Pedro estacionó el coche en la misma calle de la casa de la familia Chaves. Se fijó en que había luz en las ventanas del piso de abajo, pero en las de arriba, donde antes vivía Paula, todo estaba oscuro. Pero quizá estuviera abajo hablando con su padre. Se acercó a la puerta de la mansión. Estaba nerviosísimo y no podía quitarse de la mente las ganas que tenía de abrazarla. Deseaba explicarle que no era tan malo como ella pensaba, que de veras estaba interesado en ella y no en el dinero. Se abrió la puerta y se sorprendió al ver a Miguel Chaves vestido con esmoquin.
–Ah, Pedro–lo hizo pasar–. ¿Qué tal con Paula?
O sea que no lo sabía.
–Me temo que no muy bien –Pedro se enderezó–. Ha descubierto lo de nuestro trato.
–¿Y se ha disgustado? –Miguel lo guió hasta el recibidor principal–. Estoy seguro de que se recuperará pronto.
Pedro respiró hondo. La actitud de aquel hombre lo irritaba. Entonces, se enfadó consigo mismo. ¿No había asumido también que la encontraría y la convencería de que cambiara de opinión enseguida? Y ni siquiera había sido capaz de encontrarla. El pánico se apoderó de él.
–¿Está aquí?
–¿Aquí? –Miguel arqueó una ceja–. Por supuesto que no. Vive contigo. Pensaba que estaba cómodamente instalada en tu palacio de cristal.
Pedro frunció el ceño al oír la extraña referencia a su apartamento. Era evidente que aquellos que poseían mansiones miraban con desdén a aquellos que no las poseían, aunque supieran que eran millonarios.
–Estábamos cenando en Iago´s y me contó que había descubierto la verdad y se marchó. Estaba muy disgustada –Pedro se metió las manos en los bolsillos. De pronto, odiaba estar allí perdiendo el tiempo. Paula podía haberse marchado a cualquier sitio.
Miguel lo miró fijamente.
–¿Se marchó de Iago´s? Espero que no montara ningún numerito.
–Me tiró los anillos –Pedro se lo dijo con satisfacción. El comentario de Miguel era demasiado–. Después, se marchó de allí.
–La gente debió de ver la escena.
–Estoy seguro.
–Correrán rumores. El nombre de la familia saldrá en prensa.
Santo cielo. ¿Cómo había podido sobrevivir Paula con aquel hombre durante los veintinueve años de su vida?
–Esperaba que estuviera en el apartamento, pero se ha marchado y se ha llevado los gatos. Pensé que podría estar aquí.
–Pues no está. Y si regresa no será bienvenida. Una mujer casada debe de estar con su marido. Debes de encontrarla enseguida, antes de que comience el escándalo.
–Lo estoy intentando. ¿Tienes idea de dónde puede haber ido? –la idea de que Paula estuviera en cualquier sitio, enfadada y dolida, era como una herida abierta–. ¿Dónde suele acudir para escapar?
–Paula nunca se va a ningún sitio –Miguel se terminó una copa de whisky–. Se queda con sus gatos o se entretiene con las obras benéficas. Por eso tuve que ir yo a buscarle marido. Tiene casi treinta años y la gente comenzaba a rumorear.
–Paula es una mujer muy especial –contestó Pedro indignado ante el comentario que aquel hombre había hecho de la mujer a la que amaba. Sí, amaba, No había otra palabra para describir la poderosa emoción que sentía.
–Encuéntrala y soluciona el problema antes de que la prensa se entere. Puedo imaginar lo que dirán si la gente supiera que he pagado para que se casen con mi hija.
–Aunque lo hicieras –Pedro se puso furioso.
Tenía ganas de tirarle el millón de dólares a la cara. Pero no era el momento. Tenía que encontrar a Paula antes de que se fuera demasiado lejos. Con los medios ilimitados de los que disponía, podía tomar un avión a cualquier parte del mundo.
–Te llamaré cuando la encuentre –se volvió y se dirigió hacia la puerta.
–Será mejor que la encuentres esta noche. Si mañana veo algo de esto en los periódicos…
–¿Qué? –Pedro se volvió y lo fulminó con la mirada–. Paula es quien importa en todo esto. Está disgustada, y con motivo. Ha sido culpa mía y tengo intención de solucionarlo.
Si es que podía encontrarla.
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