Ella se estremeció al sentir que la penetraba. Cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación. Mientras él se movía para adentrarse en su cuerpo, ella le acariciaba la espalda, clavándole los dedos en su poderosa musculatura. Una vez dentro, Pedro gimió con una mezcla de alivio y placer. Comenzó a moverse y Paula lo acompañó en el baile, tal y como habían hecho sobre la pista el día de la fiesta. Quizá estaban hechos para estar juntos… Pedro le acariciaba cada rincón de su cuerpo, provocando que el deseo la invadiera por completo mientras experimentaban en diferentes posiciones. Sus cuerpos sudorosos se movieron al unísono hasta que ella comenzó a jadear, arqueó las caderas y todo estalló. Su cuerpo empezó a convulsionar mientras una ola de placer se apoderaba de ella. Un fuerte gemido rompió el silencio de la habitación y sintió que él la abrazaba con fuerza y la penetraba una y otra vez hasta llegar al clímax.
–Uf –dijo él, después de besarla.
–Ajá –murmuró ella, sorprendida de poder hablar.
Abrió los ojos y miró a Pedro. Sus ojos grises estaban llenos de pasión. Paula sintió una fuerte presión en el pecho. Pedro Alfonso era demasiado para ella. Dulce, amable, cuidadoso y tremendamente atractivo. A ella no le sucedían cosas así. Paula era una chica aburrida, con la que siempre se podía contar porque nunca estaba ocupada. ¿O eso era antes? Quizá, después de los cambios que le había hecho Marcela y de las caricias de Pedro, se había convertido en otra persona. Alguien excitante y deseable, cuya vida florecería como un capullo en primavera.
–Nunca he conocido a nadie como tú, Paula –Pedro apoyó la cabeza en la almohada y la miró con los ojos entrecerrados.
–¿Yo? No tengo nada de especial.
–Toda tú eres especial –le acarició la barbilla con el dedo pulgar–. Eres cariñosa y dulce. Inteligente, creativa y artista.
Paula tragó saliva. Había oído esas palabras otras veces. Eran el tipo de cumplidos que solían hacerle sus tías antes de criticar su postura y lamentar que no tuviera planes de boda.
–Y eres la mujer más atractiva de San Francisco.
–¿Sólo de San Francisco? –bromeó Paula.
Él la miró de arriba abajo, haciendo que se sintiera la mujer más guapa del mundo.
–Y sin duda de todo el estado de California. Y de West Coast.
Paula frunció los labios.
–Esperaba que también de Midwest.
–No he pasado mucho tiempo allí, así que no puedo opinar.
–No importa –se atusó un tirabuzón. Pedro lo agarró y se lo puso como si fuera un anillo–. Eso es muy sugerente –murmuró ella.
–Quizá sea mi intención –ladeó la cabeza.
Ella se mordió el labio inferior para no sonreír.
–¿No deberíamos dormir un poco? Mañana hay que trabajar.
–Yo estoy de vacaciones. O las tomaba ahora o las perdía.
–Qué suerte.
–Pero si tú tienes un día complicado, lo comprendo –le acarició el tirabuzón que tenía en el dedo.
–No –de hecho, no tenía ningún plan.
–Entonces, tengo una idea. Una gran idea. Una locura, pero maravillosa.
–¿Qué?
–Enseguida vengo.
Con una toalla alrededor de la cintura, Pedro se dirigió al estudio. Era una locura, pero la idea le gustaba. Quizá porque le gustaba todo acerca de Paula. Habían hecho el amor de maravilla. Ella era tan erótica y apasionada como él había imaginado, y su cuerpo… Frunció el ceño al sentir que estaba sufriendo otra erección. Una locura. Sin duda, estaba loco. Todo el mundo le diría que lo estaba. Incluso Paula. Sólo se conocían desde hacía dos semanas y media. Pero a veces el universo se ponía de su lado y todo salía bien, como cuando le pasó lo de Stayco.m No. Aquello no tenía nada que ver. Eso fue una cosa relacionada con el trabajo. Y lo de Paula sería un compromiso para toda la vida. Sintió un nudo en la garganta. Toda una vida con ella. En aquellos momentos le parecía una idea muy atractiva. En el estudio, la pantalla del reloj digital iluminaba lo suficiente como para que él pudiera abrir los cajones. Sí, el millón de dólares que le había ofrecido el padre de Paula era un incentivo. Pero no era el único. Era como un collar de perlas alrededor del cuello de una mujer bella, sólo aumentaba su atractivo.
Todo podría ser maravilloso si las cosas salían según había planeado. Paula y él podrían comprarse una casa. Incluso en Russian Hill, al fin y al cabo, a él siempre le había gustado esa zona. Por fin podría montar su propia agencia y llevar el rumbo de su vida. Abrió el cajón de arriba y buscó una caja de cuero que había en su interior. El grabado de color dorado que tenía en los laterales brillaba bajo la luz verde del reloj. Cuando le dieron aquel anillo no tenía ni idea de qué podía hacer con él pero, de pronto, le parecía que encajaba perfectamente en el puzzle de su vida. Abrió la caja y miró un instante el anillo. Tenía tres diamantes, uno grande y dos pequeños. La mayor parte de la gente lo habría vendido, pero él no podía hacer tal cosa. Había pertenecido a su abuela, una de las mejores personas que había conocido. Ella siempre había apoyado su creatividad, lo había llevado a clase de teatro y de música, y le había pagado los campamentos de arte de verano cuando sus padres no querían que fuera. Ella le había dejado el anillo como herencia. En su momento, él se preguntó por qué. Pero ya lo comprendía todo. Su abuela quería que se lo diera a la mujer que amaba. Respiró hondo y sacó el anillo de la caja. ¿Se ofendería Paula por el hecho de que le ofreciera un anillo usado? Ella podía comprarse todo lo que quisiera sin pensárselo dos veces. Pero Paula no era una mujer pretenciosa. En el fondo, sospechaba que le importaría más el valor sentimental del anillo que su precio en el mercado. No tenía ni idea de si le quedaría bien, pero eso sería fácil de solucionar. Dejó la caja en el escritorio y guardó el anillo en su mano.
Paula estaba tumbada en la cama con el cabello sobre la almohada y el cuerpo cubierto con una sábana. Al verlo en la puerta, sonrió. Pedro se preguntaba cómo iba a reaccionar. ¿Y si lo rechazaba? Entonces, no le saldrían sus planes y tendría que decirle al padre de Paula que había fracasado en lo que a su parte del trato se refería. Bree lo miraba expectante y probablemente se preguntaba qué hacía allí de pie con una mano detrás de la espalda. Pedro se acercó a la cama y se sentó junto a ella. Al sentir el calor de su piel a través de la sábana se relajó.
–Paula, sé que no nos conocemos desde hace mucho tiempo pero, a veces, la vida te ofrece una extraña oportunidad, algo que no estabas esperando y que nunca habías imaginado –tragó saliva con nerviosismo–. Pau, ¿Quieres casarte conmigo?
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