Si fuera cierto que la perfección se consigue con la práctica, la sonrisa de Paula habría transmitido la mezcla justa de seguridad y deferencia. Sin embargo, mientras exponía su opinión acerca de los cambios recientes que se habían llevado a cabo en el programa de educación primaria, su corazón latía con fuerza bajo la chaqueta de lana de color rosa que llevaba. Trató de hablar con seguridad, alzó la barbilla e intentó relajarse. Al fin y al cabo, solo era un trabajo. ¿Solo un trabajo? ¿A quién pretendía engañar? Aquel trabajo era importante para ella, y se había percatado de ello cuando tuvo que elegir entre asistir a la entrevista para trabajar en una escuela local de renombre, que estaba a poca distancia de su casa, y donde sabía que tenía muchas posibilidades, o a la entrevista para conseguir una plaza en una escuela remota que se encontraba en la costa del noroeste de Escocia, un trabajo para el que nunca se habría presentado si no hubiese leído un artículo en la sala de espera del dentista. En realidad, deseaba ese trabajo más de lo que había deseado nada en mucho tiempo.
–Por supuesto queremos que los jóvenes se conviertan en personas cultas pero la disciplina es importante, ¿No cree, señorita Chaves?
Paula asintió.
–Por supuesto –se dirigió a la mujer que le había hecho la pregunta antes de mirar al resto del comité–, pero creo que en un ambiente en el que los niños se sientan valorados y en el que se les ayude a desarrollar su potencial, la disciplina no suele ser un problema. Al menos, esa ha sido mi experiencia en el aula.
El hombre calvo que estaba sentado a su derecha miró el papel que tenía delante.
–¿Y únicamente tiene experiencia en colegios urbanos? –sonrió a sus compañeros del comité–. Usted no está acostumbrada a una comunidad rural como esta, ¿Verdad?
Anna, que esperaba que le hicieran esa pregunta, se relajó y asintió. Sus amigos y familiares ya le habían hecho la misma observación, insinuando que en menos de un mes habría perdido las ganas de vivir en ese desierto cultural. Curiosamente, las personas que no le habían dado una opinión negativa habían sido aquellas que odiaban la idea más que nadie. Si su tía Juana y su tío Gerardo, cuya única hija se había ido a vivir a Canadá, se hubieran echado las manos a la cabeza al oír que la sobrina a la que siempre habían tratado como a una hija también iba a marcharse, habría sido comprensible, pero no, la pareja la había apoyado como siempre.
–Es cierto, pero...
–Aquí pone que tiene buenos conocimientos de galés.
–Hace mucho que no lo practico pero viví en Harris hasta los ocho años. Mi padre era veterinario. Me mudé a Londres tras el fallecimiento de mis padres –Paula no recordaba el terrible accidente del que había salido ilesa. La gente decía que había sido un milagro, pero ella creía que los milagros eran algo mejor–. Vivir y trabajar en las Highlands será regresar a mis orígenes, algo que siempre he deseado hacer.
La convicción de que su vida, si no su corazón helado, pertenecía a las Highlands, había hecho que ignorara los consejos y presentara la solicitud para la plaza de profesora en la pequeña escuela de primaria de una zona aislada de la costa noroeste de Escocia. A pesar de que se había separado de Marcos, y que la boda había sido fallida, ¡no estaba huyendo! Apretó los dientes, alzó la mandíbula y trató de no pensar en ello. Marcos, el hombre al que ella nunca había conseguido convencer para ir de vacaciones a un lugar sin sol y arena, y mucho menos al norte del país, se habría desconcertado con su decisión, pero su desconcierto ya no era un factor a tener en cuenta. Ella era un ser libre y les deseaba, a él y a su modelo de ropa interior, toda la felicidad que merecían, y, si eso incluía que la mujer rubia y delgada ganara unos cuantos kilos de peso, ¡mucho mejor! A pesar de que Paula ya no estaba destrozada por la separación, seguía siendo humana. Demostraría que podía hacerlo, pero primero tenía que conseguir el trabajo. Se concentró para mantener una actitud positiva, confiando en que fuera suficiente para convencer al comité de que le dieran una oportunidad.
–Muy bien, señorita Chaves, muchas gracias por haber venido. ¿Hay alguna cosa que quiera preguntarnos?
Paula, que tenía pensada una lista de preguntas prácticas e inteligentes para un momento como ese, negó con la cabeza.
–Entonces, si no le importa esperar en la sala de profesores un momento... Aunque creo que no soy el único que piensa que nos ha impresionado...
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