Ella se quedó boquiabierta y con el estómago encogido.
–Ahora podrás abrir tu agencia y darle a Paula el estilo de vida al que está acostumbrada. Estoy seguro de que serán muy felices –se rió.
A Paula le temblaban las manos pero no fue capaz de ponerse al teléfono y preguntar qué estaba pasando. No era necesario. Era evidente lo que había sucedido. Su padre había pagado a Pedro para que se casara con ella. Cuando se cortó la llamada supo que aquello no era producto de su imaginación. Todo era mentira. Cada palabra de amor, cada beso, cada caricia. Negó con la cabeza y comenzó a respirar de forma acelerada. ¿Dinero? ¿Para qué quería él dinero? ¿No tenía un buen trabajo y un buen sueldo? Ella había conocido a sus compañeros. Aun así, había poca gente a la que no le viniera bien otro millón de dólares. Un millón de dólares. Ése era su valor. Bastante alto, por cierto. El llanto se apoderó de ella. ¿Y por qué un millón y no dos? ¿O doscientos mil? ¿O veinte? ¿O un pedazo de tarta de Stella´s? Se cayó al suelo. Era de madera y se hizo daño en los codos y en las espinillas, pero el dolor no era nada comparado con la agonía que sentía por dentro. «¿Cómo pudiste ser tan idiota y pensar que él te quería por tí misma?».
–¡Idiota! –gritó, y la palabra rebotó en las paredes.
Al principio había sospechado, pero sus dudas y temores se habían disipado con los besos y las palabras bonitas. En menos de dos semanas él la había seducido para llevarla al altar, y todo por la promesa de una buena recompensa económica. Paula se acurrucó haciéndose una pelota en el suelo. ¿Qué podía hacer? No podía irse a casa y enfrentarse al padre que la había vendido como si fuera una antigüedad que ya no quería en su colección. Tampoco podía ir a ver a sus amigas. Las había llamado desde Sausalito para decirles que acababa de casarse. La mayoría se había quedado sorprendida. ¿Y cómo no? Nadie en su sano juicio se casaría con Paula Chaves a no ser que hubiera un incentivo añadido. ¿Y lo sabría todo el mundo de la oficina de Pedro? No. Debía de ser un trato privado entre su padre y él. No era el tipo de cosas que interesaba que la gente supiera. Casarse con una mujer por dinero era, como poco, sórdido. Se sentó y se abrazó las piernas. Seguramente ella fuera la única persona que lo supiera, aparte de Gavin y de su padre, por supuesto. Las lágrimas rodaron por sus mejillas y, de pronto, recordó que había permitido que Marcela la arreglara y la convenciera de que podría atraer a un hombre como Pedro… ¿Estaría ella metida en aquello también? La idea la dejó helada. Se había hecho amiga suya de manera inmediata. ¿Le habría encargado Pedro que convirtiera a su futura esposa en una mujer de la que no tuviera que avergonzarse en público? Se mordió los nudillos. Todo tenía sentido. Pedro le había presentado a Marcela y lo había planeado todo. Paula agarró el teléfono y se enfadó al comprobar que Marcela estaba grabada en la lista de contactos. Apretó el botón de marcar y se puso en pie, furiosa.
–Marcela Linton.
–Soy Paula–dijo con tono serio.
–¿Paula? –Marcela parecía sorprendida–. ¿Cómo estás?
–¿Que cómo estoy? –Bree empezó a caminar de un lado a otro–. Veamos. Acabo de descubrir que mi marido se ha casado conmigo por dinero. ¿Cómo crees que puedo estar?
–¿Qué? –preguntó Marcela con sorpresa.
–No hagas como si no lo supieras. Ya comprendo por qué pusiste tanto empeño en arreglarme el cabello y en que me comprara ropa. Pedro te lo pidió.
–No tengo ni idea de qué estás hablando. ¿Estás bien? Pareces un poco…
–¿Loca? –soltó Paula–. Sí. Creo que tienes razón. Y no, creo que no estoy bien. De hecho, nunca en mi vida me he sentido peor.
–Espera un momento, por favor.
Paula se contuvo para no colgar el teléfono. Pero por supuesto que no podía colgar, era la vieja Pedro y eso era de mala educación.
–Lo siento –dijo Marcela momentos después–. Mi mesa está muy cerca del despacho de Antonio y no hay intimidad. Ahora estoy en el baño. No tengo ni idea de qué me estás hablando.
–Por supuesto que sabes de qué te hablo. Yo misma te llamé desde Sausalito para darte la noticia.
–Lo sé, y me alegro muchísimo por ustedes.
–¿Por qué? ¿Te llevarás parte del dinero?
–¿Qué dinero? Espera, Paula, no sé de qué estás hablando.
–Del dinero que mi padre le ha pagado a Pedro para que se case conmigo.
Una vez que se lo había contado a otra persona y que lo había dicho en voz alta, la realidad se volvió insoportable.
Ay no! Pobre Pau!! Y el padre es un tarado!
ResponderEliminar