Pasaron ese día y el siguiente disfrutando de Sausalito. Un paseo en barco por la bahía, una exquisita comida francesa y una noche de baile en un club local. En todos sitios parecía que la gente les sonreía como si brillaran de manera especial. Y probablemente así era. «Todo es demasiado bueno como para ser cierto. Él es demasiado bueno para ser de verdad». Cuando las dudas se apoderaban de ella, Paula las apartaba de su mente. Sólo eran sus viejas inseguridades, los años que había pasado siendo un patito feo que sólo interesaba a los hombres por su dinero. Pero Pedro no necesitaba su dinero. Parecía no estar interesado en él. Ella podría ser pobre como un ratón de iglesia y no habría ninguna diferencia para él. Ella se rió. Pedro, que iba caminando a su lado mientras subían a una colina, se volvió y le apretó la mano.
–Esta vez ni siquiera te voy a preguntar de qué te ríes.
–¿Por qué no?
–Porque lo sé –puso una amplia sonrisa–. Me siento exactamente de la misma manera.
De vuelta en San Francisco, Paula fue a su departamento para recoger algunas cosas y llevarlas a casa de Pedro. Su departamento era lo bastante grande para ellos dos y sus gatos ya habían encontrado un lugar acogedor donde tumbarse. Oficialmente estaban viviendo juntos.
–¿Te das cuenta de que nunca he tenido la oportunidad de vivir en pecado? –le clavó el dedo despacito mientras estaban tumbados en la cama, después de pasar la primera noche en lo que sería su casa temporal.
–Siento haberte privado de ello. Estoy seguro de que se nos ocurrirán otros pecados que cometer.
–¿No es extraño lo poco que ha protestado mi padre respecto a todo esto? No parecía nada sorprendido cuando le dije que íbamos a casarnos. Debes de caerle muy bien. No me había presentado a ningún hombre desde hacía mucho tiempo.
–Sabe reconocer a un buen yerno cuando lo ve.
–Sobre todo lo que es sorprendente es que no le haya importado que nos casáramos en Sausalito sin hacer una gran celebración. Normalmente es muy remilgado con cómo se hacen las cosas.
–A lo mejor se alegra de verte felizmente casada –Pedro le acarició un mechón de pelo.
–Supongo. Quizá se ha quitado un peso de encima al ver que ya no seré una solterona amargada que viviría en su casa durante el resto de su vida –sonrió ella–. Prefiero ser una mujer felizmente casada.
–Bueno, pues tu marido felizmente casado tiene que ponerse a trabajar –Pedro se separó de ella.
Al instante, Paula comenzó a echarlo de menos.
–No estoy segura de si voy a soportar estar separada de tí todo el día –frunció los labios y se tapó con las sábanas. Podemos comer juntos –Pedro salió de la cama y cruzó la habitación–. Quizá eso sea suficiente para evitar que te sientas abandonada.
–No. Seré fuerte –Paula apoyó la cabeza en la almohada con dramatismo–. Sé que tu trabajo es importante para tí y no quiero ser una distracción. ¿En qué tienes que trabajar hoy?
–Hmm. No estoy seguro. Se me ha olvidado todo lo relacionado con Maddox Communications.
–Será mejor que lo recuerdes antes de que Antonio Maddox se dé cuenta. Me alegro de haber conocido a toda la gente con la que trabajas. Así cuando me hables de cómo te ha ido el día, sabré de qué me hablas.
–Sí –Pedro parecía distraído.
Probablemente intentaba pensar en el trabajo después de haber pasado un fin de semana salvaje. Ella no iba a ser una esposa que reclamara la atención de su esposo durante veinticuatro horas al día. Su intención era ser práctica y apoyarlo, y también centrarse en su propio negocio. Un largo suspiro se escapó de sus labios.
–Creo que pasaré el resto del día fotografiando parejas –sonrió–. Siempre ha sido mi tema favorito. Ahora que yo también soy la mitad de una pareja, incluso estoy más emocionada con la idea de capturar lo radiantes que están.
–¿Suelen decirte que sí cuando les preguntas?
–Sí. Las que son felices, sí. Las que no lo son no quieren que su imagen quede guardada para siempre.
–Entonces, espero que hoy encuentres un montón de parejas felices.
–Ninguna estará tan contenta como yo, eso seguro.
Paula se quedó en la cama después de que Pedro le diera un beso de despedida y se marchara a trabajar. Quizá después de recorrer las calles con la cámara durante un par de horas iría al laboratorio a revelar. Allí, en la oscuridad, podría mantener una estúpida sonrisa en el rostro y nadie se daría cuenta. Miró el reloj, eran casi las nueve! Las agencias de publicidad debían de empezar la mañana de manera relajada. Su padre solía estar en la oficina a las siete como muy tarde. Pero la banca era diferente, y la bolsa funcionaba a un ritmo completamente distinto. De pronto, el sonido de una música llamó su atención. ¿Era el teléfono? Salió de la cama y se puso un batín. La música siguió sonando y cuando llegó al salón vió que había un teléfono inalámbrico sobre el escritorio de Pedro. ¿Debía contestarlo? Estaba en su nueva casa. Pero no era el teléfono de la casa. Pedro debía de tener una línea aparte para el trabajo. Decidió no contestar. Para empezar tendría que explicar quién era, ya que casi nadie sabía que Pedro y ella se habían casado. Lo mejor era esperar a que saltara el contestador. Mientras dudaba, sonó la voz de Pedro seguida de un pitido. Ella se volvió para salir de la habitación puesto que no era asunto suyo. La voz hizo que se detuviera en seco.
–Buenos días, Pedro, ¿O debería llamarte hijo? –la voz de su padre la dejó de piedra. ¿Estaba llamando su padre? ¿Y por qué no? Se volvió hacia el teléfono para contestar.
–El dinero estará ya en tu cuenta. Un millón de los grandes. He hecho la transferencia hace cinco minutos.
Paralizada, Paula miró el teléfono y frunció el ceño. ¿De qué diablos estaba hablando? El miedo se apoderó de ella.
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