martes, 13 de noviembre de 2018

No Quiero Perderte: Capítulo 26

Después de que Paula se comportara de manera extraña aquella mañana, Pedro decidió ir a recogerla a casa para ir juntos a la fiesta. Le preocupaba que ella se sintiera abrumada por su nueva vida, y se sentía culpable por haber anunciado el drástico cambio de profesión tan pronto, después de la boda. Debería haberle dado más tiempo para acostumbrarse. Y teniendo en cuenta que algunos de sus compañeros de trabajo estaban un poco sorprendidos con la noticia, decidió que lo mejor era que fueran juntos a la fiesta para que ella no llegara primero y la acribillaran a preguntas antes de que él llegara.

–Estás preciosa, como siempre –hizo una pausa para mirarla, junto a la puerta de la casa.

Paula se había puesto un vestido largo de rayas blancas y negras muy finas, que se amoldaba a su cuerpo a la perfección.

–Gracias. He ido de compras.

Sus ojos verdes brillaban al mirarlo. O a lo mejor él lo estaba imaginando. Paula parecía más alta que otras veces, y Pedro se fijó en que llevaba unos zapatos de tacón alto.

–Menos más que soy alto, si no, a tu lado me quedaría a la sombra –sonrió.

Ella sonrió también.

–Ahora que estoy casada no tengo que preocuparme por el hecho de que nadie baile conmigo porque sea demasiado alta.

–Un comentario interesante –estaba preciosa.

Su altura servía para enfatizar su silueta y su aspecto, sobre todo los magníficos tirabuzones, que le caían sobre los hombros. De pronto, Pedro se percató de que ella había ido de punta en blanco en todo momento, incluso para la cena que habían compartido en casa la noche anterior.

–No tienes que ir arreglada en todo momento. Está bien que te relajes y te pongas algo con lo que te sientas cómoda.

Ella ladeó la cabeza.

–¿Crees que debería ponerme el vestido que llevaba cuando nos conocimos?

Él sonrió.

–Bueno, puede que ese no. Pero no quiero que pienses que tienes que ir arreglada todo el rato.

–No pasa nada. Me visto como me gusta –alzó la barbilla.

–Mientras sea porque te gusta, me parece bien –¿Quién no iba a querer a una mujer con ese aspecto tan fantástico?

No podía comprender cómo nadie se había casado con ella antes que él. Su padre debía de estar loco al pensar que Paula necesitaba ayuda para encontrar marido. Y ya le había hecho la transferencia. Pedro lo había visto reflejado en la cuenta que había abierto para ello. Un millón de dólares, una cifra de siete números, había aparecido en la pantalla del ordenador. ¿Podía la vida ser mejor? Le ofreció el brazo a Paula y ella se agarró a él.

–Vamos a comernos el mundo.

El restaurante Iron Grille estaba en la primera planta del edificio donde se encontraba la agencia. La música invadía el local y los camareros servían aperitivos entre los asistentes.

–¡Oh, Pedro!

Pedro puso una mueca al ver a Marisa acercándose a él con sus tacones y su melena rubia.

–Cuéntamelo en secreto, cariño. ¿A qué clientes te vas a llevar?

–Marisa, creo que ya conoces a mi esposa Paula.

Marisa miró a Paula de arriba abajo.

–Enhorabuena por tu gran pesca, cariño –después se volvió para mirar a Pedro–. ¿O debería felicitarte a ti, querido? He oído que Paula es de familia rica.

Paula se quedó boquiabierta. Incluso él se había quedado sin habla.

–Marisa, tienes suerte de ser una diseñadora con talento, de otro modo no te aguantaría nadie.

–¡Cierto! –sonrió ella–. Pero dime, ¿A quién te llevas? ¿O eres tú el espía que todo el mundo ha estado buscando durante todo el año?

Pedro corría el riesgo de perder la calma si no se apartaba de aquella mujer.

–Paula, vamos a tomar una copa. Empiezo a necesitarla.

Paula parecía asustada, y no era de extrañar ya que Marisa causaba ese efecto en la gente.

–Oh, ve a por tu copa, querido –Marisa se despidió con la mano–. Lucas no cree que tú seas el espía. Y él lo sabría.

Al oír el nombre de otro empleado favorito de Maddox, Pedro se detuvo en seco.

–¿Lucas? ¿Qué tiene que ver él con esto?

–¿No lo sabías? –frunció los labios–. No es ejecutivo de cuentas. Es un detective privado.

–Eso explica algunas cosas sobre su manera de comportarse –Pedro frunció el ceño–. ¿Antonio lo contrató para encontrar el origen de las filtraciones? –no podía creer que se hubiera enterado de aquello por Marisa. ¿Por qué no se lo había contado Antonio?

–Ya ves, querido. Y por tu cara de sorpresa veo que no te ha confiado esa información. Debes de haber figurado en su lista de sospechosos –miró a Paula con una sonrisa altanera–.
Ten cuidado con éste, cariño. Las apariencias engañan –le guiñó un ojo a Pedro–. Aunque a
primera vista no es nada malo.

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