martes, 20 de noviembre de 2018

No Quiero Perderte: Capítulo 33

Pedro miró los anillos mientras rebotaban en la mesa y caían al suelo. Después, se agachó para recogerlos. Las palabras de Paula reverberaban en su cabeza. Encontró el anillo de diamantes que su abuela le había dejado y se levantó, aliviado.

–Paula…

Se había marchado. Miró por el restaurante pero no la encontró. Se puso en pie con el anillo guardado en la mano.

–¿Puedo ayudarlo, señor? –un camarero se acercó deprisa.

–¿Dónde se ha ido?

–¿Su acompañante?

–¡Sí!

–Me temo que no la he visto –se acercó–. Quizá esté en el lavabo.

Pedro frunció el ceño.

–No creo. Será mejor que pague la cuenta.

–Los entrantes no tardarán, señor.

–No, pero tengo que irme –la gente lo miraba y él sacó tres billetes de cincuenta dólares del bolsillo.

De pronto, se acordó del otro anillo y se agachó para buscarlo. La alianza de oro grabada con las iniciales de ambos estaba junto a la pata de la mesa. Lo recogió y lo guardó en un bolsillo.

–¿Hay algún problema, señor? –el maître se acercó a él.

–No, ninguno. Sólo que me ha surgido un imprevisto –se aclaró la garganta y le entregó los billetes–. Quédese el cambio.

Una vez en la calle, miró a ambos lados. No había ni rastro de Paula. Una sensación de angustia lo invadió por dentro. ¿Por qué se había disgustado tanto? ¿Era tan grave que él hubiera aceptado dinero de su padre? Se pasó la mano por el cabello. Por supuesto que era grave. Paula pensaba que se había casado con ella sólo por el dinero. Se sentía culpable y avergonzado. ¿Cómo reaccionaría el padre de Paula? Pedro se preguntaba si Miguel Chaves sabía que ella lo había descubierto. A lo mejor él podría convencerla para que no provocara un escándalo. No sería bueno para ninguno. Y si ella rompía el matrimonio, Chaves podía pedirle que le devolviera el millón de dólares.

Pedro se detuvo en medio de la calle. Un coche pasó casi rozándolo y se subió a la acera. Ya se había gastado parte del dinero en el alquiler de la nueva oficina. Y había dado un depósito para reformar la sala de conferencias. Ni siquiera tenía el dinero para devolverlo. Se dirigió hacia el apartamento caminando. No había llevado el coche al restaurante porque no quedaba demasiado lejos. A Paula y a él les gustaba regresar paseando después de ir a cenar. Ella sabía muchas cosas de la arquitectura y la historia de la ciudad y siempre le mostraba cosas interesantes en las que él no había reparado. La ciudad había cobrado vida para él desde que la había conocido. Sintió un fuerte remordimiento. Era terrible que ella se hubiese enterado de esa manera. Podía imaginarla escuchando el mensaje. Debía de haberse quedado destrozada. Si pudiera encontrarla y explicarle que estaba interesado en ella y no en el dinero.

El ascensor que lo llevaría hasta su apartamento subía demasiado despacio. ¿Y si ella ya se había marchado? Tendría que ir a buscarla a casa de su padre y no le hacía ninguna gracia tener que ver a aquel hombre si ya se había desatado el escándalo. La encontraría, le diría que la amaba de verdad y que todo saldría bien. O eso esperaba. Llamó a la puerta de apartamento. Al fin y al cabo también era su casa y no quería interrumpirla si estaba llorando. No obtuvo respuesta. Sacó la llave y abrió la puerta.

–¿Paula?

El departamento estaba a oscuras. Encendió la luz y esperó a que aparecieran los gatos, pero no fue así.

–¿Faith? ¿Ali? ¿Dónde están?

Pedro sintió mucho miedo. Los gatos tampoco estaban en la casa. Paula no podía haber tenido tiempo de pasar a buscarlos así que debía de habérselos llevado con ella desde un principio. Se dirigió a su armario y lo abrió. Para su sorpresa descubrió que todavía estaba lleno de ropa, casi toda nueva y con la etiqueta puesta. Así que no se había marchado para siempre. A menos que hubiera decidido abandonar su nuevo aspecto también. Se dirigió al garaje. Tenía que ir a la mansión de los Chaves y recuperar a Paula. Y tenía que llegar antes de que el padre de Paula se enterara por otra persona de la discusión que habían tenido en público.

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