jueves, 29 de noviembre de 2018

Culpable: Capítulo 2

Paula se había puesto en pie, justo en el momento en el que alguien llamó a la puerta, provocando que el entrevistador dejara la frase incompleta. Ella tuvo que contenerse para no suspirar al ver al hombre que había entrado. Debía de tener unos treinta años, era alto, musculoso y tremendamente atractivo. Tenía una sonrisa sensual, largas pestañas y facciones marcadas. El cabello negro alborotado y los zapatos manchados de barro.

Paula no pudo oír lo que él le decía a los miembros del comité, pero sí percibió el aura de pura masculinidad que proyectaba. ¡Habría sido imposible no hacerlo! La acusada sexualidad que desprendía aquel hombre se entremezclaba con un potente halo de autoridad. ¿Era posible que fuera el miembro del comité al que habían disculpado por su ausencia? Si así era, Paula se alegraba de que hubiera llegado tarde, puesto que le costaba sostenerle la mirada sin sonrojarse. ¡Y lo peor de todo era que el ardor que la invadía no solo se manifestaba en sus mejillas! La probabilidad de que hubiera podido aguantar toda la entrevista sin quedar en ridículo era escasa. Estaba inquieta, posiblemente debido al estrés acumulado por la entrevista y el largo viaje hasta el norte. Fuera lo que fuera, nunca había experimentado una reacción como aquella ante ningún hombre. Incluso sentía un cosquilleo en el cuero cabelludo. Asombrada por su reacción, entrelazó los dedos y apretó las manos con fuerza para intentar controlarse. Él miró hacia otro lado por unos instantes y cuando volvió a mirarla, ella se estremeció. Desde luego, la intención de aquella mirada no era cautivarla.

Durante un instante, ella pensó que aquellos ojos de color de acero mostraban un destello de apreciación, pero enseguida se percató de que no era así y tuvo que esforzarse para recuperar la compostura cuando el presidente del comité hizo las presentaciones necesarias.

–Pedro, esta es la señorita Chaves, nuestra última candidata, aunque no por ello menos cualificada.

Paula puso una cálida sonrisa de aprobación.

–Hay té y galletas en el despacho. La señora Sinclair se ocupará de usted –el presidente se echó a un lado para permitir que Anna saliera de la sala y se volvió para hablar con el hombre alto de piel aceitunada y nombre de origen italiano–. La señorita Chaves se ausentará unos minutos mientras nosotros... Ah, señorita Chaves, este es Pedro Alfonso. Él es el motivo por el que la escuela disfruta de la buena relación con los negocios locales que usted tanto alabó.

Paula estaba tan aturdida que ni siquiera recordaba el comentario que había hecho al respecto.

–Señor Alfonso –contestó tratando de aparentar tranquilidad a pesar de que él la miró de forma penetrante.

–Paula también estaba impresionada por nuestro enfoque ecológico.

Paula tenía la mano en el picaporte de la puerta pero se detuvo al oír que decía:

–Gracias a la previsión y generosidad de Pedro, la escuela no solo produce suficiente electricidad para autoabastecerse sino que también vende el sobrante a la red. Hubo un momento en que se hablaba de tener que cerrar la escuela, igual que ha pasado con muchas otras, antes de que Pedro se interesara por ella de manera personal.

Se hizo una pausa y Paula supo que esperaban una respuesta. Asintió y dijo:

–Yo también tengo interés personal.

La mujer del comité habló en voz alta:

–¿Y cómo está la pequeña Valentina? La hemos echado de menos, Zolezzi.

–Aburrida.

Al parecer, el señor Alfonso, ¿O era Zolezzi?, era padre. Supuestamente, la niña iría acompañada de una madre que sería tan glamurosa como su padre. ¿Gente adinerada que se había ganado el corazón de los lugareños? A pesar de su cinismo, también contemplaba que sus motivos hubieran sido puramente altruistas. En cualquier caso, sabía que había muchas escuelas pequeñas al borde del cierre que habrían envidiado al pueblo su rico benefactor. Y era una lástima que lo necesitaran.

–Señorita Chaves –Pedro Alfonso dió un paso hacia Paula y ella agarró el picaporte con fuerza–. Debo disculparme por mi retraso. No parecía sincero, y su sonrisa no era muy convincente. Paula tenía la sensación de que no le caía bien a ese hombre. Contestó con una sonrisa forzada y, momentos después, él le preguntó:–¿Le importa que le haga algunas preguntas personales? –

«Como por ejemplo si ha destrozado algún matrimonio recientemente...». Por supuesto, él sabía la respuesta. Las mujeres como ella no solían cambiar, e iban por la vida dejando una estela de destrucción.

–Por supuesto que no –mintió Paula mientras Pedro se quitaba el abrigo que llevaba.

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