jueves, 29 de noviembre de 2018

Culpable: Capítulo 4

Pedro reconocía que era fácil ser despreciativo cuando no se había experimentado la sensualidad que proyectaba aquella mujer. Su boca incitaba al pecado. Sus labios prometían momentos apasionados a todos aquellos afortunados que pudieran saborearlos. A medida que se apiadaba de su amigo, aumentaba su desprecio por la mujer que había empleado la sensualidad como arma.

–No la entretendré demasiado, señorita Chaves. ¿Le importaría sentarse de nuevo?

Puesto que no era una opción, Paula obedeció y se fijó en la mirada crítica y poco amistosa que seguía cada uno de sus movimientos.

–La señorita Chaves ha viajado en tren toda la noche. Debe de estar muy cansada –comentó el concejal local antes de tomar asiento.

–Nos está viendo en el mejor momento. El invierno aquí es muy largo.

De su comentario se deducía que él pensaba que ella se pondría a llorar en cuanto comenzara a nevar. ¡Y eso se lo decía un forastero!

–¿Ha vivido aquí mucho tiempo, señor Alfonso?

Paula se percató de que los miembros del comité se miraban divertidos. ¿Por qué les parecía tan gracioso lo que había dicho?

–Toda mi vida.

La única mujer que había en el comité fue la que explicó la broma.

–Los Alfonso Zolezzi llevan muchísimo tiempo siendo generosos benefactores de la comunidad, y Pedro dedica un tiempo de su apretada agenda para ejercer como miembro del consejo escolar.

Paula se percató de que él esbozaba una sonrisa, pero no la miraba. Su voz era grave y dulce a la vez pero no tenía ningún acento escocés a pesar de que pertenecía a la familia Alfonso Zolezzi.
 Bajó la vista. Suponiendo que consiguiera el trabajo, ¿Eso significaba que tendría que trabajar con él? La idea hizo que se le acelerara el corazón. Con suerte, toda su implicación en la escuela no era más que firmar los cheques. Al ver que él volvía a dirigirse a ella, se esforzó para no estremecerse.

–Cuénteme, ¿cuánto tiempo lleva enseñando?

–Cinco, no, cuatro...

Su intensa mirada provocó que se sonrojara, una de las maldiciones de su condición de pelirroja.

–Cinco años y medio –contestó al fin.

Pedro apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia ella. La voracidad que ocultaba su sonrisa hizo que Paula se sintiera como Caperucita Roja. Aunque aquel hombre hacía que el lobo pareciera benévolo.

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