–Me entrenaron desde muy joven –como heredera, había aprendido a conversar con todo el mundo, desde los miembros de la realeza hasta los empleados–. A veces viene bien.
–Y estabas tan tranquila, incluso a pesar de que sabíamos que sólo teníamos un día para el rodaje.
–Sabía que lo terminaríamos.
–Ojalá hubiera más fotógrafos como tú –sonrió y levantó la copa.
¿Por qué tenía que ser tan atractivo? La sonrisa que puso Paula debía de haber sido falsa, pero no lo era. No podía evitarlo. Pedro era muy tentador.
–¿Para contratarlos a ellos en lugar de a mí? –ella arqueó una ceja y le guiñó un ojo.
–¿Por qué iba a hacer tal cosa si todo puede quedar en familia? –le agarró la mano–. ¿No te parece perfecto?
–Sí, demasiado perfecto.
La mirada de Pedro brillaba con entusiasmo, por su nuevo negocio, no por la pasión que sentía por ella. Todo era demasiado bonito para ser real. Porque, por supuesto, no lo era.
El camarero les sirvió los aperitivos. Paula agarró el tenedor pero no tenía hambre. «Ahora. Díselo ahora». Pero ¿Cómo iba a decírselo si él sonreía con cara de felicidad? Era ella la que solía calmar los ánimos y los problemas de los demás. Prefería consolar y hacer que todo el mundo se sintiera bien, aunque fuese a su costa. Era Paula, la chica buena con la que siempre se podía contar. O al menos, así solía ser. Antes de que sus sueños se convirtieran en realidad y quedaran destrozados de la manera más cruel y dolorosa posible en menos de una semana. Se le puso un fuerte dolor en el pecho que hizo que entrara en acción.
–Pedro, ¿Cuándo supiste que te habías enamorado de mí?
–Hmm, interesante pregunta.
–¿Fue cuando me viste por primera vez, con aquel vestido gris, sin maquillaje y el cabello alborotado? –lo miró tranquila–. ¿Cuando estaba tan nerviosa que apenas podía hablar?
–No, no creo que fuera entonces.
–¿Y por qué me sacaste a bailar?
–¿Por qué no?
–Bueno… –tragó saliva–, es que los hombres sólo me sacan a bailar cuando están interesados en mi dinero –lo miró muy seria–. Estoy acostumbrada a eso. De algún modo, contigo parecía distinto.
–Porque era distinto. Me siento atraído por tí, no por tu riqueza –bebió un sorbo de champán–. Me atraes por cómo eres.
El dolor que sentía Paula se hizo más intenso. ¿Cómo podía mantener esa expresión tranquila cuando la estaba mintiendo?
–Pero te sientes mas atraído por mí desde que cambié de imagen.
–No diría tal cosa –sonrió–. Bueno, puede que sí. Estás tremenda cuando te arreglas, Pau.
–Ahora lo sé. Aunque todo el mérito es de Marcela. Fue ella la que me transformó como si fuese mi hada madrina. E incluso al final conseguí un príncipe también.
Pedro frunció el ceño.
–¿Marcela te transformó? ¿Y cuál era su intención? Desde que Antonio me contó que era la espía, sé que busca algo más de lo que aparenta. Debes de tener cuidado con ella. A saber qué intenta sacar de tí. No le has dado ninguna información financiera, ¿Verdad?
–Por supuesto que no –«no, no queremos que ponga las manos sobre tu dinero». Las lágrimas inundaron sus ojos, pero consiguió contenerlas. Ya tendría tiempo para llorar más tarde–. Pero me cae bien. Y confío en ella. Soy una persona confiada o, al menos, solía serlo –le tembló la voz.
–¿Has perdido la confianza en ella?
–En ella no, en otra persona.
Pedro frunció el ceño.
–¿En quién? –se inclinó hacia delante–. Dímelo y lo solucionaremos. No quiero que nadie te haga daño –la miró fijamente a los ojos.
–En tí.
Las palabras salieron de su boca y permanecieron en el aire unos instantes. Pedro frunció el ceño.
–No lo comprendo.
–¿No? A lo mejor lo comprendes mejor si te menciono cierto número con seis ceros.
Pedro dejó el tenedor sobre la mesa, continuó mirándola fijamente y se pasó la mano por el cabello.
–Oí un mensaje que mi padre te dejó en el contestador agradeciéndote que te hubieras casado conmigo, a cambio de una cifra importante, por supuesto, ya que nadie querría quedarse a mi lado a cambio de nada.
–Él me ofreció ayuda para iniciar mi negocio. Simplemente es una inversión por su parte.
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