jueves, 1 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 9

Para  hacer  exactamente  eso,  Paula terminó  de  desayunar  y  fue  en  busca  de  la  biblioteca. Era una habitación maravillosa, llena de estanterías de libros con tapas de cuero.  Pasó  las  horas  siguientes  echando  un  vistazo  y  tomando  notas  de  los  libros  que  le  servirían  para  buscar  la  información  que  Nick  necesitaba.  Encontró  un  diario  escrito por el bisabuelo de Federico, lo llevó a un sillón y se sumergió en él.

—¡Ahí  estás!  —exclamó  Federico entrando  en  la  habitación,  mucho  después.

 Paula alzó la cabeza sorprendida. Estaba tan absorta que no lo había oído llegar.

—¿Me  necesitas?  —preguntó,  bajando  las  piernas  del  sillón  y  poniéndose  los  zapatos.

—Sí, ha llegado el resto de la familia. Comeremos enseguida —le dijo.

Paula se sintió un poco abrumada.

—Sinceramente, Fede,   dudo   que   tu   familia   quiera   la   compañía   de   una   desconocida. Te seré mucho más útil quedándome aquí.

—Los libros pueden esperar —refutó él, quitándole el diario y dejándolo en una mesa—. Quiero que te diviertas este fin de semana.

Paula permitió  que  la  condujera  al  jardín.  La  barbacoa  estaba  dispuesta  junto  a  la piscina, y allí se había congregado la familia. Federico presentó a Paula a los diversos grupos   que había  alrededor   de   las   mesas.   Todos  la  recibieron  con  calidez  y  demostraron  su  fascinación  por  el  libro  para  el  que  estaba  ayudando  a  Federico a  recopilar  datos.  Paula consiguió  relajarse  y,  en  vez  de  simular  que  lo  pasaba  bien,  empezó a disfrutar. Se lo dijo a Federico cuando se quedaron solos un momento.

—Mi  familia  es  buena  gente.  Me  alegra  que  hayan  conseguido  que  te  sientas  cómoda.

Paula miró  a  su  alrededor,  viendo  al  gran  grupo  de  gente  risueña  y  feliz  con  otros ojos. Había tardado mucho, pero ese día estaba descubriendo que podía pasarlo bien sin sentirse culpable. El cielo no había caído sobre su cabeza ni el mundo había llegado  a  su  fin.  No  sabía  por  qué  ese  día  era  distinto  a  cualquier  otro  pero,  por  primera vez en años, había dejado atrás su carga y estaba viviendo el momento.

—Gracias  por  insistir  en  que  me  uniera  a  ustedes—le  contestó  con  una  sonrisa.

—No  se  merecen  —contestó  él,  con  una  inclinación  de  cabeza. 

Paula sintió  el  corazón algo más ligero. No duraría, desde luego, pero aceptó la nueva sensación de libertad sin cuestionarla. Estaban  charlando  con  uno  de  los  primos  de  Nick,  cuando  sonó  el  busca.  Aunque  era  su  fin  de  semana  libre,  era  el  cirujano  especialista  de  guardia  para  emergencias.

 —Es  del  hospital  —anunció  Federico,  reconociendo  el  número—.  Será  mejor  que  hable en casa. No tardaré —dijo, antes de alejarse.

Paula siguió donde estaba hasta que la conversación pasó a un tema del que no sabía nada y se distrajo. Contemplaba los juegos de dos niños cuando un movimiento llamó  su  atención.  Su  corazón  se  saltó  un  latido  al  comprender  que  miraba  a  Pedro,  que paseaba con un hombre mucho mayor que él. No  pudo  desviar  la  mirada,  a  su  pesar  él parecía  totalmente  relajado  y  se  reía de lo que decía el otro hombre.

—Ése es el tío abuelo Alberto—dijo una de las mujeres de la mesa, sobresaltando a Paula, que la miró rápidamente.

—¿Disculpa?

—El  que  está  con  Pedro.  Era  marinero  y  le  encanta  contar  sus  aventuras.  Los  niños lo adoran —explicó la mujer con una sonrisa amistosa.

—Ah, sí —murmuró  Paula, alegrándose de  que  la  mujer  hubiera malinterpretado su interés—. Creo que aún no me lo han presentado.

—Entonces te encantará. Vamos por algo de comida. ¿Vienes? —invitó la mujer.

—Esperaré a Federico—rechazó Paula—. No tardará mucho.

Los  demás  fueron  hacia  el  grupo  que  rodeaba  la  parrilla,  dejando  a  Paula sola  por  el  momento.  De  inmediato,  buscó  a  Pedro con  la  vista,  pero  los  dos  hombres  ya  no estaban a la vista y sintió cierta desazón. Eso le demostró que estaba volviéndose loca. «No puedes seguir así, Pau», se reprochó. Se  puso  en  pie  y  decidió  unirse  a  la  cola  que  esperaba  comida.  Cualquier  cosa  para no pensar en ese maldito hombre. Sin embargo, al girar, se encontró mirándolo directamente  por  encima  de  un  mar  de  gente  sentada.  Antes  de  que  pudiera  moverse, Pedro,  como  si  hubiera  captado  su  mirada,  clavó  los  ojos  en  ella.  La  intensidad de la conexión la anonadó. Por añadidura, sintió un vínculo físico que le urgía  acortar  la  distancia  que  los  separaba.  Los  ojos  azules  parecían  estar  diciendo  «Sé dónde quieres estar, y sólo tienes que venir hacia mí». Entreabrió los labios para tomar aire; él sonrió levemente.

 —¡Ahí estás! —la voz de Federico, a su espalda, hizo que Paula girara en redondo, con el corazón desbocado.

—¡Oh,  Fede!  —exclamó,  medio  mareada  por  la  sorpresa,  medio  por  lo  que  había interrumpido—. ¡Me has asustado!

—Lo siento, Pau—Federico arrugó la frente con preocupación—. ¡Estabas en otro mundo!

Ella deseó estarlo. A millones de kilómetros de Pedro y del hechizo sensual que tejía  a  su  alrededor.  Tal  vez  así  podría  pensar  con  claridad  y  bajarse  de  la  montaña  rusa en la que viajaba desde la primera vez que lo vió. Él era una tentación a la que debía  resistirse  con  todas  sus  fuerzas;  si  no  lo  hacía  no  volvería  a  respetarse  a  sí  misma. Le había fallado a Sofía, no volvería a fallar. Con  eso  en  mente,  se  concentró  en  Federico para  borrar  a  Pedro de  sus  pensamientos.

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