martes, 27 de noviembre de 2018

No Quiero Perderte: Capítulo 41

–El rodaje de fotos fue muy divertido –«aunque me estuviera volviendo loca tratando de disimular mi dolor».

–Todo lo que hicimos juntos fue divertido. Ir a tomar café y caminar por el parque, o quedarnos en la cama viendo salir el sol. Quiero ver salir el sol contigo, Paula. Mañana y todos los días de mi vida. Si me dieras otra oportunidad.

–Siento haber tirado al suelo el anillo de tu abuela.

–No pasa nada. Lo tengo –metió la mano en el bolsillo–. Y me encantaría que te lo volvieras a poner.

Ella se fijó en que él todavía llevaba su alianza. Pedro se dió cuenta de que ella le miraba la mano izquierda.

–Nunca me lo he quitado. Sé que nuestro matrimonio comenzó de una manera extraña, Pau, pero sigo creyendo en nosotros. Creo de corazón que estamos hechos para estar juntos.

–¿Estás diciendo que mi padre era adivino? –no pudo evitar bromear.

–Puede que lo sea. En el mundo de las finanzas lo llaman el gurú. Quizá tenga poderes para hacer algo más que adivinar en qué negocio debe invertir.

–Ha debido quedarse horrorizado con los medios de comunicación.

–Estoy seguro de ello –se encogió de hombros–. Pero no me importa. Sólo quería encontrarte. Siento si la prensa te ha avergonzado, pero quería que todo el mundo supiera que te estaba buscando.

–Has sido muy listo al enviarme el periódico para ablandarme el corazón.

Él frunció el ceño.

–No te envié el periódico. Sólo vine hasta aquí y me acerqué a tu puerta.

–¿Cómo sabías que estaba aquí?

Pedro tragó saliva.

–Marcela.

–¡Le pedí que guardara el secreto! Claro que eso fue antes de descubrir que tenía un lado oscuro. No puedo creer que te lo haya contado.

–Le dí lástima. Y le estoy muy agradecido.

–Ha debido ser ella la que envió el periódico. Cometí el error de decirle en qué pueblo estaría. Parecía muy interesada en que volviéramos juntos. ¿Por qué puede ser?

–Quizá piensa que somos perfectos el uno para el otro –la miró fijamente–. Y no sería la única.

Paula se fijó en su rostro lleno de deseo y esperanza.

–Perfectos el uno para el otro. Eso es mucho decir. Aunque es cierto que encajamos muy bien. Algunas piezas del puzzle están un poco astilladas, pero supongo que podríamos encajarlas bien.

–Se me ocurren maneras muy creativas de hacerlo –dijo él con una sonrisa.

–Estoy segura de ello –arqueó una ceja–. Promesas, promesas –el deseo se apoderó de ella. Estar cerca de aquel hombre era peligroso. Pero era un tipo de peligro al que no quería resistirse.

Dió un paso adelante. Gavin la miró como si quisiera devorarla. Incluso sin maquillaje estaba sexy e irresistible.

–¿Puedo tocarte? –preguntó con la voz entrecortada.

–Está bien.


De pronto, Pedro posó los labios en los de ella y Paula  lo abrazó como si no fuera a soltarlo nunca. Los días de soledad y sufrimiento desaparecieron mientras se acurrucaba entre sus brazos. Pedro la devoró besándola de manera apasionada, como un hombre hambriento. Sus dedos le acariciaron el cabello y las curvas de su cuerpo mientras la abrazaba con fuerza. Cuando se separaron, ambos estaban jadeando.

–Nunca me he sentido tan mal en mi vida como en los días que he pasado sin tí –dijo Pedro–. Sabía que estaba loco por tí, pero no sabía cuánto hasta que te perdí.

–Todavía me da vueltas la cabeza –Paula apoyó la mejilla en el hombro de Gavin–. Todo ha sucedido tan deprisa desde que nos conocimos. He estado tan feliz y tan triste en tan poco tiempo…

–Creo que es hora de ir más despacio y saborear el momento –le agarró una mano y se la besó–. En la cama.

Paula se rió.

–Me gusta cómo piensas –señaló con la cabeza hacia el dormitorio donde momentos antes se había estado escondiendo de él.

Atravesaron la casa mientras Pedro le desabrochaba los botones de la camisa de cuadros. El deseo oscurecía su mirada mientras le retiraba la camisa y dejaba al descubierto su sujetador más feo.

–Estás preciosa. Y tus ojos son mucho más bonitos sin las lentillas verdes. Son más cálidos y… –suspiró–. Me gustas tal y como eres, al natural.

Le acarició la piel como si fuera una pieza de arte delicada. Paula sentía mucho calor. Bajo la mirada de Pedro se sentía muy guapa. Toda la vida se había sentido poco atractiva, hasta que lo conoció a él. Bajo su mirada se había convertido en una mujer segura de sí misma, consciente de su atractivo. Durante unos días, todo eso se había desvanecido. Sí, había mantenido la confianza en sí misma como persona independiente, capaz de cuidar de sí misma y de sobrevivir sin nadie que la cuidara. Pero con las manos de Pedro acariciándole los senos y el vientre, se convirtió de nuevo en la mujer deseable que él había despertado. Pedro tenía cara de cansado pero la pasión llenaba su mirada. Ella metió la mano bajo su camiseta para sentir el calor de su piel.

–Pensaba que no volvería a hacer esto nunca más –se le encogió el corazón–.

–No podía contemplar esa opción –Pedro llevó la mano hasta la cinturilla de su pantalón de chándal–. Nuestra cama estaba tan fría y vacía sin tí. Sólo podía pensar en encontrarte y llevarte a casa.

–Ya me has encontrado.

–Pero de pronto, llevarte a casa no me parece tan urgente –la besuqueó en el cuello–. Porque en donde tú estés me sentiré como en casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario