Para hacer exactamente eso, Paula terminó de desayunar y fue en busca de la biblioteca. Era una habitación maravillosa, llena de estanterías de libros con tapas de cuero. Pasó las horas siguientes echando un vistazo y tomando notas de los libros que le servirían para buscar la información que Nick necesitaba. Encontró un diario escrito por el bisabuelo de Federico, lo llevó a un sillón y se sumergió en él.
—¡Ahí estás! —exclamó Federico entrando en la habitación, mucho después.
Paula alzó la cabeza sorprendida. Estaba tan absorta que no lo había oído llegar.
—¿Me necesitas? —preguntó, bajando las piernas del sillón y poniéndose los zapatos.
—Sí, ha llegado el resto de la familia. Comeremos enseguida —le dijo.
Paula se sintió un poco abrumada.
—Sinceramente, Fede, dudo que tu familia quiera la compañía de una desconocida. Te seré mucho más útil quedándome aquí.
—Los libros pueden esperar —refutó él, quitándole el diario y dejándolo en una mesa—. Quiero que te diviertas este fin de semana.
Paula permitió que la condujera al jardín. La barbacoa estaba dispuesta junto a la piscina, y allí se había congregado la familia. Federico presentó a Paula a los diversos grupos que había alrededor de las mesas. Todos la recibieron con calidez y demostraron su fascinación por el libro para el que estaba ayudando a Federico a recopilar datos. Paula consiguió relajarse y, en vez de simular que lo pasaba bien, empezó a disfrutar. Se lo dijo a Federico cuando se quedaron solos un momento.
—Mi familia es buena gente. Me alegra que hayan conseguido que te sientas cómoda.
Paula miró a su alrededor, viendo al gran grupo de gente risueña y feliz con otros ojos. Había tardado mucho, pero ese día estaba descubriendo que podía pasarlo bien sin sentirse culpable. El cielo no había caído sobre su cabeza ni el mundo había llegado a su fin. No sabía por qué ese día era distinto a cualquier otro pero, por primera vez en años, había dejado atrás su carga y estaba viviendo el momento.
—Gracias por insistir en que me uniera a ustedes—le contestó con una sonrisa.
—No se merecen —contestó él, con una inclinación de cabeza.
Paula sintió el corazón algo más ligero. No duraría, desde luego, pero aceptó la nueva sensación de libertad sin cuestionarla. Estaban charlando con uno de los primos de Nick, cuando sonó el busca. Aunque era su fin de semana libre, era el cirujano especialista de guardia para emergencias.
—Es del hospital —anunció Federico, reconociendo el número—. Será mejor que hable en casa. No tardaré —dijo, antes de alejarse.
Paula siguió donde estaba hasta que la conversación pasó a un tema del que no sabía nada y se distrajo. Contemplaba los juegos de dos niños cuando un movimiento llamó su atención. Su corazón se saltó un latido al comprender que miraba a Pedro, que paseaba con un hombre mucho mayor que él. No pudo desviar la mirada, a su pesar él parecía totalmente relajado y se reía de lo que decía el otro hombre.
—Ése es el tío abuelo Alberto—dijo una de las mujeres de la mesa, sobresaltando a Paula, que la miró rápidamente.
—¿Disculpa?
—El que está con Pedro. Era marinero y le encanta contar sus aventuras. Los niños lo adoran —explicó la mujer con una sonrisa amistosa.
—Ah, sí —murmuró Paula, alegrándose de que la mujer hubiera malinterpretado su interés—. Creo que aún no me lo han presentado.
—Entonces te encantará. Vamos por algo de comida. ¿Vienes? —invitó la mujer.
—Esperaré a Federico—rechazó Paula—. No tardará mucho.
Los demás fueron hacia el grupo que rodeaba la parrilla, dejando a Paula sola por el momento. De inmediato, buscó a Pedro con la vista, pero los dos hombres ya no estaban a la vista y sintió cierta desazón. Eso le demostró que estaba volviéndose loca. «No puedes seguir así, Pau», se reprochó. Se puso en pie y decidió unirse a la cola que esperaba comida. Cualquier cosa para no pensar en ese maldito hombre. Sin embargo, al girar, se encontró mirándolo directamente por encima de un mar de gente sentada. Antes de que pudiera moverse, Pedro, como si hubiera captado su mirada, clavó los ojos en ella. La intensidad de la conexión la anonadó. Por añadidura, sintió un vínculo físico que le urgía acortar la distancia que los separaba. Los ojos azules parecían estar diciendo «Sé dónde quieres estar, y sólo tienes que venir hacia mí». Entreabrió los labios para tomar aire; él sonrió levemente.
—¡Ahí estás! —la voz de Federico, a su espalda, hizo que Paula girara en redondo, con el corazón desbocado.
—¡Oh, Fede! —exclamó, medio mareada por la sorpresa, medio por lo que había interrumpido—. ¡Me has asustado!
—Lo siento, Pau—Federico arrugó la frente con preocupación—. ¡Estabas en otro mundo!
Ella deseó estarlo. A millones de kilómetros de Pedro y del hechizo sensual que tejía a su alrededor. Tal vez así podría pensar con claridad y bajarse de la montaña rusa en la que viajaba desde la primera vez que lo vió. Él era una tentación a la que debía resistirse con todas sus fuerzas; si no lo hacía no volvería a respetarse a sí misma. Le había fallado a Sofía, no volvería a fallar. Con eso en mente, se concentró en Federico para borrar a Pedro de sus pensamientos.
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