Paula conducía despacio por la autopista y la lluvia caía en el cristal cuando sonó su teléfono. Era probable que fuera Pedro. No pensaba contestar. Dejó que siguiera sonando y que saltara el buzón de voz. Entonces, comenzó a sonar de nuevo. Y una vez más saltó el buzón de voz. Pero continuaron llamando y Ali comenzó a maullar a modo de protesta.
–Tranquila, cariño. Pararé para decirle a ese cretino que deje de molestarnos –se detuvo en una gasolinera y contestó la llamada.
–Deja de llamarme, no quiero…
–Paula, soy yo, Marcela.
–¿Qué quieres? –preguntó con tono tenso. La idea de que Marcela fuera una traidora hacía que viera a su amiga de un modo completamente diferente. ¿Vas a decirle a Pedro dónde voy?
Paula le había contado a Marcela cuál era su plan después de la fiesta. Antes de descubrir la verdad acerca de ella.
–Sigo pensando que deberías replanteártelo todo –dijo Marcela–. ¿Cuándo pensabas marcharte?
–Ya me he ido. Estoy en la carretera.
–¿Vas hacia Napa?
–Me arrepiento de haberte contado mi plan desde que me he enterado de que eres una espía.
–¿Qué?
–No finjas que eres inocente. El detective de Brock te ha descubierto.
Elle se quedó en silencio.
–Y me pregunto si Pedro te pidió que me hicieras cambiar de imagen para que quedara mejor a su lado cuando se casara conmigo por dinero.
–Él no tuvo nada que ver con eso. Lo prometo. Estoy de acuerdo en que fue un poco interesado por su parte aceptar dinero de tu padre, pero es un hombre, ya sabes.
–Pues no lo necesito. Hasta ahora me ha ido muy bien sin un hombre a mi lado. Y también me voy a quitar estas malditas lentillas verdes –se quitó la del ojo izquierdo y la tiró al asiento de atrás.
De pronto, lo veía todo nublado y conducir así podía ser peligroso. Abrió la guantera y sacó su par de gafas de repuesto. Se quitó la segunda lentilla y la tiró al suelo antes de ponerse las gafas.
–Creo que las mejoras que he hecho en mi vida últimamente no han servido de nada. ¿Y en qué estabas pensando cuando te liaste con Antonio Maddox? Bastante contraproducente es que fuera tu jefe pero, ¿Que además lo espiaras?
–Es complicado –susurró Marcela–. Ojalá pudiera explicártelo, pero…
–Ahórratelo. Ya tengo bastante con mis problemas –se acarició el cabello–. Lo peor de todo es que me siento culpable –no podía evitar compartir sus sentimientos con Marcela.
–¿Por qué?
–Porque voy a arruinar el sueño de Pedro de montar su propia agencia. Mi padre le pedirá que le devuelva el dinero.
–No me preocuparía mucho por Pedro. Pondrá los pies en la tierra. Las personas inteligentes siempre lo hacen.
–Pareces experta en el tema.
–Confía en mí, lo soy. ¿Qué vas a hacer?
–Ni idea –y aunque lo supiera no se lo contaría a Marcela. Creía que había encontrado a una buena a miga y resultaba que era peor que su propio marido. Marido. Vaya palabra.
–Lo primero que voy a hacer es anular el matrimonio. No creo que sea la primera novia de California que se levanta un día preguntándose cómo ha podido casarse con un hombre así.
–Sigo pensando que te equivocas si vas a dejar a Pedro.
–Marcela, lo que más he temido desde que era pequeña era que un hombre se casara conmigo por dinero. No es algo que pueda perdonar.
–Supongo que todos tenemos nuestras pequeñas cosas.
–Tienes muchísima razón.
–Pero no te olvides de ponerte mascarilla en el pelo –dijo Marcela con una pizca de humor–. ¿A que se nota la diferencia?
–Admito que sí. ¿Pero me ha hecho más feliz? –soltó una risita–. Creo que estaba mejor con el pelo seco. Por cierto, tengo que seguir mi camino y dar de comer a mis gatos.
Colgó el teléfono antes de que Marcela pudiera protestar y lo apagó. Pedro no la había llamado. Probablemente no le importaba lo bastante como para que fuera a buscarla. Era posible que estuviera tratando de ver cómo podía salvar su dinero, puesto que eso era lo que quería en realidad. Habría ido a casa de su padre y estaría intentando darle la vuelta a la tortilla. Y quizá hasta le funcionara el plan. A su padre siempre le había importado más el dinero que ella. Se secó una lágrima que corría por su mejilla y limpio las gafas empañadas antes de regresar a la carretera. Al menos en Napa estaría alejada de todos y todo, y podría pensar qué hacer después. Quizá se mudara de San Francisco. Todo el mundo se reiría de ella una vez que se corriera la voz. Antes ya le parecía bastante malo ser una sosa heredera. Pero ser la mujer que había sido engañada por un cazafortunas era más de lo que podía soportar. Quizá se fuera a vivir a las montañas como una ermitaña. Los ermitaños podían tener gatos, ¿No?
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