–¡Les han encantado las fotos! –exclamó Pedro mientras caminaban por Market Street después del rodaje.
–Sí. Parecían muy contentos –dijo ella con una sonrisa.
–Tendrías que considerar la posibilidad de dedicarte a la fotografía publicitaria –la estrechó contra su cuerpo. Iban caminando abrazados, como si fueran un matrimonio feliz.
–Puede que lo haga –«Pero no contigo».
–Parecía que lo estabas disfrutando de verdad. Hiciste un trabajo estupendo diciéndoles a los modelos cómo conseguir el aspecto perfecto. Eso no es fácil.
–Ha sido divertido. Podría imaginarme trabajando para revistas.
–Creo que esto merece una cena de celebración, así que he reservado en mi restaurante favorito, Lago´s.
Lago´s era un restaurante elegante que Bree había oído mencionar a su padre.
–¿Y por qué no? Parece el lugar perfecto para que vaya a cenar el presidente de una gran compañía de publicidad.
–Eso es lo que pensaba –la sonrisa de Pedro estuvo a punto de conseguir que ella cambiara de opinión respecto a su decisión.
Entonces, las palabras que había oído en el mensaje del contestador resonaron en su cabeza. Un millón de los grandes. Eso era en lo que consistía su relación amorosa. Había llegado el momento de poner en marcha su plan.
–Tengo que pasar por casa para cambiarme.
–Está bien, tenemos cuarenta y cinco minutos. Suponía que querrías pasar por casa. Eres tan elegante.
Paula sintió pánico al darse cuenta de que necesitaba que él no estuviera en la casa para poder recoger sus cosas y meter a los gatos en las cajas.
–Pedro, ¿Me harías el favor y pasarías a recoger una caja de fotos a casa de mi padre mientras me cambio? –eso le llevaría unos cuarenta y cinco minutos y así no podría pasar por su casa–. Dame la dirección del restaurante. Nos veremos allí.
–Claro. Toma –sacó una caja de cerillas del bolsillo y se la dió.
Paula miró la dirección. Podría estacionar en el estacionamiento público que había cerca de
allí. Respiró hondo y dijo:
–Es una caja de plástico azul que está a la izquierda de mi escritorio. No puedo creer que me la haya dejado –en realidad no necesitaba la caja para nada, pero era su oportunidad para planificar su huida.
Y podía ser que Pedro se encontrara con su padre y se felicitaran mutuamente… Justo antes de que ella sacara a la luz su plan conspirador.
Pedro entró detrás de ella en el restaurante más elegante de la ciudad. Todas las mesas estaban decoradas con flores y los clientes iban muy elegantemente vestidos. La luz del atardecer entraba por los ventanales con vistas al agua. Él la guió hasta la mesa que tenía la mejor vista de todas, en un pequeño balcón que sobresalía sobre la bahía.
–Debes de conocer a alguien para haber conseguido esta mesa –susurró ella.
–Sólo quiero lo mejor para mi bella esposa.
Paula sintió un nudo en el estómago. Aquel lugar de ambiente refinado no era el lugar para montar un numerito. Quizá debería esperar a llegar a casa antes de enfrentarse a él. No, lo tenía todo planeado. El coche cargado y los gatos esperándola en sus jaulas, junto a la medicina de Ali y la comida especial de Faith. ¿De veras podía hacer aquello? ¿Marcharse sin más? El pánico se apoderaba de ella por momentos. Respiró hondo, provocando que sus senos se hincharan bajo el vestido verde que había elegido para la ocasión. Quería que Pedro la recordara muy guapa antes de poner en marcha su plan.
Pedro le retiró la silla para que se sentara. Ella se acomodó y se colocó la servilleta en el regazo. El camarero les sirvió una copa de champán y les explicó las recomendaciones del menú.
–Hoy has estado fantástica –Pedro la miró a los ojos con ternura. Te has comportado con mucha naturalidad con los clientes. Hay gente que se pone muy nerviosa con ellos.
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