Pedro le apretó la mano con fuerza y le dedicó una mirada tranquilizadora. Había muchas petunias en macetas y la mesa estaba decorada con grandes lazos. El director del hotel se acercó a ellos, seguido de una mujer rubia que sujetaba una flor para Pedro.
–Bienvenidos y enhorabuena en su día especial.
Paula pensó que el discurso parecía un poco falso y se amonestó por ello. Sólo intentaban ser amables y que se sintieran como en casa. Se fijó en la impresionante vista de la bahía, donde había varios veleros repartidos por el agua. Era un bonito lugar para casarse. Incluso perfecto. Además, lo importante era que iba a casarse con aquel hombre maravilloso y comenzar una etapa nueva y emocionante de su vida. Aun así, de camino al cenador notó que se le entrecortaba un poco la respiración. ¿Podía ser permanente algo que había sucedido tan deprisa? A pesar de que Pedro la agarraba fuertemente de la mano, le invadían las dudas. Quizá Pedro pensara que se estaba casado con la mujer tentadora en la que Marcela la había convertido. ¿Qué pasaría cuando descubriera que se había casado con una timorata y no con la mujer excitante de sus sueños?
–Te quiero, Paula–sus palabras difuminaron sus preocupaciones.
–Yo también te quiero, Pedro–contestó ella con convicción.
¿Cómo había podido tranquilizarla en el momento adecuado? Porque era perfecto para ella. Tras una pequeña conversación y antes de que ella tuviera oportunidad de calmarse, empezó la ceremonia.
–Paula Chaves, ¿Desea que este hombre se convierta en su fiel esposo para honrarlo y amarlo hasta que la muerte los separe?
–Sí –contestó ella con decisión, para no mostrar ninguna de sus dudas.
Pedro también pronunció los votos con entusiasmo y Paula estuvo a punto de reír.
–Puede besar a la novia.
Delante de todos aquellos desconocidos, Pedro la rodeó por la cintura, la atrajo hacia sí y la besó. Ella se estremeció.
–Estamos casados –susurró–. Nunca he estado tan emocionado en mi vida.
–Yo tampoco –dijo Paula–. Todo ha sucedido tan deprisa que apenas puedo creerlo.
–Cuando algo es lo adecuado, parece que se unen todas las fuerzas del universo para que salga bien. Esa fuerza llevaba en movimiento desde el momento en que te conocí.
–¿Aunque llevara aquel horrible vestido gris?
Pedro soltó una carcajada.
–Un vestido no puede ocultar el brillo que se desprende de tu interior, Pau. Al instante supe que eras especial. Y cuando bailamos… –silbó, lo que provocó que ella se riera–. Luego vamos a ir a bailar –dudó un instante–. O mañana. Es nuestra noche de boda y tengo planes muy concretos para hoy –arqueó una ceja y Paula sintió que el deseo se apoderaba de ella y se le endurecieran los pezones.
Estuvo a punto de meter la mano bajo su chaqueta para sentir el torso musculoso que se ocultaba bajo la ropa. Entonces recordó que todavía estaban en la terraza del hotel bajo la mirada de los testigos. Miró a su alrededor y dió un paso atrás.
–¿Y si nos vamos a un lugar más íntimo?
Una vez en la habitación, que también tenía unas vistas maravillosas de la bahía, Paula comprobó que Pedro tenía la noche planificada al detalle. Incluso los gatos estaban disfrutando de una comida especial y tenían un montón de cojines junto al sofá. Cuando llamaron a la puerta confirmaron que todo estaba sucediendo según lo planificado.
–Debe de ser la cena –besó a Paula en los labios antes de ir a abrir.
Había pedido la mejor comida del hotel para degustarla en privado. Todo lo mejor para Paula. No porque fuera una mujer rica y estuviera acostumbrada a ello, sino porque quería cuidarla y ver cómo se le iluminaba el rostro con una sonrisa.
–Pensé que íbamos a salir –Paula miró hacia la puerta.
–¿En nuestra noche de boda? Prefiero la intimidad –la miró.
El camarero entró con un carro lleno de platos, los felicitó y se marchó. Paula levantó la tapa de la primera fuente y percibió el aroma de una gran variedad de pequeños entrantes. Se dieron de comer mutuamente, riéndose. ¿Cuándo había hecho algo tan simple con una mujer y lo había pasado tan bien? Nunca. Paula tenía una manera de ver la vida muy refrescante. Incluso aunque no hubiese habido un millón de dólares de por medio, él habría estado muy contento con su elección. La sopa era una vichyssoise con cebolletas. Después, solomillo tierno con verduras y patatas, bañado en salsa como plato principal. De postre, profiteroles, éclairs y tartas diversas. Pedro le lamió los labios a ella para limpiarle la crema y después brindó por su matrimonio con una copa de Moet.
–Creo que deberíamos retirarnos al dormitorio –recogió la botella de champán y las dos copas–. Estaremos más cómodos allí.
Esperó mientras ella se ponía en pie. Estaba radiante, completamente diferente a la mujer que había conocido la primera noche en la gala. Ella había florecido desde que se habían conocido. Fueran donde fueran todo el mundo los miraba, y ella parecía cómoda y tranquila bajo la mirada de todos aquellos hombres envidiosos. La cama estaba abierta y las sábanas blancas brillaban bajo la luz tenue. Paula se sentó en el borde y aceptó una copa de champán. Pedro se sentó a su lado y le retiró una de las horquillas que le sujetaban el moño, permitiendo que escapara uno de sus tirabuzones. Paula tiró con suavidad de uno de los lados de su pajarita y le retiró la prenda de seda del cuello.
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