jueves, 15 de noviembre de 2018

No Quiero Perderte: Capítulo 32

–No me mientas –alzó la voz–. Oí lo que dijo. Estaba sorprendido por el hecho de que hubieras podido seducirme en tan poco tiempo. Normalmente soy más sensata que eso –se quitó el anillo de compromiso y el de boda–. He tenido muchos hombres interesados por mi dinero y fingiendo interés por mí, así que suelo detectarlos a una milla de distancia. Tú eras diferente. Y mucho más atractivo, por otro lado.

Lo miró un instante y pensó que podía haber besado y fotografiado aquel rostro durante toda su vida, si no hubiese sido el rostro de un traidor.

–Soy diferente. No estoy interesado en tu dinero.

–Pero lo aceptaste, ¿No es así?

–El dinero de tu padre. Sí, lo acepté. Porque quería montar mi negocio. Llevaba mucho tiempo esperando y había sufrido varios contratiempos que me impidieron hacerlo hasta que tu padre me ofreció la oportunidad…

–De aprovechar la oferta y llevarte a su hija solterona –pestañeó para contener las lágrimas–. Ahora sé por qué tenías tanta prisa por casarte. Por qué no querías un noviazgo largo que se anunciara en los periódicos, o una boda de verdad. Nada de eso te importaba porque no se trataba de nosotros. Sólo se trataba de dinero. Bueno, pues no estoy dispuesta a que me vendan, ni siquiera por un millón de dólares –su voz sobresalió del murmullo que había en el elegante restaurante cuando se levantó y le tiró los anillos a Pedro. Rebotaron en el mantel y desaparecieron mientras su silla se caía al suelo.


Paula corrió hacia la puerta, chocándose con una mesa y tambaleándose sobre sus zapatos de tacón. Jadeando, y con lágrimas en las mejillas, corrió por las escaleras de emergencia hasta que llegó a la calle. Pedro no salió tras ella. ¿Esperaba que hubiera corrido tras ella para convencerla de que todo había sido un gran error? Su romance de cuento de hadas era una farsa y su sueño nunca volvería a convertirse en realidad. Cuando llegó a la calle estaba prácticamente oscuro. Se dirigió a su coche y buscó las llaves en el bolso. Le temblaban las manos, pero Ali y Faith la saludaron con un maullido.

–Estoy aquí. Nos escaparemos juntas.

Se sentó en el asiento de cuero y arrancó el motor. Cuando se dirigió hacia la autopista, sintió que se le encogía el corazón. Había terminado. Con un poco de suerte no volvería a ver a Pedro nunca más. Quizá, incluso llegara a olvidarlo algún día. No. Nunca lo olvidaría. ¿Cómo iba a olvidar a alguien que la había engañado para comprometerse con ella? ¿Cómo iba a olvidar la seguridad de sus abrazos? ¿El poderoso roce de sus dedos contra la piel o la pasión de sus besos?

–¡Maldito sea! –golpeó el volante con el puño.

¿Por qué tenía que haberle dado placeres que nunca podría tener? Debía pagar por ello. Y lo haría. Aunque se formara un gran escándalo. Su padre le pediría que le devolviera el dinero. No iba a pagar un millón de dólares por un matrimonio que había durado menos de un mes. Miguel Chaves era un inversor demasiado astuto para eso. No. Pedro tendría que devolverlo todo, arruinaría su negocio y tendría que suplicarle a Antonio Maddox para que lo contratara de nuevo. Un sentimiento de culpa se apoderó de ella. En el fondo, deseaba que él tuviera éxito y fuera feliz. ¿Y por qué no? Era así de idiota. Soltó un gritó de angustia, repartiendo su dolor por el aire. Había sido estúpida al pensar que alguien podía llegar a amarla por ser como era.

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