–Me habían hecho propuestas, papá. Varias. Algunas de hombres que apenas conocía. Cuando uno tiene dinero hay todo tipo de gente que quiere casarse contigo para poder poner las manos en él. Si hubiese querido que alguien se casara conmigo por dinero, podría haberlo hecho por mí misma –respiró hondo–. Estaba esperando para casarme con alguien que quisiera casarse conmigo sin que quisiera mi dinero. Alguien que estuviera interesado en mí.
Miguel miró a Pedro y volvió a mirar a Paula.
–Imagino que el valiente gesto del señor Alfonso de tirarme el millón de dólares a la cara, te demuestra que es un hombre de ese calibre.
–Eso ayudó. Nunca sabremos qué habría pasado si no le hubieras ofrecido el dinero, pero al menos sé que él me quiere al margen del dinero –Paula dió un paso hacia Miguel.
–Papá… –le agarró una de las manos–. Quiero creer que tu intención era buena. Que querías que me casara con un buen hombre y fuera feliz. No te culpo por tratar de manipular la situación, puesto que así es como acostumbras a hacer las cosas –tragó saliva–. Pero por favor, en el futuro, deja que tome mis propias elecciones en la vida como yo quiera.
Miguel asintió con el rostro nublado por la emoción.
–Haré lo que pueda. Aunque no me resultará fácil –puso una irónica sonrisa–. Como ya sabes, estoy acostumbrado a dirigir el cotarro.
–Bueno, Pedro y yo dirigiremos nuestra vida a partir de ahora. Estaremos encantados de que nos apoyes, pero también nos gustaría solucionar las cosas por nosotros mismos.
–Comprendido –su expresión era una mezcla de ternura y orgullo.
Era evidente que respetaba a Paula por haberse enfrentado a él. Pedro se aclaró la garganta. Había llegado el momento de que él hablara.
–Pido disculpas por mi papel en todo esto. Debería haber rechazado tu oferta desde el primer momento. Eso me lo decía mi instinto pero, igual que tú, veía cierta simetría en la propuesta. Quizá sea que los hombres tendemos a convertir cualquier situación en un asunto de negocios. En cualquier caso, me arrepiento de haberle hecho daño a Pau, sobre todo porque desde el primer momento supe que era la mujer adecuada para mí, con dinero o sin él.
Miró a Paula y vió que las lágrimas inundaban su mirada. Notó una fuerte presión en el pecho y se contuvo para no estrecharla entre sus brazos.
–Para demostrárselo, tendré que pasar el resto de mi vida con ella.
–Tengo la sensación de que se lo vas a demostrar muy bien –Miguel se acercó a él y agarró la mano de Pedro entre las suyas–. Me caíste bien desde el primer momento. Aunque he de reconocer que he cambiado de opinión en alguna ocasión –arqueó una ceja–, pero mantengo mi opinión inicial acerca de que serás un esposo excelente para mi hija. Les deseo un matrimonio feliz y duradero. Más duradero que los pocos años que compartí con la madre de Pau. Nunca conocí a otra mujer que mereciera la pena.
Paula comenzó a llorar.
–Oh, papá. Yo también echo de menos a mamá todavía. Nunca hablabas de ella.
–Me temo que todavía me hace mucho daño –acarició el brazo de Paula–. Un amor así sólo aparece una vez en la vida. Soy afortunado por haberlo disfrutado cuando lo hice –miró a Pedro–. Confío en ustedes para que me den nietos, por supuesto.
–Lo imaginábamos –Pedro le guiñó un ojo a Paula–. Pero nosotros elegiremos los nombres.
–¿Paula te ha contado lo de la tradición familiar?
–Me temo que sí, y pretendemos crear nuestras propias tradiciones –se le ocurrió una idea–. Me gustaría invitarlos a cenar para celebrar el nuevo comienzo para todos.
–Estupendo –contestó Paula con una amplia sonrisa.
Pedro se volvió hacia Miguel.
–Muy bien –Miguel arqueó una ceja–. ¿Pero estás seguro de poder permitírtelo? Los Chaves tenemos gustos muy caros.
–Yo no –se quejó Paula–. Nuestro restaurante tailandés favorito no es nada caro. Estoy segura de que a tí también te gustaría, papá, si te atrevieras a probarlo.
–Quizá es hora de que amplíe mis horizontes.
–Entonces, vamos –Pedro rodeó a Paula con el brazo.
Ella sonrió y lo abrazó también.
–Y esta vez vamos a permanecer todos juntos. Sin secretos ni sorpresas.
–Lo prometo –Pedro bajó la cabeza para besarla.
El aroma de su piel se apoderó de él, provocando que deseara tenerla entre sus brazos para siempre. Miguel se aclaró la garganta e interrumpió el momento romántico.
–Guarden los cariños para luego, chicos.
–De acuerdo, papá. Haremos lo posible. Hemos estado separados casi una semana, así que tenemos que recuperar el tiempo perdido.
–Estoy seguro de que lo harán.
–Sí, lo haremos –Pedro miró a Paula a los ojos–. Tenemos toda una vida por delante para disfrutar el uno del otro.
Cuando Miguel se adelantó para abrir la puerta, oyeron que decía:
–Sin duda. Pero sinceramente creo que merezco un poco de respeto.
Pero ellos estaban demasiado ocupados besándose como para contestar.
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