Él ni siquiera se dió cuenta y simplemente sonrió.
–Es la culminación del sueño de toda una vida. He querido tener mi propia empresa desde que era un niño. En aquellos momentos no tenía ni idea de que sería de publicidad, pero es lo que verdaderamente me gusta.
A Paula quien le gustaba era Pedro. Su entusiasmo era contagioso. Casi deseaba que su empresa fuera un éxito para poder disfrutar de la sonrisa triunfal que iluminaba su rostro.
–¿Y qué hay del dinero? ¿Irás apurado cuando despegue el negocio?
Pedro dudó un instante y la miró como si le sorprendiera su pregunta. Y ¿por qué una heredera iba a preguntarle al hombre que amaba sobre el dinero? ¿No podía entregarle unas bolsas con lingotes de oro? Entonces, él se apoyó en el respaldo de la silla y la miró con satisfacción.
–Tengo un buen fondo para comenzar. Suficiente como para alquilar una oficina, pagar a los trabajadores y mantener el negocio durante seis meses aunque me lleve todo ese tiempo encontrar clientes.
–Vaya. Lo tienes todo muy bien planeado.
–Ayuda el hecho de que tener a uno de los mejores directores de arte del país dispuesto a trabajar conmigo. Espera a conocer a Tomás, sé que le caerás bien. También hace fotografía, collage sobre todo, y apreciarás su trabajo en cuanto lo veas. Va a traer a un par de personas clave de la agencia en la que está ahora.
–Seguro que no estarán muy contentos.
–La publicidad es un mundo donde hay mucha competencia. Se crean agencias, se fusionan, se ganan y se pierden clientes. Es parte del negocio. Uno es sólo igual de bueno que su mejor cliente.
–¿Y a quién esperas enganchar como mejor cliente?
Pedro ladeó la cabeza y la miró de manera atrevida.
–Te reirás si te lo digo.
–Reírme me sentará bien.
Él dudó un instante.
–No. Deja que te sorprenda cuando lo haya enganchado de verdad.
–Estupendo. Me encantan las sorpresas –él no se percató del sarcasmo que había en su voz.
¿Cómo podía seguir aquel juego con tanta naturalidad? ¿Cómo podía cenar con tanta tranquilidad cuando su matrimonio era una farsa? ¿De veras tenía la intención de pasar el resto de su vida con ella, o no era más que una manera de financiar su negocio hasta que despegara? Después, probablemente la dejaría tirada en la cuneta y se buscaría una rubia delgada que pudiera mostrar en las ceremonias de premios. Sin duda, eso era lo que tenía en mente. No iba a pasar el resto de su vida atado a una regordeta insulsa. Y menos cuando ya tuviera su dinero y no necesitara el de ella.
Paula se metió un poco de lasaña en la boca para calmar el flujo de palabras de indignación que llegaba a su boca. Por un lado quería decirle que lo sabía todo y que estaba muy disgustada por que la hubiera engañado para casarse con ella. Durante un momento se imaginó poniéndose de pie y gritándole que se acababa. Pero el sentido común se apoderó de ella. No podía escupir todo su dolor y vergüenza. Eso le daría a Pedro poder sobre ella. Probablemente le dijera que estaba equivocada y que en realidad la amaba y, con lo tonta que era, ella probablemente lo creyera. No. Tenía un plan mejor. Jugaría su propio juego. Le haría creer que todo iba bien. Que su feliz esposa estaba en casa jugueteando con sus fotos mientras él se comía el mundo. Le seguiría el juego, lo apoyaría, fingiría que lo amaba y que lo adoraba tal y como él esperaba. Entonces, cuando menos se lo esperara, le diría que sabía la verdad y lo echaría de su vida.
–Una lasaña deliciosa, Pau.
–Gracias –forzó una amplia sonrisa–. Me gusta con salsa bechamel en lugar de con ricota. Me parece más auténtica.
–No puedo creer que aparte de todo lo demás seas una magnífica cocinera también.
–Bueno, me gusta cocinar. Podrías decirme cuáles son tus comidas favoritas para que pueda prepararlas.
Quizá así se enamorara de ella de verdad. Se suponía que la comida era la manera de llegar al corazón de un hombre. Después del dinero, claro. La venganza sería dulce si él se enamoraba de ella de verdad antes de que le revelara su secreto.
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