jueves, 1 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 12

Sorprendentemente,   Paula durmió   mejor   esa   noche,   tal  vez   por   puro   agotamiento.  Cuando se  había  reunido  con  la  familia  en  la  terraza,  Pedro no  estaba  allí. Ella no había preguntado por él, había suspirado con alivio. El día amaneció tan caluroso como los precedentes. Era  domingo  y  la  familia  fue  a  la  iglesia,  pero  prefirió  quedarse  en  casa.  Tras desayunar con ellos, fue con sus lápices y libretas a la biblioteca, a continuar con su  investigación.  Pero  aun  con  las  ventanas  abiertas  de  par  en  par,  faltaba  el  aire.  Perseveró un rato, después dejó el lápiz y suspiró con frustración. Demasiado calor. Pensó en el agua fresca de la piscina. Suponía que la familia tardaría una hora o dos en regresar, así que podía aprovechar para darse un baño en su ausencia. Subió a su habitación a ponerse el bañador bajo la falda y la blusa. Equipada con protección solar, una toalla y un libro, bajó y salió por la puerta trasera. Dejó su ropa en una tumbona, baja una sombrilla y se introdujo en la deliciosa agua  fresca,  cerrando  los  ojos  para  incrementar  su  placer.  Era  maravilloso.  Tarareó  una melodía mientras flotaba de espaldas. Perdió la noción del tiempo hasta que oyó un intenso ruido a su derecha y una cascada de agua cayó sobre ella. Se frotó los ojos y volvió la cabeza. En  el  otro  extremo  de  la  piscina  emergió  una  cabeza  morena  y  supo  de  inmediato  que  era  Pedro.  Lo  observó  nadar  hasta  la  pared,  girar  y  nadar  hacia  ella.  Era  impresionante  verlo  en  el  agua,  parecía  avanzar  sin  esfuerzo  alguno.  Pedro se  detuvo a su lado, sonrió y se apartó el pelo de los ojos.

—Lo siento si te he molestado —se disculpó, con el habitual brillo de humor en los ojos.

 —No sabía que  habían vuelto —contestó  ella,   intentando   mantener   la   serenidad.

—¿Vuelto? —preguntó Pedro, enarcando una ceja y acercándose más.

—De la iglesia —se alejó más, hasta que el borde de la piscina impidió su huida.

Maldiciendo para sí, Paula alzó la barbilla y lo miró.

 —Ah, yo no voy a la iglesia, excepto en ocasiones especiales —sonrió, captando su nerviosismo—. Por eso cuentas con el placer de mi compañía esta mañana —una de sus piernas rozó las de ellas.

Paula sabía  que  lo  había  hecho  a  propósito, pero no por eso dejó de sentir una intensa  sensación.  Entreabrió  los  labios  y  tomó  aire;  por  desgracia,  una  oleada  de  agua  golpeó  su  rostro  en  ese  instante  y,  atragantándose,  empezó  a  toser.  Pedro la  rodeó con un brazo y enredó las piernas con las suyas, manteniéndola a flote.

—Tranquila. Te tengo —afirmó, tranquilizador.

Paula captó el tono divertido de su voz.

—¡Lo has hecho a propósito! —lo acusó, en cuanto pudo hablar.

—¿Haría yo algo así? —se burló él.

En  ese  momento  Paula se  dió  cuenta  de  que  estaba  agarrada  a  sus  hombros  y  que  su  piel  bronceada  era  tan  suave  y  agradable  que  deseaba  acariciarla.  Sintió  la  fuerza  del  brazo  que  rodeaba  su  cintura  y  eso  provocó  un  estallido  de  fuegos  artificiales en sus nervios.

—¡Claro  que  sí!  —escupió  ella  airada,  intentando  apartarlo.  Era  inamovible  como una montaña, así que desistió para no hacer aún más el ridículo—. Ya puedes soltarme, estoy bien.

—No te preocupes. Estoy cómodo así —replicó él con una sonrisa.

Paula no  lo  estaba  en  absoluto.  La  parte  rebelde  de  sí  misma,  que  había  emergido esos últimos dos días, habría seguido así mucho tiempo, pero ésa no era la cuestión.  No  podía  estar  en  sus  brazos  en  ninguna  circunstancia.  Con  las  piernas  enredadas en un nudo, su mente estaba conjurando imágenes eróticas que no iban a ayudarla a luchar contra su atracción por él. De repente, se le ocurrió cómo recuperar su libertad.

—Pedro—le dijo con el tono seductor que tan buenos resultados le había dado en otros tiempo.

Él la miró a los ojos.

—Sí, Pau, cariño.

—Puede que no te hayas dado cuenta, pero mi rodilla está estratégicamente situada —dijo ella con voz suave—. Si yo fuera tú, me soltaría.

—Tienes razón —Pedro dejó escapar una risita—. ¿Harías algo tan terrible? —al ver la amenaza de sus ojos, se rindió—. Tú ganas —la soltó y Paula nadó rápidamente hacia los escalones.

Salió  de  la  piscina  con  los  nervios  a  flor  de  piel.  Supo  que  él  la  contemplaba  mientras  iba  a  su  tumbona  y  se  secaba.  No  tenía  ni  idea  de  qué  diablos  hacer.  Si  se  marchaba, Pedro sabría que la había afectado. La única opción era quedarse y capear el temporal. Por  eso  se  concentró  en  ponerse  protección  solar  y  luego  se  sentó  a  leer.  Sin  embargo, por encima del borde del libro, lo veía  nadar de un  lado a  otro.   Inconscientemente,  bajó  el  libro,  observando  su  poderoso  cuerpo  cortar  el  agua.  Hipnotizada, no se dio cuenta de lo que estaba haciendo hasta que él se detuvo; alzó el libro. Minutos después vio, por el rabillo del ojo, que había salido de la piscina e iba hacia  ella.  La visión  de  su  esbelto  cuerpo  masculino,  bronceado  y  brillante  por  el  agua, hizo que se le cerrara la garganta y se le secara la boca. Estaba para comérselo. El  bañador  negro  dejaba  poco  a  la  imaginación  y  ella  sintió  cómo  se  derretía  ante  tanta virilidad. Todo lo que había de femenino en ella reaccionó a la visión.

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