unos días con Pamela, así que podría ir a verlo. Marcos parecía feliz en su vida de casado y Pedro se alegraba por él. Desde pequeños habían sido como hermanos, y cuando sus padres murieron en un accidente de avión, los dos se habían esforzado por mantener a la familia unida. Como Marcos era mayor que él unos meses, era el tutor familiar, pero los dos lo habían hecho todo juntos y habían tenido que ocuparse de sus hermanos y primos cuando nueve de ellos tenían menos de seis años. En aquel momento, todos ellos estaban ya en la universidad o trabajando con Marcos en Blue Ridge, la empresa que sus padres habían fundado años antes, y que entre los dos habían convertido en multimillonaria.

Un ahora más tarde, Pedro se relamía los labios tras terminar una deliciosa cena. No le sorprendió que Paula no bajara porque, igual que él, era consciente de que estaba sucediendo algo entre ellos que ninguno de los dos quería, y que la única manera de evitarlo era no viéndose. La atracción entre ambos era demasiado intensa. Ella se estaba convirtiendo en su debilidad, y si no ejercía mayor control sobre sí mismo, el deseo lo consumiría. Fue hacia la escalera sacudiendo la cabeza con incredulidad. En cuanto puso un pie en el primer escalón pudo oler a la mujer que despertaba su deseo. Su olor se filtraba por debajo de la puerta, perfumando el aire, excitándolo. Llevaba dos noches sin pegar ojo y se temía que le esperaba otra igual. Al llegar al descansillo, hizo rotar los hombros para relajarlos, y tuvo que obligarse a dar un paso delante de otro para pasar la puerta de Paula de largo. Cuando llegó a su altura alzó la mano hacia el picaporte, pero la dejó caer antes de llegar a tocarlo. ¿Qué le estaba pasando? Acelerando el paso fue hasta su dormitorio. Debía trazar un plan por lo menos hasta el fin de semana. Para entonces, ella tendría que ir a su casa para recoger el correo, regar las plantas o lo que fuera que tuviera que hacer. Lo importante es que pondrían distancia de por medio. Todavía faltaban tres días y rezó para poder aguantar hasta entonces.

Eres Irresistible: Capítulo 23

Pedro se encogió de hombros.

—Averiguamos que la primera mujer con la que huyó estaba casada con un hombre que la maltrataba. Con la segunda, huyó con el consentimiento del marido, que prefirió evitar el escándalo —Pedro decidió que ya había contado suficiente y que prefería mantener despierta la curiosidad de Paula, aunque sólo fuera por ver cómo le brillaban los ojos.

Se levantó y llevó el plato y la taza al fregadero.

—No hace falta que te molestes —dijo ella.

—Mis padres me enseñaron a recoger.

Como el día anterior, Paula se echó a un lado para darle acceso al fregadero, y Pedro, que no le gustó la idea de que intentara evitar cualquier contacto con él, la sujetó por la muñeca. Ella lo miró alarmada.

—¿Por qué me tienes miedo, Paula? —sólo entonces se dió cuenta de que deslizaba su mano acariciadoramente por el brazo de ella.

Paula alzó la barbilla, pero no hizo ademán de retirar el brazo.

—¿Qué te hace pensar que te tengo miedo?

—Que intentas evitarme.

Paula lo miró son sorna.

—Yo podría decir lo mismo de tí.

Pedro guardó silencio mientras se decía que Paula tenía razón. Al notar que ella se estremecía bajo sus dedos, la miró a los ojos.

—¿Por qué sigue pasándonos esto? —preguntó con voz ronca.

Paula le dedicó una desconcertante sonrisa.

—Si no me equivoco, tú fuiste el que decidió besarme para que se te pasara la obsesión.

Pedro asintió, esbozando una sonrisa.

—Ya lo sé. Y no sirvió de nada.

Paula se encogió de hombros.

—A lo mejor no pusiste suficiente empeño —dijo.

Pedro frunció el ceño.

—De eso nada. Puse toda mi alma.

—Lo sé —dijo ella con un suspiro.

Con la mano que tenía libre, Pedro le hizo alzar la barbilla.

—Pero para demostrártelo, voy a hacer otro intento, a ver si esta vez funciona.

Bajó la cabeza y la besó apasionadamente, irrumpiendo con su lengua en su boca con una fuerza que hizo que el beso del día anterior resultara mojigato.  Oyó gemir a Paula y sintió sus pezones endurecerse contra su pecho tan nítidamente que parecían estar desnudos. Y como el día anterior, su sexo en erección encontró un lugar entre los muslos de ella, que devolvía cada caricia y cada latigazo de su lengua. ¿Por qué el sabor de ella le resultaba tan embriagador? ¿Por qué sus bocas parecían encajar como si entre las dos formaran una unidad? Al oír varios carraspeos su mente recibió la orden de separarse, pero no lo hizo antes de lamer sus labios. Entonces alzó la cabeza y miró iracundo a los cuatro hombres que lo observaban con sorna desde la puerta de la cocina: Nicolás, Tomás, Federico y Juan. Como era de esperar, fue Tomás quien tuvo el descaro de hablar.

—¿Se puede saber por qué besas todo el tiempo a tu cocinera?

Paula se metió en la bañera reflexionando sobre los acontecimientos del día. Al ser interrumpidos una vez más, ella se había sentido irritada y Pedro, como era de esperar, había vuelto a evitarla. Igual que el día anterior, le había dejado la cena preparada y tras esperar en vano a que volviera, había decidido acostarse. Salió de la bañera y se envolvió en una gran toalla mientras repasaba mentalmente los preparativos que había hecho para el desayuno, y asegurarse de que no se había olvidado de nada. El ruido de un motor le hizo aguzar el oído. Se puso un albornoz y fue a mirar por la ventana. No se había equivocado, y bastó con ver a Pedro para que su cuerpo reaccionara. Como si se sintiera observado,  él miró hacia su ventana y en cuanto sus miradas se encontraron, ambos se quedaron paralizados.

Paula, conteniendo el aliento, sintió los ojos de él acariciar partes de cuerpo que hacía tiempo que nadie tocaba. El creciente deseo la hizo estremecer. Ni siquiera la distancia podía evitar el torbellino de sensaciones que se apoderaba de cada poro de su piel con una mirada de Pedro, y la única imagen que tenía cabida en su mente era el beso hambriento y posesivo que él le había dado. Para recuperar el dominio sobre sí misma, suspiró profundamente, se alejó de la ventana y, poniéndose el pijama, se dijo que había hecho bien en evitar coincidir con él. Lo que más le preocupaba era que la atracción que sentía fuera no sólo física, sino también emocional. Estaba sucediendo algo que no podía definir y en lo que prefería no pensar. Temía que fuera el hombre capaz de triunfar donde Pablo había fracasado, y arrastrarla hasta hacerle olvidarse de sí misma, porque tenía la habilidad de traspasar la barrera emocional tras la que se sentía segura. Con Pedro temía perder el sentido común, pensar en cosas en las que no debía, como por ejemplo en una niña con ojos como los de él o un niño con su sonrisa. Le aterrorizaba darse cuenta de que si había un hombre capaz de doblegar su voluntad, sería Pedro.

Eres Irresistible: Capítulo 22

—Buenos días.

Pedro alzó la mirada del periódico y supo que había cometido un error. Paula tenía los ojos hinchados y cara de sueño, y habría querido invitarla a volver a la cama… con él.

—Buenos días —saludó ella, notando el cuello en tensión.

Paula olisqueó el aire.

—¡Genial, has hecho café!

Fue por la cafetera y Pedro observó decepcionado que, una vez más, llevaba mallas bajo una falda corta. Paula se sirvió una taza y tras añadirle leche y azúcar, dio un gran trago.

—¡Maravilloso! —dijo.

—Gracias.

¿Sonreía? ¿Una taza de café podía hacerle sonreír? Según recordaba Pedro, la noche anterior apenas se había comunicado con él. ¿Y por qué le hacía sentir tan bien saber que había contribuido, aunque fuera en una ínfima proporción, a su felicidad? Volvió la vista al periódico. Tal y como había planeado, debía haberse marchado antes de que ella bajara a la cocina. Estaba decidido a mantener las distancias. Quizá así conseguiría dormir una noche entera.

—Voy a hacer tortillas. ¿Quieres que te prepare una?

Pedro miró a Paula, que estaba preparando los utensilios para organizar el desayuno. ¿Había dicho «tortilla»? La última vez que había desayunado una fue en un hotel, durante un viaje de trabajo. Estaba deliciosa.

—Sí, por favor —dijo, intentando disimular el entusiasmo que le había causado la idea.

—¿Cómo la quieres?

Pedro evitó decir lo primero que se le pasó por la cabeza, que, para variar, era un comentario procaz. Era demasiado temprano para pensar en sexo. Aunque el sexo a primera hora era magnífico, y no le costaba imaginar que Paula seria capaz de incendiar la cama con su ardiente naturaleza, y cocinar en ella con el calor que desprendía.

En cuanto le dijo los ingredientes que quería, Paula se puso manos a la obra, y él siguió observándola mientras añadía cebolla, pimientos y tomate al huevo. Viéndola se le hizo la boca agua, tanto por la comida como por la cocinera. Era un placer seguir sus movimientos por la cocina. Tanto, que pronto tuvo una erección difícil de disimular.

—¿Te apetece un zumo de naranja?


Pedro parpadeó al darse cuenta de que se había quedado con la mirada perdida.

—Sí, gracias. Me irá bien.

En aquel momento cualquier cosa sobre la que ella pusiera sus manos le iría bien. De hecho, lo recorrió un escalofrío imaginándolas sobre ciertas partes de su cuerpo.

Paula cruzó la cocina y puso el plato en la mesa junto con un zumo de naranja.

—Gracias.

Paula sonrió.

—De nada.

Pedro empezó a comer concentrándose en la comida para conseguir mitigar el efecto físico que Paula tenía sobre él. Cuando ella le rellenó la taza de café, ni siquiera alzó la mirada para darle las gracias, pero luego siguió observándola de soslayo.

Pasó media hora sin que intercambiaran palabra. Pedro leyendo el periódico distraídamente, y Paula concentrada en la cocina. Pronto ella se quitó los zapatos y continuó trabajando descalza, lo que hizo sonreír a Pedro cuando vió de nuevo sus preciosas uñas rosas. Al terminar la tortilla y tras doblar el periódico, él decidió que había llegado el momento de hacer algunas averiguaciones.

—¿Tienes algún familiar por esta zona, Paula?

Paula se obligó a mantener la atención en lo que estaba haciendo para no dejarse alterar por la aterciopelada y profunda voz de Pedro. Ya le había costado bastante ignorar su aroma, que percibía incluso por encima del olor del beicon.

—No —contestó, preguntándose cuál sería el motivo de la pregunta.

—¿Te has instalado aquí sin conocer a nadie?

Paula intentó contestar sin mentir abiertamente.

—Bueno, una de mis mejores amigas de la universidad vive por aquí.

—¿Y vives con ella?

—SÍ. Al menos hasta que he venido a trabajar para tí.

Pedro apartó el plato a un lado y se apoyó en el respaldo de la silla.

—¿Y de dónde eres?

—¿De dónde crees? —preguntó ella, mirándolo con una sonrisa.

—Del sur.

—Así es: soy de Tampa, en Florida —decidiendo que ya había contestado suficientes preguntas, hizo la suya—: ¿Y qué me cuentas de Rafael y sus cinco mujeres? No pensaba que en esos tiempos fuera tan sencillo divorciarse.

Eres Irresistible: Capítulo 21

—Está bien, cariño. Diana quiere hablar contigo.

Veinte minutos más tarde Paula colgaba el teléfono tras hablar con la que sería su madrastra sobre los planes de boda, aunque antes de tomar cualquier decisión definitiva, tendrían que consultar con Valentina. Se acurrucó en la cama, deseando que su vida fuera tan feliz y plena como la de su padre. Tomó aire preguntándose de dónde habría salido aquel sentimiento. Suponía que de la llamada de su padre y de la conversación que había mantenido sobre el matrimonio con Pedro. Hacía mucho que no pensaba en ese tema, pero siempre había pensado que, llegado el día, querría formar una familia. Al romper con Pablo, no había renunciado a ese sueño, y aunque no formara parte de sus planes inmediatos, el deseo permanecía latente en alguna parte de su cerebro. ¿Acaso no le sucedía lo mismo a todas las mujeres? Incluso ella, que estaba decidida a alcanzar el éxito con su revista, estaba convencida de que encontraría al hombre adecuado. Y también estaba segura de que no sería ganadero. Pero si eso era verdad…¿Por qué iba a la cama cada noche pensando en él? ¿Por qué lo último que veían sus ojos antes de cerrarse era un par de penetrantes ojos marrones observándola como si pudiera acariciar su alma?

Cerró los ojos. Como en aquel mismo instante. Lo veía con las piernas extendidas ante sí, el sombrero puesto, más sexy de lo que ningún hombre tenía derecho a ser. Tanto, que había tenido que reprimir más de una vez el impulso de levantarse del sofá e ir a acurrucarse en su regazo, ronroneando. Abrió los ojos lentamente, sintiéndose aliviada por no haberse dejado llevar por el impulso. Gracias a que Pedro había querido irritarla, la había ayudado a no comportarse como una auténtica idiota, así que debía estarle agradecida. También la historia de su bisabuelo le había servido para concentrase en algo que no fuera él. Paula estaba segura de que era una historia apasionante y se preguntó por qué no habría averiguado algo antes del bisabuelo Alfonso. De haber salido en alguna de sus búsquedas en Internet, se habría fijado. Por eso mismo era más interesante. Y con seguridad, una historia que apasionaría a sus lectores, incitándoles a buscar en sus propios árboles genealógicos. Se removió en la cama. Conseguiría que Pedro le contara toda la historia. Y si no lo hacía él, lo haría alguno de sus hermanos o de sus primos. Al marcharse, Tomás se había despedido con una sonrisa y una inclinación del sombrero, prometiéndole que se verían en el desayuno. Paula sacudió la cabeza. El único Alfonso que verdaderamente le interesaba debía estar en aquel momento durmiendo apaciblemente a apenas unos metros de su dormitorio.

martes, 14 de mayo de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 20

Horas más tarde, Pedro recorría su dormitorio con la mandíbula en tensión. Sería la segunda noche consecutiva sin dormir, y no podía permitírselo. Las dos siguientes semanas tenía que estar en plena forma para la temporada de esquila. Al menos sus hombres estaban animados con los desayunos y los almuerzos, y al finalizar el trabajo habían estado especulando sobre qué sorpresa les tendría destinada Paula al día siguiente. Era innegable que había animado la vida del rancho.

Pedro fue hasta la ventana, enfadado consigo mismo por los pensamientos que lo dominaban. También su cena había estado exquisita. Había permanecido solo en la cocina, en silencio. Paula había entrado en cierto momento para dejar su copa y le había dado las buenas noches antes de subir precipitadamente a su dormitorio.  Ninguno de los dos había mencionado el beso. En cambio, alguien se había ocupado de contárselo a Marcos y a Nicolás. Afortunadamente, ninguna de sus hermanas parecía saberlo, porque, de otra manera, ya habría recibido su llamada o peor aún, habrían aparecido para presentarse a Paula. Lo que sí había logrado aclarar a lo largo el día era que, en contra de la sospecha de Nicolás, ella no estaba huyendo de nadie. Aunque apenas había conseguido hacer que hablara de sí misma, le había contado lo de su ex novio, y parecía extremadamente interesada en la historia del viejo Rafael. Sacudió la cabeza. Aparte de que era una extraordinaria cocinera, que tenía un antiguo novio que era un idiota, y que uno de sus amigos iba a casarse, no sabía absolutamente nada de ella. Quizá sería mejor así. De hecho, lo único importante era que hiciera bien el trabajo para el que había sido contratada. Aunque su presencia en el rancho significara que él no pegara ojo. De eso, el único culpable era él por no poder ejercer ningún control sobre sí mismo. Tenía que dominar la tensión sexual que había entre ellos. Pero cómo. No bastaría con imaginarla vestida con un saco porque ya conocía su cuerpo. Y le resultaba imposible fijarse en sus curvas sin que se le despertara la libido. Suspiró profundamente y volvió a la cama. Era más de la una y si era preciso, contaría ovejas. Después de todo, eran su medio de vida.


Paula se incorporó y contestó el teléfono, sonriendo al ver que era su padre.

—Papá, es más de la una, así que espero que tengas algo bueno que contarme.

El senador Chaves dejó escapar una carcajada.

—Diana está aquí. Ha accedido a casarse conmigo y queríamos compartirlo con nuestros hijos.

A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas. Su padre se merecía toda la felicidad del mundo. Se secó los ojos.

—Me alegro por los dos, papá. Enhorabuena. ¿Han hablado ya con Bruno y Valentina?

Bruno y Valentina eran los hijos de Diana. Bruno tenía veintiséis años y estudiaba Medicina en Florida. Valentina, veintiuno y estudiaba en Luisiana. Paula se llevaba magníficamente con ellos y sabía que estarían tan contentos como ella.

—Todavía no —dijo su padre—. Hemos decidido llamar primero a la mayor.

Paula sonrió. Ya pensaban en ellos como una familia.

—Siento mucho no estar con vosotros para celebrarlo, pero en cuanto vaya a Florida, nos reuniremos.

—¿Y cuándo será eso?

Paula se mordisqueó el labio. Ella misma no estaba segura.

—No antes de dos semanas.

Para entonces habría vuelto la cocinera de Pedro y con suerte, ella le habría contado ya la verdad. Confiaba en que se sintiera en deuda con ella y que, aunque fuera a regañadientes, accediera a protagonizar la revista.

Eres Irresistible: Capítulo 19

—No necesito pensar —dijo finalmente, antes de caer en la tentación de besarla una vez más—. Rafael Alfonso se casó suficientes veces por varios de nosotros.

Paula arqueó las cejas.

—¿Rafael Alfonso?

—Mi bisabuelo. Hace poco descubrimos que tuvo unas cuantas esposas. También averiguamos que tenía un hermano gemelo.

Aquella información despertó el interés inmediato de Paula, que bajó las piernas del sofá y se inclinó hacia adelante. La camisa se le abrió, dejando a la vista su escote y el arranque de la tela rosa del sujetador. Pedro no pudo evitar deslizar la mirada hasta ese lugar y fijarse en su aterciopelada piel dorada. Se vio quitándole el sujetador, besándole los senos, recorriendo con su lengua…

—¿Sí?

Pedro parpadeó y alzó la vista a su rostro. Los ojos de Paula brillaban de curiosidad. Como a su familia, a ella también le gustaban las historias de familiares remotos. Una vez había conocido a los Alfonso de Atlanta, descendientes del tío gemelo Eduardo, Marcos había hecho lo posible por descubrir toda la historia y sus pesquisas le habían conducido a Pamela. Así que el viaje no había sido en balde.

—¿Qué? —preguntó para irritarla.

Le encantaba la manera en que curvaba los labios y fruncía el ceño cuando se ofendía, así como la actitud expectante que mantenía en aquel momento. Lo único que no le gustaba era que llevara mallas. Por la forma en que lo miró, supo que había logrado su objetivo.

—Háblame del gemelo de tu bisabuelo —dijo, resoplando de impaciencia.

Pedro pensó que le contaría lo que fuera necesario para conseguir su interés al tiempo que podía observarla a placer.

—Hace algo más de un año descubrimos que nuestro bisabuelo Rafael tenía un hermano gemelo llamado Eduardo.

—¿No lo sabía ninguno de ustedes?

—No. El bisabuelo Rafael siempre nos hizo creer que era hijo único. Una de las búsquedas en la genealogía de los Alfonso de Atlanta confirmó que Rafael y Eduardo eran gemelos, y que Rafael se había convertido en la oveja negra de la familia al huir con una mujer casada. Finalmente, cinco esposas más tarde, se estableció en Denver.

Pedro hizo una pausa cuando sintió acelerársele la sangre al deslizar la mirada hacia los pies desnudos de Paula y descubrir que tenía las uñas pintadas de rosa. No comprendía qué le pasaba. Era la primera vez que unas uñas le resultaban eróticas. Aunque quizá se debía a que, en el recorrido, había vuelto a pasar por su pecho. Cuando, tras recorrer el camino inverso, la miró a la cara, vió que lo observaba con los ojos entornados.

—Estoy segura de que es una historia apasionante —dijo.

Pedro asintió.

—Desde luego, y puede que algún día te la cuente.

Pedro se irritó consigo mismo. Aunque había decidido no llamar a la agencia de colocación, debía tener cuidado, y no tenía sentido hacer referencia a «algún día», como si quisiera hacerle creer que tenía intención de compartir con ella secretos familiares. Se puso en pie, consciente de que había dicho demasiado y había pasado demasiado tiempo con ella. Sólo entonces se dio cuenta de que llevaba puesto el sombrero. Se lo quitó bruscamente. Definitivamente, aquella mujer lo ofuscaba, y eso no le gustaba.

—Voy a ducharme y a picar algo —dijo, a la vez que se preguntaba qué necesidad tenía de contarle sus planes cuando no eran de su incumbencia.

—Te he preparado la cena, Pedro —dijo ella, haciendo que detuviera en seco.

Sólo la pagaba para hacer el desayuno y el almuerzo. Los hombres cenaban en sus casas y él solía ir al restaurante de Penney o a casa de alguno de sus hermanos.

—No tenías que haberte molestado.

—Lo sé, pero yo también tenía que tomar algo —explicó ella.

—Como quieras —dijo él, consciente de que estaba actuando como un maleducado.

Después de pasarse el día cocinando para sus hombres, se había molestado en hacerle la cena cuando no entraba dentro de sus funciones. Al llegar a la puerta se volvió. Paula parecía abstraída en sus pensamientos, como si tratara de imaginar qué había sucedido con Rafael Alfonso. Había vuelto a acurrucarse en el sofá y tras cada sorbo de vino, se pasaba la punta de la lengua por el labio superior. Pedro que el cuerpo le ardía de deseo.

—¿Paula? —cuando ella giró la cabeza, añadió—: Gracias por la cena —y se fue.

Eres Irresistible: Capítulo 18

Diez minutos más tarde metía el teléfono en el bolsillo sin dejar de sonreír. Por fin su padre se comprometía con alguien y no sólo con la política. Durante años se había preguntado por qué no había vuelto a casarse, pero por lo que contaban sus abuelos, había estado muy enamorado de su madre, y ninguna otra mujer le había robado el corazón. Diana había conseguido lo imposible.

—¿Después de tanto trabajar todavía sonríes?

Sobresaltándose, Paula miró hacia la puerta y vió a Pedro en el umbral. Para disimular su nerviosismo, tomó la copa de vino y bebió mientras pensaba cómo contestar. Debía tener cuidado de no nombrar a su padre. Cualquier dato bastaría para que él averiguara su identidad en Internet.

—La sonrisa es por un amigo que está a punto de pedirle a su novia que se case con él.

Pedro cruzó la habitación y se sentó frente a ella. A Paula le sorprendió que quisiera dedicarle tiempo cuando, desde el beso, había evitado coincidir con ella.

—Supongo que el matrimonio hace feliz a algunas personas.

Paula dió otro sorbo sin dejar de mirar a Pedro, aunque intentando no notar lo atractivo que estaba, relajado, con las piernas estiradas delante de sí, con vaqueros y botas gastadas. Y se preguntó si sabría que todavía llevaba el sombrero puesto.

—Asumo que tú no entras en esa categoría —comentó.

—No. Pienso permanecer soltero el resto de mi vida.

—Así que eres de ésos que piensa que el matrimonio es absurdo.

—¿Y tú de las que piensas que no lo es?

—Yo he preguntado primero.

Pedro habría querido ignorar la pregunta, entre otras cosas porque ni siquiera sabía qué estaba haciendo cuando llevaba todo el día haciendo lo posible para que sus caminos no se cruzaran. No le había gustado la actitud de sus hermanos y de su primo, y confiaba en haberles convencido de que no había nada entre Paula y él.

—Tómate tu tiempo si necesitas pensar —dijo ella.

Pedro la miró con expresión seria. Estaba tratando un tema que se tomaba muy en serio. No se trataba de que tuviera un problema con el matrimonio en sí mismo, ni que tras el fiasco de su boda hubiera jurado no volver a dejar que una mujer lo arrastrara al altar. La cuestión era que disfrutaba de su soltería, y podía imaginar que, tras tipos como Pablo, a ella le pasaría algo similar. Siguió mirándola y, pensando en el sarcasmo soterrado de sus últimas palabras, se dijo que se llevaría bien con sus hermanas, con las que compartía tener una lengua afilada. Ese pensamiento le hizo fijarse en sus labios y, tal y como le había pasado a lo largo del día, se arrepintió de haberla besado y de haber descubierto su delicioso sabor. También recordó la manera en que ella se había entregado, y la inoportunidad de la visita de sus hermanos.

Eres Irresistible: Capítulo 17

Tenía que admitir que las cosas no estaban saliendo de acuerdo a sus planes. Se había sentido atraída hacia él desde el principio, así que eso no la había sorprendido, pero sí el grado de tensión que se creaba cada vez que estaban en la misma habitación. O el hecho de que tuviera pensamientos libidinosos cada vez que lo veía. En su trabajo conocía a menudo a hombres atractivos, pero ninguno había despertado en ella ese tipo de interés. ¿Cómo iba a poder vivir bajo su techo si la asaltaban constantemente imágenes sexuales? Y lo peor era que el beso la había convertido en una adicta al sabor de Pedro y a su masculina fragancia. Recordó lo que él había dicho sobre no compartirla con ninguna otra persona y suspiró profundamente. Pedro estaba permeando sus emociones de una manera inesperada. Era un hombre capaz de cuidar de sí mismo y de los demás, tal y como había demostrado con sus hermanos. Podía ser brusco, pero era evidente que no tenía un ápice de egoísmo. Saberlo, la conmovía, y ése era un sentimiento que la aterrorizaba. Él compartía muchas características con su padre, especialmente las relacionadas con el sentido del deber y la honradez. Lo había visto en la forma en que trataba a sus hombres y a sus hermanos. Dio otro sorbo al vino. Tenía que llamar a Sofía para contarle que había conocido a Federico y que era un encanto. Todos los Alfonso eran especiales, pero Pedro era el único que le aceleraba el corazón. Quizá lo mejor sería desistir de que fuera la portada de la revista. Aquella misma noche le diría la verdad y se marcharía. Claro que, si lo hacía, lo dejaría en un atolladero, pues sus hombres se quedarían sin desayuno y sin almuerzo. Además, ella no se daba por vencida tan fácilmente, así que, por más difíciles que se pusieran las cosas, no arrojaría la toalla. Dejó la copa sobre la mesa de café al oír que sonaba su móvil. Lo sacó y sonrió al reconocer el número.

—Papá, ¿cómo estás?

—Perfectamente. ¿Se pude saber dónde estás, Paula?

Paula rió quedamente. Sólo al llegar a la universidad se había dado cuenta de que era un hombre excepcional. Había entrado en la política cuando ella terminó la secundaria, y ya había cumplidos tres mandatos como senador. Juraba que aquél sería el último, pero ella lo conocía demasiado bien como para creerlo. Siempre la había animado a hacer en la vida aquello que la apasionara. Lo único que le había exigido era que trabajara los veranos para los más desfavorecidos. Y ella siempre se lo había agradecido.

—Por el momento estoy en Denver.

—¿Y cuándo vuelves a casa?

Paula arqueó una ceja. Para ella, aunque su padre vivía en Washington como senador, la única «casa» era Tampa.

—No estoy segura. ¿Por qué?

Tras una pausa, su padre explicó:

—Voy a pedirle a Diana esta noche que se case conmigo, y si me acepta, quería celebrarlo contigo.

Paula sonrió de oreja a oreja. Su padre salía desde hacía años con la juez Diana Ramírez, una divorciada de cincuenta y un años con una hija y un hijo en la veintena, y llevaba tiempo esperando a que su padre diera el paso.

—¡Es maravilloso, papá! Enhorabuena. Siento no estar con ustedes, pero dile a Diana que estoy encantada.

jueves, 9 de mayo de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 16

—Con lo que poseemos Marcos y yo tendremos de sobra —dijo para tranquilizarlos—. Además, antes de marcharse, Diego me dió permiso para usar sus tierras, así que, en caso de necesidad, puedo llevar las ovejas a Diamond Ridge.

Pedro volvió a leer el informe.

—Aunque por el momento estoy muy ocupado, me gustaría asociarme con vosotros en M&F Colorado una vez lo pongáis en marcha. Es hora de que diversifique mi negocio. No está bien guardar todos los huevos en una sola cesta.

—Eso es verdad —dijo Tomás, sonriendo a su hermano—. Nos encantaría que te unieras a nosotros. Y hablando de huevos, me ha parecido que te sentaba mal que me invitara a desayunar.

Pedro se apoyó en el respaldo y lo miró fijamente.

—¿A qué juegan Nicolás y tú? Paula no está disponible.

Federico preguntó en tono retador.

—¿Quién lo dice?

Pedro frunció el ceño. A su hermano le gustaba discutir.

—Lo digo yo, Fede.

—¿Eso quiere decir que Paula es algo más que tu cocinera? —preguntó Juan.

Pedro suspiró. Conociendo a su familia, sería mejor que dijera algo o empezarían a correr todo tipo de rumores.

—Paula sólo es mi cocinera.

Tomás rió con sorna.

—No recuerdo haberte visto besar a Norma.

Pedro puso los ojos en blanco.

—Norma está casada.

Federico se irguió con expresión de sorpresa.

—¿Quieres decir que la besarías si estuviera soltera?

Antes de que Pedro respondiera, Tomás soltó una carcajada y se golpeó el muslo.

—¡Vaya, Pepe, qué sorpresa! ¡Y pensar que durante todo este tiempo creíamos que llevabas una aburrida vida sexual!

Pedro respiró profundamente para hacer acopio de paciencia. Sus hermanos intentaban provocarlo y no estaba dispuesto a caer en la trampa. Dejó el informe sobre el escritorio.

—Permitanme que les aclare algo. El beso que han presenciado ha sido algo que ha sucedido, pero que no se volverá a repetir. Paula es mi cocinera y nada más. Se marchará en cuanto Norma vuelva.

A continuación se inclinó sobre el escritorio para asegurarse de que captaba la atención de los tres.

—Sin embargo, y puesto que sé cómo actúan al menos dos de ustedes, quiero que quede claro que no se trata de un juego abierto a la participación. Son bienvenidos a mi mesa, como siempre, pero a nada más.

—Yo diría que eso suena bastante posesivo, Pepe —dijo Tomás.

Pedro se encogió de hombros.

—Me da lo mismo lo que pienses con tal de que hagas caso a lo que digo.



Al anochecer, Paula fue al salón de Pedro y se sentó en el sofá con una copa de vino. Resultaba agradable relajarse tras una jornada agotadora. Aunque disfrutaba cocinando, no había planeado pasar sus vacaciones dando de comer a un grupo de hombres, pero tenía que admitir que ver sus rostros de satisfacción tras el desayuno y el almuerzo habían compensado el tiempo que había pasado ante el fogón. Había llamado a su oficina en Florida para hablar con su editor ejecutivo, quien le había asegurado que todo iba bien. Contaba con un equipo eficaz que podía funcionar perfectamente en su ausencia. Su padre siempre le había dicho que para tener una empresa de éxito, debía contratar siempre a los mejores. Había creado una revista que se había convertido en un éxito editorial y el siguiente paso era la expansión a distintos mercados. Sus pensamientos vagaron de la revista a Pedro y al beso que se habían dado. Lo habían presenciado tres miembros de su familia y suponía que ésa era una de las razones por las que él la había evitado el resto del día. Se preguntó si el beso habría tenido el efecto que buscaba y le había hecho perder interés en ella. En su caso, había surtido el efecto contrario. Jamás había recibido un beso como aquél, ni ningún hombre había explorado su boca como lo había hecho Pedro. La había dejado jadeante durante varias horas y todavía sentía un cosquilleo en los labios.

Eres Irresistible: Capítulo 15

Pedro no supo cómo explicar la corriente que le recorrió la espalda en cuanto sus labios tocaron los de Paula. El dulce sabor de su boca le empujó a explorarla vorazmente con su lengua. Cuando le soltó la mano para ponerla en la parte baja de su espalda, cambio de posición para ajustarse a ella y el incendio se propagó por todo su cuerpo. Una pulsante energía lo recorrió de arriba abajo, provocándole una intensa erección. Se dijo que lo que estaba sucediendo era producto de su imaginación, pero sabía que se trataba de un magnetismo sexual tan devastador que no podría hacer otra cosa que satisfacerlo. Quería que ella sintiera lo mismo, y al sentir que su lengua buscaba la de él, supo que lo había conseguido. Con sus manos le masajeó la espalda posesivamente antes de bajarlas a sus nalgas. Paula gimió y se aproximó a él. Sus torsos, sus caderas, sus bocas parecían selladas. Sus lenguas se movían frenéticamente. Pedro había dicho que estaba sexualmente hambriento y estaba demostrando hasta qué punto decía la verdad. Ella lo volvía loco. Con sus manos recorrió su cuerpo para familiarizarse con sus curvas, haciéndole sentir al mismo tiempo su sexo en erección entre los muslos como si buscara cobijo en ella. Oyó los gemidos que escapaban de la garganta de Paula y profundizó su beso. Tuvo la tentación de echarla sobre la mesa de la cocina y poseerla allí mismo hasta quedar extenuados.

—Podemos volver en otro momento.

La frase hizo que se separaran de un salto, como dos niños pillados con las manos en la caja de galletas. Actuando movido por una mezcla de enfado y de sentimiento protector, Pedro se puso delante de Paula para ocultarla, mientras lanzaba una mirada incendiaria a sus hermanos, Tomás y Federico, y a su primo Juan.

—¿Qué demonios están haciendo aquí?

—Tenemos una reunión contigo a las siete —dijo Federico, sonriente—. ¿Lo has olvidado?

—Lo comprendemos perfectamente —dijo Tomás. Era dos años más joven que Pedro y tenía fama de lengua afilada.

—No pasa nada, Pepe —añadió Juan—. Pero estaría bien que nos presentaras.

—Es verdad —dijo Tomás sonriendo—. ¿Por qué la escondes?

Dejando escapar una maldición entre dientes, Pedro se dió cuenta de que tenían razón. Dió un paso lateral y vió la reacción que causaba en los tres hombres ver a Paula. Aunque los adoraba, en aquel momento hubiera querido estrangularlos.

—Paula, éstos son mis hermanos, Tomás y Federico, y mi primo Juan —dijo—. Chicos, les presento a Paula Chaves, mi cocinera.

Paula no se había sentido tan avergonzada en toda su vida, pero consiguió articular un saludo.

—Encantada —dijo.

Y estrechó la mano de los tres al tiempo que observaba el parecido entre todos ellos. Rasgos marcados, mandíbula firme, ojos marrones, hoyuelos al sonreír… Eran todos guapísimos, pero Paula dedicó especial atención al hombre que había robado el corazón a su mejor amiga.

—Bien, se acabaron las presentaciones —dijo Pedro con firmeza—. Vayamos al despacho.

—Pueden reunirse ustedes —dijo Tomás, que no había llegado a soltar la mano de Paula—. Yo me quedo con ella. Me han dicho que haces unos huevos revueltos espectaculares.

Pedro echó la cabeza hacia atrás y suspiró antes de mirar a su hermano con severidad.

—No te sobrepases, Tomás.

Tomás dedicó una sonrisa maliciosa a Paula.

—¿Qué te parece si vengo a desayunar mañana?

Paula se limitó a asentir y siguió con la mirada a los tres hombres mientras salían.

—Y eso es todo —dijo Juan—. Ayer hablé con Fernando y con Matías y los dos están entusiasmados con la idea de expandirse hacia Colorado.

Pedro asintió. Fernando Alfonso y Matías Quinn eran sus primos. Los dos vivían en Montana y eran dueños de M&F, una empresa de cría y doma de caballos muy próspera. Acababan de ofrecer a Tomás, Federico y Juan que se unieran a ellos. Los tres habían acudido a Bozeman para pasar tres semanas con sus primos y sus familias, aprendiendo el oficio y decidiendo si les interesaba formar parte del proyecto. Los tres eran grandes jinetes y Pedro había asumido que aceptarían la propuesta.

—Así que están decididos —comentó mientras echaba una ojeada a un informe sobre la situación de la compañía.

—Sí. Y hemos pensado que como nuestras propiedades son contiguas podemos unirlas para compartir pastos. Lo único que nos preocupa es quitarte terreno para tus ovejas.

Pedro asintió con la cabeza agradeciéndoles su consideración. Las ovejas requerían mucho pasto y sus hermanos y primos siempre le habían cedido terreno generosamente para que su ganado pudiera pastar. Por el momento, no tenía intención de aumentar el número de rebaños que poseía.